Tal día como hoy de 1963, murió
asesinado en Dallas John Fitzgerald Kennedy, el 35 Presidente de los Estados
Unidos de América.
No he de negarles que mi natural
tendencia a buscar tras las cortinas, me ha empujado –desde pequeño- a entender
que una conspiración es una explicación de las realidades del mundo, tan válida
como cualquier otra. Si bien es cierto que en la mayoría de ocasiones, la
opción más simple es la cierta, tocando a eso que llamamos poder, lo más
complejo es lo más probable. De hecho, todo contubernio se ha escondido siempre
en hechos pequeños y fácilmente asumibles por la mayoría de los comunes.
También, no lo duden, el asesinato de Kennedy.
Bien, no entraré a detallar todo
lo especulado y descrito en literatura, cine y otras artes sobre el magnicidio
de Dallas, prefiero irme a la matemática que suma líderes muertos y despeja
caminos a los gobernantes más infectos. En esa voluntad me he sentado sobre la
obra de Arthur Miller y alejándome de los hechos he visto, en el horizonte de
sus palabras, lo suficiente para entender lo que pasó en aquel momento, lo que
pasa en nuestro hoy y sucederá, sin duda alguna, también en el futuro.
Miller es conocido por haber
estado casado con Marilyn Monroe y curiosamente, ahí radica parte del interés en
contraposición a su insondable valor como literato cronista de la realidad de
Norteamérica. Ese matrimonio hace olvidar que su genialidad cargó su pluma para
convertirla en un arma peligrosa para el poder, que en las sombras de la sociedad,
consiguió explicarlo todo para no decir nada.
Hijo de una familia acomodada que
encajó lo mejor que pudo la Gran Depresión, supo rearmarse con el esfuerzo y en
ese proceso se alejó de eso que conocemos como “sueño americano” para explicar
que perseguir el mismo provocaba, sin duda alguna, víctimas colaterales. No
reprimió nunca sus ideas y las lanzó al consumo de las masas a pesar de que
estas pudieran no intuir la densidad de sus mensajes. Escribió en contra del
antisemitismo, de la utilización de la guerra para obtener beneficio, de la
falsedad y de los abusos de la democracia en la que vivía. ¿Saben?, lo que vengo
apuntando podrán ustedes concretarlo en su obra más famosa (aunque no más
relevante), me refiero a “La muerte de un viajante”, baño de realidad sobre lo
ilusorio del parnaso de las barras y las estrellas.
La vida del mejor dramaturgo del
siglo XX es una constante pugna con la realidad de los gobiernos de su país y
de sus decisiones. Hasta su muerte en 2005 mantuvo un activismo socio-político
inalcanzable al agotamiento y que le posicionó, entre otros muchos temas, contra la caza de brujas de
supuestos comunistas y las guerras de Corea y Vietnam.
Disculpen, es cierto, la cosa era
saber quién mató a Kennedy. Sencillo, lean a Arthur Miller y sin lugar a dudas
entenderán que al Presidente le asesinó América.
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