En primer lugar, el Estado
Islámico debe ser eliminado como entidad territorial. Graham E.Fuller
Era de esperar una respuesta
contundente a los ataques del EI a raíz de los ataques de París. En el drama
generalizado que significa la violencia indiscriminada que nos ha demostrado su
actividad en tantos y tantos países, ha
llegado el momento de corregir la hipócrita relación de Occidente con los
estados islámicos en base a un rentismo
geoeconómico de las élites extractivas.
Observada la raíz del problema,
hemos de reconocer que no estamos orquestando de forma adecuada las acciones
militares que han de poner fin a la sinrazón de aquellos que pervierten el
Islam y que oprimen a sus propios iguales en base a la defensa de una falsa fe.
No puede olvidarse que la masa de refugiados que llegan a Europa, huyen de la
misma violencia que profana nuestra forma de vida y pone en peligro nuestro concepto
de Estado de Derecho.
Un aspecto que significa de forma
preclara la mala praxis militar es el de los bombardeos sobre Siria. Estas acciones,
sin duda configuradas como el golpe de un martillo pilón, machacan objetivos
supuestamente legítimos pero se cobran víctimas inocentes que no podemos
permitirnos valorar eufemísticamente como daños
colaterales. Esas bajas civiles cargan de razones a los asesinos a los que
se pretende neutralizar y creo en conciencia, que contrariamente a lo deseado,
lleva a una reacción visceral de muchos colectivos cuyo final es el odio
reforzado contra aquellos que dicen desear acabar con el mal.
Sin duda caeré en el simplismo al
teorizar, pero si ha de predicarse con el ejemplo y dejar clara la voluntad de
acabar con el sufrimiento de los pueblos en guerra y amenazados por el
yihadismo, lo que nuestras fuerzas armadas han de acometer son acciones sobre
el terreno. Acabar con el control territorial de los integristas y establecer
las condiciones de estabilidad y confort que permita que las poblaciones de las
zonas afectadas reconstruir sus países y su futuro socio-económico. Nos sobran
ejemplos prácticos, tan solo hemos de recurrir a recordar la traumática
experiencia de la Segunda Guerra Mundial. De nada sirvieron los criminales
bombardeos indiscriminados y hubo de ser la conquista del territorio la que
diese la victoria a aquellos que se denominaron aliados.
El problema, una vez más, es la
doble moral. Pues en la voluntad de evitar las propias bajas, fiamos a la
tecnología y a la superioridad aérea el resultado de un combate que no rendirá
al enemigo de no quitarle su espacio y sus rutas de suministro. Es duro, soy
consciente, pero esto es una guerra y en la locura de la misma, tan solo
asumiendo la pérdida de efectivos podrá intuirse el final del drama. La cosa
está clara, llegados a este punto, Occidente debe plantearse si quiere extirpar
el cáncer o escenificar una terapia de paliativos que aplacen los problemas sin
lograr la solución a los mismos.
En los países amenazados labor
policial constante y firme, en el origen del problema, presencia sobre el
terreno y temple. Debe demostrarse a la comunidad internacional que ya no habrá
marcha atrás, que no solo defendemos los propios intereses y que lo que nos guía
es la vieja esperanza de un verdadero mundo libre. Nos encontramos ante un fallo
sistémico y si realmente creemos que la razón nos asiste, sabiendo quienes son
los enemigos, hay que buscarles, batirles y hacer que los que con ellos
conviven sepan que somos solución y no problema.
Se lo que es una guerra, conozco
muy bien la muerte, es tan duro lo que digo que guiado por un viejo dolor,
afirmo que toca asumir la tristeza de la pérdida pero que es lo único que nos
hará libres.
POLITICA ES MORAL
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