Hacía un día maravilloso. Debí pensar que algún
impresentable vendría y lo fastidiaría…
Huelga decir que en estos tiempos los momentos de
asueto resultan escasos. Uno de ellos, para mí, es el desayuno. En ello estaba
cuando llegó un camión de reparto a entregar género a la pollería situada al
lado del bar al que habitualmente acudo (al coincidir horario, repartidor y yo
siempre nos saludamos). Debido a la configuración de la acera, y para no
entorpecer el tráfico de la calzada, el repartidor siempre eleva dos ruedas
sobre la misma (tiene cuatro metros de ancho), abre los portones, baja tres gavetas
con canales de pollo y un retractilado de huevos.
La operación dura no más de cinco minutos (descarga
a suelo, entrada del producto a tienda, firma del albarán y otra vez al
volante) pero aquel día el proceso se alargó. Apareció un guardia urbano…
Para mi sorpresa, el agente se acercó al vehículo a
la carrera (literalmente) y sin mediar palabra inició la redacción de la
sanción que aquel acto vil del Sr. Pollero merecía. El repartidor, educadamente,
advirtió al “servidor público” de que ya se marchaba, que se trataba de un
instante. El pobre empleado advirtió, con buena fe, que siempre se detenía en
el mismo punto y que nunca “había pasado nada”.
Gasolina al fuego. El agente vio el cielo abierto e
inició una diatriba encaminada a “reforzar” su acto sancionador. Apeló al Olimpo
de los dioses de la responsabilidad ciudadana y al cacaraeado “las normas son
iguales para todos”…, aquí exploté.
Me levante de la mesa, abandone a mi madalena y mi
café con leche empezó a parecerse a un café con hielo. Me acerqué al urbano y
le espeté un irreflexivo “¿pero quien te crees que eres?”.
La sorpresa duró un instante. Respondió con
prontitud (será el entrenamiento) y procedió a amenazarme con sancionarme por
no sé qué milongas de la autoridad,etc, etc…
Créanme, mantuve la calma. Me disculpe por el tono
de mi inicial interpelación e intenté explicarme. Le informé de la realidad de
las empresas, de lo difícil que resulta mantener la actividad, de que cada vez
los medios son menores y que en lo referente a la logística, día a día se debe
hacer más con menos. Ni caso, altanería y suficiencia. Diríase que desprecio…
Insistí. En ese punto el furgón objetivamente no estorba
y nunca había procedido a un estacionamiento prolongado. Ni caso, altanería y suficiencia.
Diríase que desprecio…
Exploté otra vez. Le indiqué un punto cercano en el
que un “grupito” trapichea con droga. Le recriminé que a pesar de que los
vecinos han denunciado la situación, nunca aparecen las patrullas para
controlar o presionar a los “menuderos”. Me recomendó llamar a los Mossos de
Escuadra. El estaba sancionando una infracción de tráfico…
El Sr.Pollero hubo de recoger la multa, yo tragarme
la mala leche y el guardia cumplió con parte de su cupo sancionador. ¿Servidores
públicos?. No, créanme, no lo son. Al igual que en la edad antigua, se trata de
recaudadores cuya finalidad es mantener el estatus de sus “señores” exprimiendo
a una ciudadanía exhausta. Sepan que la multa ascendió a 200 €.
Tengo amigos en los Cuerpos de Seguridad del Estado
y de las Policías Locales. Por suerte no todos son iguales. Muchos piensan
antes de actuar y ponderan razones y consecuencias de las acciones de los
ciudadanos. Desgraciadamente parecen ser minoría…
Lástima
de historia, este Robin Hood aficionado acabó sin plumas y cacareando, el
ciudadano repartidor expoliado y el Sheriff de Nottingham nos
dedicó a ambos una sonrisa afilada mientras se guardaba los doblones en el
bolsillo.
POLITICA ES MORAL
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