Ayer el terrorismo yihadista
golpeó a Túnez. Un paso más de la barbarie envuelta en una falsa fe que
demoniza a los que define como infieles y somete con el miedo a los verdaderos musulmanes.
París se clavó en nuestras
retinas y en nuestro corazón, pero son ya demasiados los países que sufren la dentellada
de la violencia. Muchos de ellos podrán parecernos lejanos, pero forman de una
sola realidad, la del ser humano. Tengo la suerte de conocer África por mi presencia sobre el terreno y
por compartir vida con personas de respeto originarias de
ese continente y que forman parte de nuestra ciudadanía. Hace pocas fechas tuve
el amargo privilegio de compartir el dolor de uno de mis maestros de vida de
origen malinés, sin duda el mismo que me mostró cuando se cobraron las vidas en
Francia…
No podemos mirar a otro lado, los
refugiados son el recordatorio de que no hemos sabido cauterizar a tiempo una
herida abierta y que por considerarla ajena, creímos no habría de manchar
nuestra indumentaria social. Ya lo estamos viendo, quien siembra vientos recoge
tempestades y atendiendo a lo vivido, también muertes.
Bien, tocan a somatén y a
combatir sin tapujos reconociendo nuestra pasada inoperancia. Lo sucedido en
Túnez es un ejemplo paradigmático de la realidad de nuestras interesadas
relaciones con lo que eufemísticamente llamamos mundo árabe. Países con una
gran fractura social, carentes de futuro para sus jóvenes, son un caldo de
cultivo para los perros de la guerra que utilizan el nombre de Dios en vano.
Más de 5000 muchachos tunecinos combaten con el Estado Islámico en Siria. De
hecho, la estéril pugna entre el laicismo y los islamistas ha facilitado que
las mezquitas se llenasen de imanes salafistas pagados por las hipócritas monarquías
del Golfo Pérsico y que la voracidad de Occidente ha considerado aliadas.
Esos altavoces han podrido las
opciones democráticas en el país de Burguiba y hoy, a pesar de los esfuerzos de
la sociedad civil en el pasado, todo parece abocar a la toma del poder por
parte del partido confesional Enahda. Miren ustedes, si las posiciones laicas
sucumben frente a la fuerza de los terroristas, no habrán aliados para
recomponer estados viables y capaces de ofrecer futuro a sus ciudadanos. Toca
pues reconocer públicamente nuestros pecados, ofrecerse como parte de la
solución aunque esta incluya la amarga terapia de la guerra y mantener una
posición clara en relación a los refugiados. Toca ayudar y no caer en la
tentación de la represión de los mismos. ¿Hemos de ser estrictos en la gestión
del desastre humanitario que supone semejante masa humana desplazada?, sin
duda, pero ellos son tan víctimas como los caídos en las zonas de combate y en
las calles de Europa.
Un solo criterio, un solo
objetivo. Como nos demoremos en actuar de forma contundente, el terrorismo
yihadista ganará, no una guerra, nos robará nuestro tiempo y el de nuestros
hijos. Recuerdo mis paseos por la hermosa ciudad de Sidi Bou Said a orillas del
Mediterráneo. Las puertas de sus casas son azules como el mar que contemplan,
me provoca pavor que las mismas acaben pintadas de rojo y que al abrirse sean
antesala del infierno.
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