Aprender sin pensar es inútil.
Pensar sin aprender es peligroso. Confuncio
Va uno dando vueltas por el mundo
y la verdad, nunca deja de sorprenderse. La realidad de nuestro entorno, de
nuestra sociedad, esta estigmatizada por una epidemia silenciosa de indignidad
complacida que afecta de forma inexorable y mata sin remedio a la inteligencia,
el único antídoto.
Tengo la suerte de haber conocido
realidades dispares en nuestro país, he mantenido contacto con representantes
políticos adscritos a diferentes siglas y con responsabilidades a diferente
nivel. No me cansaré de afirmar que muchos de ellos eran, son, dignos de
confianza por sus hechos y no por sus palabras, pero son una minoría. La
mayoría cumplen con la máxima del cargo electo, te sonríen pero no te escuchan.
El modelo es más que teorizable,
la práctica aplasta las hipótesis, los postulantes a cargo electo se adhieren a
eso que denominamos política como un modo de vida, como una profesión. Cierto
es que podemos echar la culpa al sistema, pero se trataría de una salida
tangencial al tema. Se trata de dignidad, se trata de integridad, se trata de
honradez, se trata de ser personas y no gente. Las legiones de cafres que
embisten de frente tienen como objetivo machacar el terreno y de la expoliación,
hacer patrimonio.
Hace pocas fechas recibí con todo
el asco que imaginarse pueda, un baño de realidad abyecta y pútrida. No me
hubiese afectado tanto si mi interlocutor hubiese sido un veterano de la
política tradicional, ya sabemos de los pecados del pasado, pero se trataba de
un típico representante de las nuevas generaciones que se han encuadrado en los
partidos emergentes y que dicen proponer una regeneración de nuestras
instituciones…
Cito casi literalmente: “Yo me apunto a todas, retuiteo los mensajes
del partido, asisto a todos los actos, hago lo que haga falta. Lo que quiero es
poder dejar mi trabajo y dedicarme a esto..”. Bien, les parecerá que subo
el volumen intencionadamente y que mis palabras pretenden sobredimensionarse
con algún fin, pero la realidad es que me mueve la vergüenza. Una vergüenza
ajena en parte y propia en su mayoría, y por ella no puedo perdonarme que mi
incapacidad de denuncia y la de mis conciudadanos siga permitiendo que lo peor
de cada casa llegue a ser útil a pesar de su manifiesta incompetencia.
La expresión es vieja, ¿qué hace
un idiota para prosperar?, rodearse de individuos más incapaces que el. Pero
aquí el que mueve ficha no es un incapaz, en este juego de partidos que sirven a intereses que nada tienen que
ver con el bienestar de la ciudadanía, se trata de captar almas pequeñas que
aspiren, en su servilismo, a sentirse grandes. Es casi merecedor de ser
estudiado en una cátreda de sicología, los resultados aún conocidos de
antemano, merecerían un volumen editado en pergamino y grabado en letras
doradas.
Lo decía al principio, hay
personas dignas que desean ser para poder hacer. Muchos aspirantes a político
merecen respeto pues hacen que la integridad esté por encima de la ideología,
pero nunca serán de interés pues las estructuras de los partidos se
retroalimentan y se convierten en una
finalidad en ellas mismas. Es mejor forjar electos serviles y útiles que no se
incomoden por estar controlados como marionetas. Como tantas veces, los mejores
caen en la brecha y los peores prosperan.
Si a un tonto le das un pito y
una gorra, ya tienes a un general. Lo decía mi abuela, cuanta razón tenía.
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