Muchas formas hay de acometer eso
del servicio militar, lo que popularmente conocemos como mili. La más visible es la
que apela a aquello tan decimonónico de servir a la patria, honrar las
tradiciones y proteger el territorio de los enemigos. En cualquier caso, uno de
forma aviesa prefiere cargarse la idea primigenia y tirar por caminos más
tortuosos aunque el recorrerlos nos dañe los pies un poco. Les invito a una
marcha forzada hasta un acuartelamiento que se abandonó hace ya mucho tiempo:
el sentido de la corresponsabilidad.
Uno camina con objetivo pero en
ocasiones, también disfruta con aquello de deambular sin más destino que ver,
oír y callar. En ese estar sin pretensiones es cuando aprendemos más, pues la
supuesta pérdida de tiempo, nos hace ganar la verdadera realidad. Esta sociedad
se ha desprendido de todo aquello que suponga esfuerzo, ha alargado la
adolescencia hasta la madurez y ha conseguido que los supuestos adultos no
sirvan para enseñar nada que no sea la gran obra teórica y práctica del
hedonismo. En resumen, nuestro presente conjuga la primera persona del plural
con un yo y no con un nosotros. ¿Imaginan el motivo?, ¿no?, pues es muy
sencillo, nuestro país ha diluido los ritos iniciáticos y dotando de igual
valor la percepción de niños y adultos,
ha dinamitado las etapas que cualquier ser humano ha de menester para madurar y
convertirse en un elemento colaborante y por tanto valioso para el cuerpo
social y el futuro del mismo.
Creemos educar a nuestros hijos,
pero en realidad les sobreprotegemos y tan solo les aportamos conocimientos.
Pretendemos que nunca sufran frustraciones, que no se sientan agraviados, les
deseamos mansos y bajo control, les hacemos ver que no han de preocuparse por
nada, que no es necesario competir, que siempre estará todo bien. Les
convencemos sin palabras de que su calidad de vida no variará y que tienen
derecho a ser felices. Les asalvajamos en su corrección formal, pues lo que
observamos a simple vista, en realidad, está enfermo. ¿No han visto nunca a
menores ordenar a sus padres que ha de comprarse en un supermercado o en unos
grandes almacenes?, estoy convencido de que sí han tenido esa experiencia.
También les diré, que muy probablemente, este ser impertinente les ha puesto un
espejo frente a la cara. Les ruego me perdonen…
Miren, yo necesito recogerme
cuando la tormenta arrecia, por ello construyo diques con los libros y así,
mejor o peor, me salvo el cuello y doy razones a quienes me preguntan. Existen
escritores que escribiendo supuestamente ciencia-ficción, nos patean los
bemoles y nos ponen en nuestro sitio. Viene hoy al pelo de un calvo el insigne Herbert
George Wells, el conocido autor de La Guerra de los Mundos y una lapidaria
reflexión que le pertenece: hay verdades en las que se tiene que crecer. Poco
podría uno añadir, pero para quien quiera dejar de pensar que Wells era
críptico, les diré que hay que acercarse a la realidad cruda, a la vida en
definitiva y sufrirla y disfrutarla en igual medida. Un ciudadano no nace en
una arcadia, un ciudadano nace en un mundo imperfecto y su crecer debe llevar
emparejado el esfuerzo de entenderlo.
Necesitamos recuperar los ritos,
las vitales fronteras internas que nos hacen visualizar nuestra progresiva
capacitación y las derivadas de nuestros actos en nuestro entorno. Como bien
indica mi amigo Miguel, necesitamos momentos en la vida que nos ayuden a ser
independientes, al cabo, personas con criterio propio en mitad del caos y
también inmersos en la más kafkiana disciplina. No imaginen que apelo a un
servicio castrense y carente de más sentido que la obediencia ciega sobre
preceptos muchas veces incongruentes, lo que intento indicar es que debemos
recuperar espacios comunes en los que nos reconozcamos de forma absoluta y
dejemos de mirarnos el propio ombligo y
empecemos a mirar a los demás a los ojos.
No diré que mi periodo militar
fuese muy normal, pero tampoco viene al caso explicar las tradicionales
batallitas que todos los viejunos tenemos, pero si hay un aspecto que deseo
resaltar: en la mili entendí las asimetrías de mi país y si no había madurado
bastante, con 19 años entendí que el mundo era muy grande, que mi casa era una
anécdota y que debía valorar lo que mis padres me habían dado. Conocí a jóvenes
de familia adinerada y también pobres de solemnidad, muchachos que se habían
incorporado al servicio con una novia embarazada, soldados que buscaban
fórmulas para escapar de aquella obligación por necesitar sus familias
perentoriamente su sueldo, yonkis que tal como llegaban a destino eran enviados
al Hospital Militar para desengancharlos de la droga y chavales que no habían
estudiado y que a mitad de los años ochenta del siglo pasado tan solo sabían
escribir su nombre. En definitiva, me sumergí en la muestra viva más amplia de
lo que era España que jamás había visto.
Regreso con la mula al trigo y
les afirmo que los ritos nos abren puertas al tiempo que nos ayudan a cerrar
otras, pues marcar puntos de inflexión nos permite reconocer el propio progreso
y empoderarnos de forma positiva. No contemplar las necesarias etapas de un
viaje vital, nos aboca al marasmo insustancial y rentista. Nuestros jóvenes y
nosotros los adultos- como mentores de los mismos- hemos de retomar la idea de
que nuestras libertades son hijas de nuestras comunes obligaciones. Reconocer la necesidad de los ritos es útil y
tiene una base tradicional en su acepción más positiva: existen aspectos
objetivamente de progreso en una sociedad. Hemos de hacerlos visibles y enseñar
que compartir tareas con los demás es lo que mejor construye el propio
carácter. De ahí la necesidad de una mili que no tendrá porqué armarse con
fusiles y artillería, será suficiente con llevar a la joven ciudadanía a
comprometerse en servicios visiblemente necesarios y que les alejen de la
cómoda realidad de sus familias. Podrán preguntar por aquellos que no disfruten
de esa comodidad y deberé apuntar que también los que estén en riesgo verán, en
mancomunar esfuerzos, el compromiso de un Estado por acompañarles en el logro
de un mejor futuro.
Toca replantear el modelo de
sociedad, debemos dotar de carácter a nuestras nuevas generaciones y si
entendemos que no es el Ejército la institución adecuada, habrán de crearse
periodos de servicio para mujeres y hombres en aquellos lugares en los que las
necesidades atendidas doten a los que presten servicio de trascendencia ante
ellos mismos. Miren, el servicio desinteresado y alejado de los algodones pone
a las personas en relación directa con algo que supera su individualidad y
facilita el sumar personas y no gentes.
Hemos de redefinir el servicio militar
como servicio generacional y llevar la idea a la consciencia y a la conciencia
del individuo, en definitiva, ha de regresar la sociedad a establecer momentos
que nos obliguen a valorar nuestra realidad. El tiempo que tarde en lograrse es
algo difícil de establecer y es evidente que quizás no siempre sería necesario
un compromiso desinteresado durante un periodo de tiempo largo, pues ciertamente
existe una juventud comprometida en nuestros días, pero la verdad es que
porcentualmente no inhabilita mí planteamiento. No podemos permitirnos ser
sutiles y políticamente correctos pues tan solo sentándonos a ver la televisión,
nos explica claramente la cosa uno al que llaman Hermano Mayor y también un
voluntarioso juez que no deja de sorprenderse con los delitos y faltas de los
menores, me refiero a Emilio Calatayud.
Les ruego que no se permitan
hablar de involución en base a lo que planteo. Nada más lejos de la realidad,
se trata de una postura a todas luces progresista, pero con una cierta sabia de
progreso que coge el toro por los cuernos. Debemos dejarnos de simulacros pedagógicamente
buenistas y poner en valor lo tangible como el mejor libro de texto. No
existen fórmulas mágicas y tengo el convencimiento que de evitarse el denigrar
a los jóvenes en sus funciones voluntarias, se entendería la necesidad de saber
la trascendencia de nuestros actos y la exigencia inapelable de ponerse manos a
la obra.
Permítanme confesarles que me ha
llevado hoy a recordar acuartelamientos. En una reunión dedicada a programar la
práctica deportiva en mi municipio, el técnico municipal explicitó problemas de
relación con algunos clubes por demandar estos que la práctica de su disciplina
siempre fuese en instalaciones cubiertas. A mi pregunta sobre el motivo, el
funcionario respondió que los padres exigían que los niños no pasen frio en
invierno o se mojen cuando llueve. Bien, yo me encabroné un poco –he de
reconocerlo- pero con la mayor flema que pude apostar, advertí que si esa es la
prioridad de los progenitores de los hombres y mujeres del futuro, quizás no merecen
vivir en nuestro pueblo, disponer de las infraestructuras del mismo y tener el
privilegio de que sus hijos tengan la posibilidad de elegir el deporte en el
que sienten contentos...
Me desconecté del parloteo y no
les diré otra cosa, pensé que aquí lo que hace falta es que vuelva la puta
mili.
POLITICA ES MORAL
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