Todo lo que se hace por amor, se
hace más allá del bien y del mal. Friedrich
Nietzsche
Sepan ustedes que asistí con
atención al debate de los cuatro tenores que dicen cantar mejor que nadie las
recetas para España, pero no les he de negar que debí esforzarme mucho en escucharles,
pues mi corazón y mi mente insistían en volar a otro
lado.
Una y otra vez me ensoñé
recordando un debate diferente, un debate que no ha tenido el lustre del que
protagonizaron Curro Jiménez, Algarrobo, Gitano y el Estudiante. El pasado día
diez, cuatro damas o mejor dicho, cuatro personas de sexo femenino –no deseo
que piensen ustedes que cosifico patriarcalmente- abrieron hostilidades de cara a las Elecciones
Generales que nos ha de regalar el verano, también en representación de PP,
PSOE, Podemos y Ciudadanos.
Ciertamente podría nombrar a las
cuatro ponentes, pero lo siento mucho, tan solo un nombre acude a mi mente. Un
nombre que habrá de sorprenderles si un poco me conocen o si han leído
gentilmente lo que habitualmente escribo, pues no me encaja ni a martillazos el
ideario de la aguerrida electa en el muro de mi cara-libro, ni la imaginarían
mis amigos tomándose un Martini seco a mi vera en una terraza de mi amada
Cartagena…
Pero bueno, ¿qué puede hacerse
cuando el dardo de Cupido te traspasa las asaduras y te hace sangrar amor, aún
a sabiendas de que la elección de tu corazón no te conviene?. Es historia vieja
esta de las relaciones imposibles y si recurrimos a los clásicos, todas acaban
en tragedia. Más he de decir que a pesar de aquella chirigota que nos explica que
si algo ha de recordarse de los amantes de Teruel, es que tonta era ella y tonto
él, yo les digo que eso es error de bulto y que de haberse organizado bien, la
historia hubiese acabado en boda y la fiesta de la misma, merecidamente recordada.
Disculpen, me disperso, es lo que
tiene el bobalicón estado que me provoca la Venus inesperada, la antagonista
que me abre el alma a lo imposible, mi triángulo de las Bermudas. Era de
esperar, pues el acomodo de un alma que tanto le reza a Marx como a San Agustín
de Hipona es, la más de las veces, complicado.
La primera vez que mi retina
captó a la grácil Diana Cazadora, pensé que era uno más de esos inventos que
las opciones minoritarias –al menos en Cataluña- se sacan del bolsillo para
salvar la cara, pero los días pasaban y pasaban, haciendo de esta mujer un
problema que se me acrecentaba. Me molestaba su discurso, me inquietaban sus
intenciones, le observaba soberbia y no les engaño, me cabreaba. Pero no podía
ni puedo apartar mis ojos de ella como reza la canción que popularizó Gloria Gaynor. Es más, viéndole en la prensa,
en la televisión y escuchándole en la radio, mí ya más que intratable inquietud
me decía, me gritaba, que bailar con ella debía ser lo mejor que podía hacerse
en este mundo.
Incluso una vez, que me pareció
verle en el Parlament un punto
afectada por vayan ustedes a saber que mixtura y que mascando chicle como una
posesa, parecía estar recuperándose de una mala marcha nocturna, quise
esforzarme en verbalizar un exabrupto y ¿saben?, lo único que pude decir y dije
a los que me acompañaban, fue lo guapa que me parecía y que tenía gracia la
condenada.
Disculpen, regresaré al debate.
Cuatro mentes preparadas y acumulación de indudables méritos en ellas no me
despistaron de los ojos y la sonrisa de mi sorprendente amada. Normal era la
cosa cuando hizo del menos más y con unos sencillos pantalones negros y una
unisex camisa tejana pareció vestir de ceremonia cuando los acompañó con unos
zapatos que se hicieron arte cuando sus pies los calzaron.
Aquí me tienen, rendido a la
Princesa del Clan más contrario a mis ideas e intereses. Aquí estoy, perplejo
pero no abatido, pues en la distancia que nos separa se cultivará un mundo
nuevo que nos permita pelearnos como gatos y también frenar los arañazos con
una sonrisa y un guiño mojigato. Andrea Levy es algo más que política, es el
bálsamo que cura el miedo a lo imposible, la constatación de que cuando el amor
media, no hay problema que no pueda resolverse.
Recuerdo a un amigo muy revoluta
que me repetía sin descanso que siempre me enamoraba de las fachas. No sé qué
decirles, quizás sea cosa de los zapatos…
POLITICA ES MORAL
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