miércoles, 25 de noviembre de 2015

SIDI BOU SAID, AZUL Y ROJO.


Ayer el terrorismo yihadista golpeó a Túnez. Un paso más de la barbarie envuelta en una falsa fe que demoniza a los que define como infieles y somete con el miedo a los verdaderos musulmanes.

París se clavó en nuestras retinas y en nuestro corazón, pero son ya demasiados los países que sufren la dentellada de la violencia. Muchos de ellos podrán parecernos lejanos, pero forman de una sola realidad, la del ser humano. Tengo la suerte de conocer  África por mi presencia sobre el terreno y por  compartir  vida con personas de respeto originarias de ese continente y que forman parte de nuestra ciudadanía. Hace pocas fechas tuve el amargo privilegio de compartir el dolor de uno de mis maestros de vida de origen malinés, sin duda el mismo que me mostró cuando se cobraron las vidas en Francia…

No podemos mirar a otro lado, los refugiados son el recordatorio de que no hemos sabido cauterizar a tiempo una herida abierta y que por considerarla ajena, creímos no habría de manchar nuestra indumentaria social. Ya lo estamos viendo, quien siembra vientos recoge tempestades y atendiendo a lo vivido, también muertes.

Bien, tocan a somatén y a combatir sin tapujos reconociendo nuestra pasada inoperancia. Lo sucedido en Túnez es un ejemplo paradigmático de la realidad de nuestras interesadas relaciones con lo que eufemísticamente llamamos mundo árabe. Países con una gran fractura social, carentes de futuro para sus jóvenes, son un caldo de cultivo para los perros de la guerra que utilizan el nombre de Dios en vano. Más de 5000 muchachos tunecinos combaten con el Estado Islámico en Siria. De hecho, la estéril pugna entre el laicismo y los islamistas ha facilitado que las mezquitas se llenasen de imanes salafistas pagados por las hipócritas monarquías del Golfo Pérsico y que la voracidad de Occidente ha considerado aliadas.

Esos altavoces han podrido las opciones democráticas en el país de Burguiba y hoy, a pesar de los esfuerzos de la sociedad civil en el pasado, todo parece abocar a la toma del poder por parte del partido confesional Enahda. Miren ustedes, si las posiciones laicas sucumben frente a la fuerza de los terroristas, no habrán aliados para recomponer estados viables y capaces de ofrecer futuro a sus ciudadanos. Toca pues reconocer públicamente nuestros pecados, ofrecerse como parte de la solución aunque esta incluya la amarga terapia de la guerra y mantener una posición clara en relación a los refugiados. Toca ayudar y no caer en la tentación de la represión de los mismos. ¿Hemos de ser estrictos en la gestión del desastre humanitario que supone semejante masa humana desplazada?, sin duda, pero ellos son tan víctimas como los caídos en las zonas de combate y en las calles de Europa.

Un solo criterio, un solo objetivo. Como nos demoremos en actuar de forma contundente, el terrorismo yihadista ganará, no una guerra, nos robará nuestro tiempo y el de nuestros hijos. Recuerdo mis paseos por la hermosa ciudad de Sidi Bou Said a orillas del Mediterráneo. Las puertas de sus casas son azules como el mar que contemplan, me provoca pavor que las mismas acaben pintadas de rojo y que al abrirse sean antesala del infierno.

POLITICA ES MORAL

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