De Juan Negrín López, el que fue Presidente
de la Segunda República Española de 1937 a 1945, se recuerdan básicamente dos
cosas, que apeló a la resistencia a ultranza contra el avance del fascismo (resistir es vencer) y que a ojos de muchos
traicionó a España poniéndola en manos del comunismo soviético.
He crecido en constante contacto
con el pasado de mi familia que al cabo siempre se tornó presente y como
republicanos de principios y credo sincero, a Negrín se le nombraba y llegado
el explicar su trascendencia, se liaba un pandemonio de nivel estratosférico y
tras mucho discutir, cada uno se quedaba con lo suyo y se iba a dormir. Puede
imaginarse como un niño observaba la cosa y como preguntar, según veía a sus
mayores, se tornaba actividad de riesgo.
Uno fue cumpliendo años y en el
hacerlo aumentó la curiosidad hacía un personaje sin duda trascendente en base
a sus hechos. Pero nunca ha sido fácil circunscribir a aquel más que notable
médico que un día se incorporó a la política de la piel de toro. Fuentes de
información se consiguen a raudales, más el agua que vierten varia de lo más
salobre a lo más fresco y dulce. En resumen, en base a datos objetivos, poco en
limpio se saca y allí donde un mérito se le reconoce, al mismo tiempo un
demérito se le impone.
No cabe duda de que Negrín era una
rara avis en la política española.
Doctor en Medicina e investigador, políglota, conocedor de la realidad de
Europa y de las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, impulsó
la ciencia como futuro del país,
abandonó la docencia y se significó en una lucha que pretendía llevar a nuestro
país a la modernidad que requería aquel momento. Incorporado al Partido
Socialista, se situó en las posiciones de Indalecio Prieto y así, creció políticamente
en el terreno atemperado que representó la
posición intermedia entre la moderación de Julián Besteiro y el radicalismo
sindical de Largo Caballero.
Llegada la Guerra Civil fue
nombrado Ministro de Hacienda y como tal, con la aprobación del Gobierno,
utilizó las reservas de oro del Estado para financiar la compra de armas y de los
recursos necesarios para el esfuerzo que requería el conflicto. En ese hecho
radica el inicio de su leyenda negra. Analizando la situación de Europa en 1936
y atendiendo al distanciamiento de las democracias occidentales, la República
se apoyó en la URSS y en la solución se gestó el desastre. Negrín se convirtió,
para todas las facciones de la izquierda revolucionaria, en un traidor a una
patria que nunca existió.
Cuando Largo Caballero perdió el
apoyo de todas las facciones cainitas que supuestamente sostenían a la España
republicana, Azaña nombró a Juan Negrín Presidente del Gobierno y este, ante un
escenario que hacía evidente el colapso, se agarró al clavo ardiendo que
representaba la firmeza comunista. Creo que miró a otro lado cuando se purgaron
a los anarquistas y se apartó a los socialistas moderados. En ese momento apeló
a la resistencia total, posiblemente en la fatal esperanza de que la más que
probable guerra en Europa significase la salvación de la República. Tomó
decisiones y sin duda, en base a las mismas, se convirtió en enemigo de todos.
Tras la derrota llegó el exilio y
con él una nueva acusación, la de expoliar los últimos recursos republicanos en
beneficio propio. La realidad, más que probablemente, fue que las guerras entre
facciones se reprodujeron allende fronteras y que estas hicieron que nadie, ni
Negrín, pudiese ser garante de una dedicación adecuada de los dineros a un
verdadero apoyo a los exiliados y a sus necesidades. En resumen, el hombre que intentó una paz con
Franco en 1938 y que tras no lograrlo intentó sostener a la República, se
encarnó en la causa de todos los males para sus supuestos compañeros y para los
vencedores.
He intentado, como antes
comentaba, dejar al margen datos y he abonado intuiciones. Creo que el último
Presidente del Gobierno republicano obró en conciencia pero demasiado cerca del
abismo. Era un hombre culto y con una mente científicamente pragmática, quizás
se hizo preguntas que no tenían respuesta y eligió, en todo momento, la menos
mala de las opciones. Eso es ser estadista y a estos, tan solo la historia les
juzga. Opino que murió en la propia vergüenza, no por arrepentimiento sino por
no haber podido salvar aquello que juzgó necesario y correcto. Siempre me ha
llamado la atención que exigió que en su lápida no figurase su nombre ni un
epitafio, eso me hace pensar que hizo acto de contrición y se negó cualquier futuro
reconocimiento.
En España nunca se habla de
responsables y siempre de culpables. De no hacer nada eres un inútil incapaz y
cobarde, si por contra te significas, eres la explicación de todos los males. Juan
Negrín López, para unos, traidor, para otros, ingeniero.
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