miércoles, 15 de junio de 2016

ANDREA Y YO.


Todo lo que se hace por amor, se hace más allá del bien y del mal. Friedrich Nietzsche

Sepan ustedes que asistí con atención al debate de los cuatro tenores que dicen cantar mejor que nadie las recetas para España, pero no les he de negar que debí esforzarme mucho en escucharles, pues mi corazón y mi mente insistían en volar a otro lado.

Una y otra vez me ensoñé recordando un debate diferente, un debate que no ha tenido el lustre del que protagonizaron Curro Jiménez, Algarrobo, Gitano y el Estudiante. El pasado día diez, cuatro damas o mejor dicho, cuatro personas de sexo femenino –no deseo que piensen ustedes que cosifico patriarcalmente-  abrieron hostilidades de cara a las Elecciones Generales que nos ha de regalar el verano, también en representación de PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos.

Ciertamente podría nombrar a las cuatro ponentes, pero lo siento mucho, tan solo un nombre acude a mi mente. Un nombre que habrá de sorprenderles si un poco me conocen o si han leído gentilmente lo que habitualmente escribo, pues no me encaja ni a martillazos el ideario de la aguerrida electa en el muro de mi cara-libro, ni la imaginarían mis amigos tomándose un Martini seco a mi vera en una terraza de mi amada Cartagena…

Pero bueno, ¿qué puede hacerse cuando el dardo de Cupido te traspasa las asaduras y te hace sangrar amor, aún a sabiendas de que la elección de tu corazón no te conviene?. Es historia vieja esta de las relaciones imposibles y si recurrimos a los clásicos, todas acaban en tragedia. Más he de decir que a pesar de aquella chirigota que nos explica que si algo ha de recordarse de los amantes de Teruel, es que tonta era ella y tonto él, yo les digo que eso es error de bulto y que de haberse organizado bien, la historia hubiese acabado en boda y la fiesta de la misma, merecidamente recordada.

Disculpen, me disperso, es lo que tiene el bobalicón estado que me provoca la Venus inesperada, la antagonista que me abre el alma a lo imposible, mi triángulo de las Bermudas. Era de esperar, pues el acomodo de un alma que tanto le reza a Marx como a San Agustín de Hipona es, la más de las veces, complicado.

La primera vez que mi retina captó a la grácil Diana Cazadora, pensé que era uno más de esos inventos que las opciones minoritarias –al menos en Cataluña- se sacan del bolsillo para salvar la cara, pero los días pasaban y pasaban, haciendo de esta mujer un problema que se me acrecentaba. Me molestaba su discurso, me inquietaban sus intenciones, le observaba soberbia y no les engaño, me cabreaba. Pero no podía ni puedo apartar mis ojos de ella como reza la canción que popularizó  Gloria Gaynor. Es más, viéndole en la prensa, en la televisión y escuchándole en la radio, mí ya más que intratable inquietud me decía, me gritaba, que bailar con ella debía ser lo mejor que podía hacerse en este mundo.

Incluso una vez, que me pareció verle en el Parlament un punto afectada por vayan ustedes a saber que mixtura y que mascando chicle como una posesa, parecía estar recuperándose de una mala marcha nocturna, quise esforzarme en verbalizar un exabrupto y ¿saben?, lo único que pude decir y dije a los que me acompañaban, fue  lo guapa que me parecía y que tenía gracia la condenada.

Disculpen, regresaré al debate. Cuatro mentes preparadas y acumulación de indudables méritos en ellas no me despistaron de los ojos y la sonrisa de mi sorprendente amada. Normal era la cosa cuando hizo del menos más y con unos sencillos pantalones negros y una unisex camisa tejana pareció vestir de ceremonia cuando los acompañó con unos zapatos que se hicieron arte cuando sus pies los calzaron.

Aquí me tienen, rendido a la Princesa del Clan más contrario a mis ideas e intereses. Aquí estoy, perplejo pero no abatido, pues en la distancia que nos separa se cultivará un mundo nuevo que nos permita pelearnos como gatos y también frenar los arañazos con una sonrisa y un guiño mojigato. Andrea Levy es algo más que política, es el bálsamo que cura el miedo a lo imposible, la constatación de que cuando el amor media, no hay problema que no pueda resolverse.

Recuerdo a un amigo muy revoluta que me repetía sin descanso que siempre me enamoraba de las fachas. No sé qué decirles, quizás sea cosa de los zapatos…

POLITICA ES MORAL

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