“Sostenemos como evidentes estas verdades: que
todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de
ciertos derechos inalienables; que entre éstos están la vida, la libertad y la
búsqueda de la felicidad; que para garantizar estos derechos se instituyen
entre los hombres los gobiernos, que derivan sus poderes legítimos del
consentimiento de los gobernados; que cuando quiera que una forma de gobierno
se haga destructora de estos principios, el pueblo tiene el derecho a
reformarla o abolirla e instituir un nuevo gobierno que se funde en dichos
principios, y a organizar sus poderes en la forma que a su juicio ofrecerá las
mayores probabilidades de alcanzar su seguridad y felicidad”.
Declaración
de Independencia de los Estados Unidos, 1776
Este
párrafo describe de forma preclara lo que ha de ser un gobierno “justo”.
También
es clara la reflexión que sobre la injusticia de un gobierno enuncia el
artículo 35 de la Declaración de los Derechos del Hombre de 1973: “Cuando el gobierno viola los derechos del
pueblo la insurrección es para el pueblo, y para cada porción del pueblo, el
más sagrado de sus derechos y el más indispensable de sus deberes”.
Nadie
puede dudar del carácter democrático de los dos planteamientos. La pregunta que
subyace es si estamos en el punto en el que los gobernados deban reclamar el
derecho a derrocar a aquellos, que amparándose en leyes otrora justas, han
pervertido estas en beneficio propio y de una élite a la que “realmente”
representan…
Sin
duda ya hemos llegado al punto sin retorno, a la ideología de la desesperación,
a la necesidad del cambio de un sistema que oprime bajo una falsa imagen de
legitimidad.
En
un pandemonio de ajustes, recortes y limitaciones, la casta política, en
colaboración a los poderes fácticos a los que sirve, ataca a la ciudadanía para
mantener su estatus. Se ha olvidado el contrato social que establece que “los poderes legítimos derivan del
consentimiento de los gobernados”.
Este
ciudadano está seguro de no ser representado, este ciudadano sabe que no
recibirá ayuda, este ciudadano se prepara para lo peor. Nadie le prestará
ayuda. Otros, en la misma urgencia de posibilidades de supervivencia se unirán
a él y el a ellos. Triste final, traumática la reacción, la única opción de
futuro…
Patricios
que os llamáis “legítimos representantes”, cuidado. Otras veces escrito, muchas
pronunciado, no hay peor enemigo que aquel que no tiene retaguardia a la que
retirarse.
Somos más, estamos cansados, tenemos miedo, atacaremos…
POLITICA ES MORAL
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