«No
hay que preocuparse de sí mismo y de quedar bien. En la concepción de las
grandes empresas basta con el honor de haber sido providencialmente invitados.
Hemos sido llamados a poner en marcha, no a concluir.» Angelo Giuseppe Roncalli. Juan XXIII.
La fe es como un andamio. Mantiene firme nuestra
fachada mientras la restauramos día a día. Históricamente he mantenido equidistantes mis
planteamientos socio-políticos de mis posiciones de fe. Pero la realidad en la que
me desenvuelvo me aboca a usufructuar todos los recursos que educación,
relaciones y tradición familiar me ofrecen.
Hace cincuenta y tres años, un anciano recibió la
púrpura papal con un planteamiento de “provisionalidad”. Reclamó para sí el
nombre de Juan XXIII y en contra de lo que esperaba la curia romana, partiendo
de una posición calma y humilde, revolucionó a la Iglesia Católica. Puso en
marcha el Concilio Vaticano II.
El Papa Roncalli inició el que debía ser el camino
de renovación del Vaticano y por extensión del catolicismo. Estableció, por
primera vez, una política de acercamiento de la Iglesia al mundo (el llamado
“aggiornamento”). La liturgia dejó de utilizar el latín e incorporó la lengua
de cada uno de los países en los que se realizaba. Limó antagonismos históricos
entre las diferentes confesiones y propuso el ecumenismo como el camino válido
para conseguir el reencuentro de todos los cristianos “en lo que nos une y no en lo que nos separa”.
Es cierto que tras la muerte de Juan XXIII, los
aires de cambio dejaron de soplar con fuerza. Sin duda, la deseada “apertura”
se detuvo y Roma involucionó a concepciones que podemos denunciar como
retrogradas. Se regresó a posiciones cercanas al poder y a los órganos de
decisión económicos y políticos. Así, la Iglesia se cerró a las mayorías y
abandonó la posibilidad de ser la casa de todos…
No puedo evitar hacer paralelismos entre el episodio
que representa el Concilio Vaticano II y la democracia en nuestro país. Se
dispuso de la oportunidad de cambiar la sociedad y se malogró. Unos pocos
priorizaron el propio interés frente a la mayoría a la que supuestamente
representaban.
En lo que nos une y no en lo que nos separa. La base
de trabajo en la que la política democrática debería trabajar, viene a mi
memoria en la boca de un Papa que consideró que no podía pensar en los
problemas desde un punto de vista personal. Para él, el mayor honor de un
hombre era haber concebido una empresa, haberla iniciado, saber que los
beneficios de esta eran patrimonio de todos…
POLITICA
ES MORAL
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