miércoles, 18 de noviembre de 2015

ISSY-LES-MOULINEAUX Y EL PARACAIDISTA.


Hace muchos años yo asistía a las concentraciones de las juventudes cristianas de la Comunidad de Taizé. Movimiento ecuménico que busca el entendimiento entre todas las confesiones del cristianismo, tiene para quien escribe una figura emblemática: el Papa Juan XXIII. El que un día calzó las sandalias del Pescador, estableció que el siguiente paso, tras dotarnos de una conciencia cristiana alejada de los antagonismos del pasado, debía ser el entendimiento con el resto de religiones. De hecho, al Concilio Vaticano II fueron convocados los representantes de todas aquellas formas en las que intentamos dotarnos de trascendencia invocando el nombre de Dios, también los musulmanes.

Bien, el alojamiento de los jóvenes que nos desplazábamos a Francia era atendido por cristianos voluntarios que pertenecían a parroquias del área de París. A mí me correspondió convivir con una particular familia residente en Issy-les- Moulineaux compuesta por un matrimonio sin hijos, dos perros malteses y un abuelo jubilado que había sido oficial paracaidista. No hablando yo francés, nos comunicábamos en inglés, ya que el patriarca, en todos sus años en la milicia, lo aprendió durante la Segunda Guerra Mundial, el conflicto de Indochina y la Guerra de Argelia.

Personas de mente abierta, tenían una fe enorme pero a su vez una visión del mundo plural y apreciaban -quizás por los conflictos vividos- la diversidad humana como una gran riqueza y no como un problema. Curiosamente, a pesar de su pasado militar, el abuelo afirmaba sin fisuras que el futuro pasaba por el respeto y el entendimiento entre culturas y religiones. Insistía con vehemencia en que los jóvenes debíamos ver, como había defendido el Papa Roncalli, que tendríamos futuro si llegábamos a saber construir sobre lo que nos une y no sobre lo que nos separa. Sus relatos sobre los combates en los que había participado, siempre finalizaron con una proclama por la paz, pues según decía, él sabía mejor que nadie lo que era la muerte. Me cogía una mano y me preguntaba si creía que en ella sobraba algún dedo. Aquel sorprenderte militar humanista, al final de una vida de sufrimiento padecido e infligido, sin duda, era un maestro de vida.

A la hora de cenar, se bendecía la mesa y la fórmula utilizada versaba como sigue: “Señor de los mil nombres, bendice esta mesa y a todos los que se sientan a ella”. La primera vez que la escuché observaron mi cara de sorpresa y la nuera del veterano me indicó -siempre traducida por el abuelo- que por mucho que pretendamos ponerle nombres, si Dios ha de existir, sin duda es el mismo para todos. Revelación intuida para un imberbe, la lección me ha guiado toda la vida y me ha ayudado a tender puentes en lugar de destruirlos.

Por otra parte, el pragmatismo acompañó siempre todas las reflexiones que aquellos adultos ofrecían a un adolescente como yo. Analizaron todo el orbe como si del patio de su casa se tratase y supieron transmitir conceptos llenos de contenido pero adecuados a mi mente de aquel momento de inmadurez. El heredero de la familia mantenía que precisamente  como persona de fe debía aceptar la separación de la religión y del Estado. En ese principio se había construido un mundo más justo y alejado de los dogmas que nos habían llevado, en tantas ocasiones, a masacrarnos.  Yo hacía algunas preguntas, entre ellas una captó su atención, les pedí su parecer sobre el Islam ya que en base a las opiniones que me mostraban, este estaba en franca contradicción con las mismas ya que consideraba los preceptos de fe como una forma de organizar la sociedad.

El abuelo tomó el relevo en este punto, empezó la frase con un murmullo sostenido y afirmó en pocas palabras que aquí estaban los problemas del futuro  si se seguía mirando a otro lado. Se vino arriba y puso en cuestión la forma relacional entre occidente y oriente, criticó el sometimiento de las colonias con criterio económico y observó, muy a su pesar, que el camino sería largo si la solución eran las dictaduras del mundo árabe sostenidas por Europa. Siguió hablando de los banlieues, arrabales de las grandes ciudades francesas y de la más que evidente segregación de los mismos  a causa de las grandes masas de población musulmana sobre la que no se realizaba una verdadera labor de integración en los valores de la República (le encantaba repetir la expresión). Finalizó profetizando que sería muy difícil evitar conflictos si la inmigración no se incorporaba  a la Democracia como ciudadanía de pleno derecho. Tomó un sorbo de calvados, y de forma casi inaudible afirmó que si no se conseguía, lo inmediato sería une guerre.

Transcurría la Navidad de 1983, ha llovido mucho, es cierto, pero plantados en el primer cuarto de un nuevo siglo, es algo manifiesto que de nada sirvió el posicionamiento de hermandad de un viejo combatiente que pretendió junto a muchos predicar con el ejemplo. Hoy los paracaidistas patrullan por el Trocadero y los valores de occidente están sometidos al miedo.

POLITICA ES MORAL

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