viernes, 20 de mayo de 2016

ESPAÑOL VIEJO Y CATALÁN A TODAS LUCES.


Ha llovido mucho desde aquel tiempo en el que me sentía capaz de todo. Afortunadamente, aprendí, gracias a muchos maestros, que en realidad se trata de ser capaz de alguna cosa.

Una vez, en la hermosa localidad de Guetaria (Guipuzkoa), pendiente de hacer tiempo para ir a comer al restaurante Elcano, cuyo nombre honra al marino que circumbaló el orbe, observé lo mezquinos que podemos llegar a ser de proponérnoslo.

Entré en una taberna y lo que allí sentí me expulsó al exterior en muy poco tiempo. Vestía traje de romano –como decíamos los ejecutivos de la empresa- y tras llegar a la barra, un grupo de gentes que identifiqué por su aspecto como abertzales radicales, hizo que se me atragantase el txakolí  que pedí. Dieron por hecho –también por mi aspecto- que era sospechoso y que sin duda, no había entrado por casualidad…

Me interpelaron, querían saber qué hacía allí e incluso pedían que les dijese quien era. Especularon sobre el particular y con chanzas se me nombró traidor del PNV (quizás por haber saludado en Euskara), español (quizás por haber pasado al castellano) y algún lumbreras apostó a que era un policía de paisano.  Bien, pagué la consumición y salí del local inyectado en rabia y no les engañaré, con ganas de repartir hostias a dos manos. Quizás no lo sepan, pero uno tiene el carácter que tiene.

El caso es que cuando me encontré con mis compañeros, saqué por la boca todos los exabruptos que imaginarse se pueda. La rabia de la que les hablaba me nublaba la vista y nada de lo que se me dijese me traía a camino. Tomé un par de zuritos de cerveza y tras ellos una copa de suntuoso rioja y así, gracias a los fermentados de uva y cebada, llegó la calma.

Fue entonces cuando el que entonces era mi jefe me dijo: “siento el mal trago, pero si ha de salirse de este sinsentido, incluso habrá que hablar con esa gente”. Lo dijo con suavidad, con respeto a mi inquietud pero con autoridad. Lo dijo con la severidad de alguien que ha sufrido y mucho. Quizás un día aquel hombre que ya no está entre nosotros merezca una historia que le honre.

Bien, otro viaje al pasado que me ayuda a poner en claro el camino presente. No en balde uno es un incondicional de Ortega y por tanto de sus veras y hondas palabras. Decía el gran español que vivir era colisionar con el futuro y que la vida no es suma de lo que hemos sido, sino de aquello que queremos ser. Perseveró Don José en que cuando nos encerramos en nuestra verdad, sin dudar ni un ápice sobre la misma, esa certeza se convierte en algo sospechoso y puede llegar a ser un lastre que nos frene y nos limite.

El aprendizaje de los ya muchos años que acumulo se impregnó también en una idea perteneciente también del pensamiento de Ortega y Gasset. Una idea sencilla pero que requiere, para entenderla, de corazones  generosos y seseras nobles: sólo cabe progresar cuando se piensa en grande, sólo es posible avanzar cuando se mira lejos.

Aquí empieza verdaderamente mi reflexión pues no podía iniciar la misma sin adelantar exploradores que adviertan, con su presencia, de la magnitud de nuestras fuerzas y la voluntad de no callar nada aunque lo dicho haga daño y no se comprenda. Otras veces la he recordado y hoy, como muestra de compromiso, les lanzo otra frase del ilustre filósofo: Que no sabemos lo que nos pasa, eso es lo que nos pasa.

Ahora, más que nunca, toca hacer movimientos de vaivén. Ahora más que nunca necesitamos de puentes que incluso nos sirvan, tras el conflicto, de no llegar a una resolución del mismo. Hoy toca decir las verdades de los barqueros, pues su agotador trabajo merece respeto y un proyecto que les ponga a salvo de las traicioneras corrientes con las que a diario lidian.

Hoy, piso la húmeda orilla del rio y con prudencia, pero sin miedo, me exclamo a mi mismo que toca dar un paso al frente y cruzar nuestro particular Rubicón. No habrá posibilidad de volver sobre nuestros pasos, pero ¿quién quiere hacerlo?. Lo dicho, a galopar, a galopar hasta enterrarlos en el mar como hace tanto tiempo le oí decir a un vetusto Alberti.

Yo soy español viejo y catalán a todas luces, cruce de caminos al cabo y por ello oportunidad al margen del azar. Hoy les abro la puerta de mi casa y siendo también la suya, nada les habrá de incomodar.

La realidad de Catalunya es compleja pero no necesariamente complicada. De hecho, de querer hacer una lectura correcta, sería fácil el hacerlo. Aquí lo que fallan son los impresores y libreros que tan solo editan los párrafos que les convienen.  Toca bajar a la realidad y dejarse de gestos para la galería pues la cosa requiere, de una vez, hechos y no palabras.

Las instituciones catalanas y el Gobierno de la Generalitat están en un verdadero proceso hacía la autodeterminación. Saben que no será fácil, pues la inmensa de los estados no desea cambiar el status quo europeo y mundial, pero tampoco se les cierra la puerta en las narices. Diríase que embajadas y cancillerías dicen algo así como “ustedes hagan lo que deban hacer y después regresen”. Que la cosa avanza, lo demuestra la febril actividad del Ministerio de Exteriores del Estado, pues no cesa en sus digamos contramedidas a las acciones de la Generalitat.

¿Saben?, no hay más que una legalidad vigente, es cierto, pero ¿es el español un Estado digno de hacerla respetar?. De nada sirve que se amenace con la “violencia judicial” y que se advierta, por ejemplo, sobre la más que posible detención de Carme Forcadell en su calidad de Presidenta del Parlament de Catalunya si esta permite el que se elabore un proceso constituyente catalán. Todo se viene abajo si José Manuel García-Margallo, nuestro ministro de exteriores, se reúne con los grupos parlamentarios en Madrid y les pide que se meen sobre los principios de la Unión Europea y les sugiere que conviene, que es aconsejable para que no se vaya de la CEE, permitir que el Reino Unido se convierta de facto en un paraíso fiscal y que su ley laboral imponga que los trabajadores que emigren a la isla tengan menos derechos que sus naturales. Analicemos, esa petición inhabilita o pone en cuestión el supuestamente inquebrantable argumento de “mejor unidos”.

Tengo la sensación –por no decir la certeza- de que en este juego de salón, una cosa es lo que se dice en privado y otra muy diferente en público. En cualquier caso, lo que es innegable es que hoy por hoy es el mercado y por ende sus correspondencias económicas, lo que configuran Europa y sus territorios, no los supuestos logros de la sociedad de bienestar que es, al final de la calle, lo que hubiese dado o daría tranquilidad a los estados y a las naciones que no tienen ese estatus.

Toca ponerles sobre la realidad de ese casi 50% de catalanes que votaron por las opciones independentistas. ¿Cuál es la razón de esa opción?, sencillo, esa masa social votó en el convencimiento de que en esa nueva república catalana se vivirá mejor. ¿Les extraña?, pues no se extrañen tanto y sigan con la lectura.

El próximo 26 de junio se celebrará lo que parece la segunda ronda de las elecciones generales del pasado diciembre. En seis meses las fuerzas parlamentarias que salieron de las mismas, no han sido capaces de pactar para conseguir un gobierno viable. Se ha escenificado la muerte del mal planteado proceso constituyente de 1978, pues la democracia española fenece por el abuso de las prebendas y la insondable corrupción de sus representantes. Este, mal que nos pese, es un dato objetivo y crudo. ¿Me dirán que no?.

Dirán ustedes que también los políticos catalanes eran unos ladrones y yo les daré toda la razón, pero el votante de Junts pel Sí creen que esa corrupción será, a escala más pequeña, controlable y  que de permanecer en España, sería imposible de reconducir. Equivocado o no, es un argumento que tiene cierta lógica y por ello se hacen tantas referencias al modelo de regeneración de un país con poca población como Islandia. El gobierno catalán sigue adelante con su proyecto secesionista a pesar de los poderes económicos que no lo comparten (La Caixa, Banco de Sabadell, etc), por saberse al  frente de un verdadero movimiento social que no siendo mayoritario, tiene un posicionamiento muy fuerte en contraposición al modelo auspiciado por las fuerzas no independentistas.

Analicemos las opciones de futuro que depararán para la Catalunya independentista las elecciones de junio. Básicamente se trata de tres escenarios posibles:

-          Si gobiernan PP y C´s se dará una posición de absoluto inmovilismo y rechazo a sus aspiraciones.
-          Si gobierna un pool de partidos de izquierda como mucho se acometerá una reforma del estado epidérmica.
-          Si se repite una polarización de los votos que no permita un pacto de gobierno, o se va a un modelo “plural” italiano o se regresa a la casilla de salida convocando unos nuevos comicios.

¿Qué piensa el votante secesionista?, sencillo: “Así va España, no hay nada que hacer y nada podemos esperar de ella”. Sé  que duele leer algo así y probablemente, a mí más que a nadie.

Busquen ustedes en las hemerotecas las respuestas a los irreductibles “indepes” catalanes por parte de aquellos que hablan de buscar encajes y acabar así con el “problema catalán”. Sin pretensión de dirigirles les apuntaré que Pedro Sánchez, reunido con parlamentarios catalanes en Madrid afirmó que el Psoe no podría reconocer nunca a la nación catalana pues la inmediata derivada sería reconocer el derecho a decidir de la misma. Evidentemente, por esa vía tampoco se facilitará un referéndum.

Por otra parte, en el pasado se pudo abonar la tesis de establecer a medio largo plazo una correspondencia con el estado similar a la que disfruta Euskadi, pero en palabras del entonces gobierno socialista, Catalunya tiene mucha más población que el País Vasco y la cosa sería demasiado gravosa para el erario público. El error de los recortes del último Estatuto Catalán son origen de la actual situación, pues sin duda, Convergencia i Unió hubiese preferido la histórica política pactista con los gobiernos españoles. Esto es inapelable, recuerden el apoyo sin empachos de Pujol y su gente a los dos partidos mayoritarios de ámbito estatal.

La cosa es que la voluntad  de mucha gente ha escapado al digamos control de la democracia cristiana tradicionalista catalana y una numerosa masa social ha entendido o deseado entender que persiguiendo un sueño, por primera vez en su historia, depende solo de sí misma y que lo que suceda en Madrid es importante pero no es lo primero a tener en cuenta.  Aleccionados o no, el mensaje ha calado y el Estado no ha sabido poner las cosa en claro para desbancar las posiciones separatistas con datos objetivos e incontestables. Así de sencillo.

La corrupción, una democracia abocada a la gestión pero no a la participación de la masa social y una intocable Carta Magna, que imposibilita un nuevo proceso constituyente español, ha dado alas a una opción en la que nadie pareció creer nunca. Yo, sin ir más lejos, soy uno de los más sorprendidos. Aunque hoy queda claro que se sembraron vientos que nos traen las actuales tempestades. Debió acometerse un modelo de estado fuerte, con criterios de gestión únicos y que respetase el uso de las lenguas de cada territorio como patrimonio cultural común. Haber entendido que la forma de unir la diferencia, era la diferencia en sí misma. Nada hubiese enriquecido más a España que los matices que contiene, sus aspectos diferenciales, su diversidad…

Porque los símbolos y la lengua son importantes, muy importantes pero no son lo más importante. Lo realmente importante hubiese sido contemplar la realidad económica en su conjunto, la cultura “española” como una mezcolanza de culturas, las capacidades productivas de cada territorio como parte de una capacidad global. En resumen, tener claro que para entender a España como una unidad debíamos entender cada una de sus partes. El innecesario y tranquilizador de conciencias  “café para todos” es el gran error de nuestra historia reciente: el lastre de 17 administraciones autonómicas y dos ciudades  autónomas (Ceuta y Melilla) han emponzoñado las venas de un Estado que debió ser el mejor estructurado y solvente de nuestra historia.

Regresando al momento actual, mucho me temo que nuestra inoperancia ha sido y es el gran argumento independentista y sus banderas han otorgado a quienes se ponen a su sombra una opción de futuro aunque este no pueda aseverarse. Les pediré que realicen un ejercicio sencillo pero sin duda aleccionador. Su voto para el 26 de junio, ¿se basa en criterios de gestión y progreso o por el contrario se basa en sensaciones y/o sentimientos?. Si son sinceros, deberán contestar que votarán a los de siempre por no saber que otra opción adoptar o sencillamente se abstendrán. Pues fíjense, en contraposición, los puñeteros independentistas saben, o creen saber, que es lo que conseguirán con su voto. Nosotros tan solo intuimos marasmo y corruptela. Van ganando, no lo duden, van ganando.

Pretendo hacerles ver que la crisis española es una oportunidad para el secesionismo y que este se basa en personas empoderadas en su entorno y que creen que les irá mejor en solitario  en un nuevo modelo de estado en el que empezando por la base, dotará a su ciudadanía de mejores condiciones de vida. Sorprende y mucho que en esta apuesta se hayan puesto de acuerdo todas las posiciones ideológicas confluyendo en una idea común. ¿Han observado que al margen de sus supuestas divergencias, van de la mano conservadores, republicanos y anti-capitalistas?. He de decirles que me preocupé de verdad cuando en una reunión de fuerzas independentistas –yo para saber me persono en todas partes- , uno de sus líderes, señalando una enorme bandera estelada dijo: “¡eps!, esto es un símbolo y de los símbolos no comeremos”. La gente aplaudió a rabiar y yo que no lo hice, vi que qué tras la bandera se está configurando algo que no es un suflé, lo intuí ya como un plumcake. Espero hacerme entender con el símil culinario.

Vivo con inquietud mi momento actual, pues no veo a mi país a la altura. Gobernantes de medio pelo recurren a las refriegas perrunas en base a cuestiones de lengua o de símbolos y no ponen los bemoles allí donde haría falta. Podrán vencer pero no convencer y a eso es a lo que más temo. Yo siempre he soñado con una España fuerte, plural y respetuosa con sus gentes y la verdad es que Felipes, Aznares, Zapateros y Rajoys han miccionado sobre mi orgullo de patriota y me han abocado a tener que procurar puentes bajo un fuego cruzado que no permite salvar corrientes. Sería un momento para estadistas, no cabe duda, pero nuestra clase política se diseñó a sí misma para ordeñar al rebaño, no para hacerlo prosperar.

Los catalanes que no comulgamos con la independencia nos estamos atrincherando en el sentimiento y no en razones objetivas que aporten esperanza, pues nuestro mundo es difícil y nuestra vida intensa frente a un futuro incierto. Lo peor que nos podía pasar, lo peor que nos ha pasado, es que nuestro gobierno optase por dejar pudrirse el conflicto sin darse cuenta que así lo que hacía era avivar el fuego que debió apagarse por ser fatuo.

Nos guste o no, como en todos los conflictos humanos toca elegir entre los garrotazos o las palabras bien escritas y de significado meridianamente claro. El Presidente Puigdemont y Oriol Junqueres no detendrán esta deriva, pues esos dos millones y pico de catalanes que defienden la autodeterminación han abrazado una causa a la que servir y nosotros tan sólo reaccionamos a la contra.

Terminaré con la más amarga de las verdades y pidiéndoles disculpas por la extensión de este texto.  Desarboló mi nave la afirmación de dos irreductibles independentistas con los que puedo hablar de forma llana y sin tapujos. Al alimón me dijeron que ellos eran republicanos y que siempre habían creído que una reforma de España haría una mejor Catalunya y que nunca pensaron llegar a esto (refiriéndose al proceso de independencia). En cualquier caso, seguros de sus razones se sabían en un camino de no retorno y aceptaban los riesgos. Es más, incluso entendían que contrariamente a lo esperado, sería el proceso constituyente catalán el que generaría el necesario y urgente cambio en España.

Yo soy español viejo y catalán a todas luces, cruce de caminos al cabo y por ello oportunidad al margen del azar. Hoy les digo que o cambiamos nuestra amada España o España no será.

Por cierto, en su previsible voluntad de respuesta y réplica, les ruego que no maten al ingeniero y menos cuando sigue entestado en su voluntad de tender puentes.

POLITICA ES MORAL

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