A este caballero avejentado que
atendió al nombre de Don Manuel Azaña Díaz, tal día como hoy de 1936, las
Cortes Españolas le nombraron Presidente de la República.
Allá por el lejano 1979 vine a
recalar en el personaje que dirigió o pretendió dirigir España durante nuestra
Guerra Civil. Vi la película “¡Arriba Hazaña! (sí, con hache) en la que se
explicaba el cambio en una escuela religiosa y su voluntad de apertura a los
nuevos tiempos, estableciendo un más que evidente paralelismo con el camino hacía
la Democracia de una España que salía de una oscura dictadura.
Pregunté o me explicaron sin
preguntar –no lo recuerdo- por Azaña a pesar de la inoportuna consonante
presente en el título y se me dijo que era un juego de palabras que traía a la
memoria del común al intelectual que para unos fue icono y para otros medianía.
Bien, de natural curioso, poco
tiempo después me sumergí en la vida de un hombre que no era santo de la
devoción de mi republicana familia y así, la posible amistad con Don Manuel, no
disfrutó de muchas bendiciones. Para todos fue bienintencionado, pero sin bemoles para imponer el sentido común
y dar así futuro a una República que, a pesar de su fugacidad, es una de las
oportunidades más hermosas de las que ha disfrutado nuestro país.
En cualquier caso, estando uno
inmerso en los arrecifes que forman los libros, me he ido a mi pasado de
estudiante ansioso y me atrevo a sugerirles la lectura de “La velada de
Benicarló”. Podría parecerles un título propio de una historieta de estío que
hubiese de acabar con una típica depresión post-vacacional, pero no, es un
libro necesario y que en sus letras reivindica al muchas veces ridiculizado
Azaña. Por cierto, él es el autor y descuidaba el apuntarlo…
Miren, el libro condensa en sus
páginas el pensamiento de un hombre que viéndose atrapado en la irracionalidad
de aquellos que deseaban hacer la revolución antes que ganar la guerra, mantuvo
unos principios inapelables basados en un concepto de Estado fuerte y a un
tiempo razonable en sus postulados, capaz de ser en su propia estructura la cura de una España carpetovetónica. Manuel Azaña no será a ojos
de la historia un héroe, pero no puede negarse que todo el mundo podía saber
quién era, pues nunca escondió su verdadera naturaleza ni estando inmerso en el
caos de una guerra fratricida.
Podrán las hemerotecas y los
malintencionados escritos de muchos bordes pretender envilecer al Presidente
republicano, pero afirmo y mantengo que aún pudiendo haber pecado de omisión,
Azaña es referente imprescindible para entender y hacer entender los tiempos de
la República y de la guerra que acabó con la misma.
Creo en conciencia que Don Manuel
fue un buen hombre, sincero y consecuente, un español viejo que enamorado de
España cayó traicionado -como siempre parece nos sucede- por aquellos que tal
solo deseaban violentarla. Decían los de mi casa que tan solo hacía política de
salón y que su mucho saber no servía para hacer. No pude ni puedo negar la
mayor, pero si algo podrá salvar a nuestro país será la educación y la cultura
que los hombre buenos como Azaña atesoren y se apresten a compartir.
Observen la imagen, el sabio
vencido, pendiente de un tablero, incapaz de hilvanar aperturas o cierres
cuando su país era un vergonzoso enroque. ¡Arriba Azaña!.
POLITICA ES MORAL
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