Hoy es uno de esos días en los
que la tristeza me invade y aborta cualquier sonrisa que se atreva a asomarse al
balcón de mi boca. Hoy celebramos una enorme mentira, hoy veo que hemos tirado
todo por la borda.
Vamos a ver, lo que debemos tener
en cuenta, el dato que habría de encender ánimos y provocar reacciones, lo ha
ofrecido la Agencia Tributaria como aquel que no quiere la cosa: el 47% de los
trabajadores españoles cobran menos de 1000 euros al mes, en un país en el que
el salario mínimo interprofesional es de 707,60 euros. El dato es frio y
doloroso, los españoles se mantienen o se incorporan al mercado laboral en
precario. Es, objetivamente, una causa belli (un motivo de guerra) pero no
sucederá nada, absolutamente nada. La masa social está más arrodillada que
nunca, ni siquiera los siervos de la gleba medievales definieron una situación
de sometimiento como la que hoy vivimos
Los siervos de la gleba eran, a
efectos prácticos, esclavos sin más derechos que los que el propietario de las tierras
que trabajaban les otorgaba. La nobleza
de aquel momento histórico daba y quitaba futuro sobre unas gentes que para la
misma eran poco más que animales. ¿No reconocen la analogía?. Imagino que sí
aunque no deseen hacerlo, en cualquier caso toca decirlo y ayudarles a que se
lo traguen aunque resulte amargo.
Hoy, en la manifestación de
Barcelona, la convocatoria del día de los trabajadores ha mostrado –una vez
más- nuestra incapacidad de defender el derecho a un trabajo digno. Hablo de
nuestra capacidad por una razón lapidaria, pues para los que manejan el cotarro
económico, ya está bien pero que muy bien el sistema. Lo han conseguido amigos,
nos han dormido la voluntad con mentiras que, a fuerza de ser repetidas, ya nos
parecen verdades, ¿me dirán que no?.
Lo vivido hoy es la
representación de una derrota, quizás la más amarga de todas, pues es fruto de
una absoluta falta de unidad de criterio frente a los abusos que la ciudadanía
padece. Tres horas diferentes para iniciar la manifestación dependiendo de
quién convocaba, mucha bandera partidista y la falta de un mensaje consensuado
duro y directo, nos han dado medida de nuestra debilidad. Es un hecho, eso que
llamamos la izquierda progresista (yo desearía denominarla de progreso) no está
unida, quizás nunca lo estuvo, pues es más que evidente que cuando un
sindicalista se hace con dinero deja de ser sindicalista, igual que cuando un
cura llega a obispo deja de creer en Dios.
La celebración del primero de
mayo ya parece no tener sentido. Permítanse mirar de frente a la realidad, por
un vez permítanse el ser sinceros consigo mismos. El puñetazo de casi cuatro
millones de parados debería dejarnos KO, también se nos deberían atragantan las
familias que viven de forma perentoria a pesar de tener trabajo y no pueden
hacer frente a las necesidades básicas de vivienda, alimentación, educación y
sanidad. Por otro lado, reconocemos otra franja social atada a las hipotecas, a
los préstamos personales, a la letra del coche, a la mutua de salud privada, al
colegio concertado y a un consumo desaforado que le rellene una vida que está
vacía si no se trata con buenas dosis de tarjeta de crédito, ¿me dirán que no?.
No sé, el plan ha funcionado, se ha conseguido que la contestación se acalle
gracias a la tortura del Tántalo, es decir, a un tormento continuado que nos
mantiene al límite pero sin ahogarnos. Es inapelable que estamos pillados por
las gónadas, pues es tanto lo que nos tiene atados de pies y manos que hay que
tragar con trabajos de mierda para seguir viviendo endeudados.
Uno va viendo como el compromiso
de las gentes o los partidos políticos se muestra en aspectos que no
comprometan su realidad económica pero que permitan parecer unos
revolucionarios mega-activos. Nacionalismo como fórmula radical de cambio,
lucha de género, ecologismo, protección de los animales de compañía y no sé
cuantas trincheras más, tranquilizan conciencias sin generar cambios cuya
finalidad sea el bienestar del cuerpo social. Vivimos como podemos esperando tiempos
mejores que a todas luces ya no resultan posibles. La clase política ha visto y
sigue viendo a sus votantes como ubres a ordeñar y han hecho del erario público
un caladero que llena su bolsillo y garantiza su futuro robándoselo a otros.
Pero lo peor de todo es que aquellos a los que se les expolia se olvidan de su
desgracia y ponen voluntad y narices en defender a clubs de futbol olvidando a
sus hijos. Quiero decir que si bien es cierto que nos machacan sin disimulo,
nosotros somos culpables de mirar a otro lado. Seguro que les suena: si yo
estoy bien, todo lo demás está bien. Así de lerdos somos, así de lerdos.
Estoy harto, estoy casi agotado.
Ver hoy a políticos hablar de futuro frente a las cámaras cuando ellos se lo
han cargado, genera ganas de repartir hostias a manos llenas. Ya no es un
exabrupto, empieza a ser una tentación de muy difícil gestión. En definitiva,
se necesita un cambio y no parece ser factible en la Democracia tal como la
entendemos o mejor dicho, entendimos en aquel lejano 1978. Concejales, diputados,
senadores y todos los cargos electos, sea cual sea su adscripción y naturaleza,
se muestras llenos de palabras y no nos ofrecen ningún hecho.
Ni tan siquiera podemos confiar
en una justicia que cercene los miembros gangrenados del sistema. La política
elige el sistema judicial, así los ladrones se han juzgado y juzgan a si
mismos. ¿Las sentencias?, siempre a favor del latrocinio, ¿qué esperaban?. ¿Es
usted un presidente autonómico, el yerno de un rey o un ministro?, no se
preocupe que la justicia seguirá su curso para llegar a ninguna parte: estoy
seguro que nadie ha visto regresar a las arcas públicas lo que semejantes
ladrones robaron. ¿Es usted un pequeño comerciante y pide aplazar el pago de un
IVA?, dese por jodido, pagará un recargo. ¿Motivo?, los siervos deben pagar
puntuales para mantener los vicios de los amos. ¿Qué dramatizo?, pues bueno,
pues vale, para ustedes la perra gorda.
Primero de mayo, Día del
Trabajador, menuda broma de mal gusto. Echen cuentas, la economía española vive
de la deuda, de la especulación financiera y se aleja de la economía productiva.
Un trabajador de cadena industrial, con una jornada de ocho horas o más, cobra 850
euros netos por doce pagas y un concejal de un municipio de 24000 habitantes, con horario flexible, un neto de 2500 euros.
Algo sucede, pero claro, están en su derecho de pensar que dinamito eso de la
representación popular. Yo digo que es imprescindible segar el prado, roturar
la tierra y volver a sembrar. ¿Creemos que la clase política es clase
trabajadora?, uno diría -visto lo visto- que en todo caso, nos saben trabajar
muy bien las voluntades en su beneficio.
Me sorprende que nos sorprenda
que parte de la sociedad se radicalice. Es muy difícil apoyar a los clarines de
la igualdad y el respeto, pues cuando los valores intrínsecos se rompan en
pedazos para convertirnos en parte de la gran empresa, cuando la carrera al
beneficio acabe hasta con las pensiones del salvavidas que para las familias
suponen los abuelos, cuando la población se de cuenta de que la realidad ya no
ofrece más que precariedad presente y futura, las soluciones mágicas triunfarán
y estallará la violencia. Me refiero al totalitarismo redentor que da y quita
razones cuando la razón desaparece.
Siento estar en el lugar que
estoy, pues en él me sumerjo en mis conocimientos y recuerdo que un mes de
octubre de 1933, en mitad de nuestro hermoso sueño republicano, alguien dijo
que el Estado liberal nos deparaba la
esclavitud económica, porque a los obreros se les decía que eran libres de
trabajar en lo que deseasen; pues nadie podía obligarles a aceptar unas u otras
condiciones. Los ciudadanos libres –decían- si no quieren, no están obligados a
aceptarlas, pero los ciudadanos pobres, de no aceptar las condiciones que se
les impongan, morirán de hambre, eso sí, rodeados de la máxima dignidad liberal.
Así veríamos cómo en los países donde se había llegado a tener los Parlamentos
más brillantes y las instituciones democráticas más finas, no había más que
separarse unos cientos de metros de los barrios lujosos para encontrar tugurios
infectos donde vivían hacinados los obreros y sus familias, en un límite de
decoro casi infrahumano. También se explicaba que los trabajadores de los campos que de sol a sol se
doblaban sobre la tierra, ganaban en todo el año, gracias al libre juego de la
economía liberal, setenta u ochenta jornales de tres pesetas.
Esta disertación pertenece al
discurso de la fundación de la Falange Española que ofreció José Antonio Primo
de Rivera. Decía el falangista que en una comunidad (sociedad) no debe haber convidados
ni debe haber zánganos y que eliminándolos la decadencia cesa. Afirmaba que no
se necesita el instrumento intermediario y pernicioso de los partidos
políticos, pues como grupos artificiales, nos alejan de nuestras realidades
auténticas. Soy consciente de que sorprende, pero lo más preocupante es que
habrá quien recoja el fascismo del pasado y nos lo haga tragar como la mejor
solución a nuestros males. Ya lo ven, la base teórica está a pública
disposición y va calando.
Hoy, a la hora de la comida, frente
a mí, dos personas han sopesado sin empacho la necesidad de que alguien empiece
a repartir ostias con un brazo que no se canse. He optado por el silencio como
respuesta y pueden creerme, no he podido tomarme el postre.
POLITICA ES MORAL
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