miércoles, 17 de mayo de 2017

LA PUTA MILI


Muchas formas hay de acometer eso del servicio militar, lo que popularmente conocemos como mili. La más visible es la que apela a aquello tan decimonónico de servir a la patria, honrar las tradiciones y proteger el territorio de los enemigos. En cualquier caso, uno de forma aviesa prefiere cargarse la idea primigenia y tirar por caminos más tortuosos aunque el recorrerlos nos dañe los pies un poco. Les invito a una marcha forzada hasta un acuartelamiento que se abandonó hace ya mucho tiempo: el sentido de la corresponsabilidad.

Uno camina con objetivo pero en ocasiones, también disfruta con aquello de deambular sin más destino que ver, oír y callar. En ese estar sin pretensiones es cuando aprendemos más, pues la supuesta pérdida de tiempo, nos hace ganar la verdadera realidad. Esta sociedad se ha desprendido de todo aquello que suponga esfuerzo, ha alargado la adolescencia hasta la madurez y ha conseguido que los supuestos adultos no sirvan para enseñar nada que no sea la gran obra teórica y práctica del hedonismo. En resumen, nuestro presente conjuga la primera persona del plural con un yo y no con un nosotros. ¿Imaginan el motivo?, ¿no?, pues es muy sencillo, nuestro país ha diluido los ritos iniciáticos y dotando de igual valor  la percepción de niños y adultos, ha dinamitado las etapas que cualquier ser humano ha de menester para madurar y convertirse en un elemento colaborante y por tanto valioso para el cuerpo social y el futuro del mismo.

Creemos educar a nuestros hijos, pero en realidad les sobreprotegemos y tan solo les aportamos conocimientos. Pretendemos que nunca sufran frustraciones, que no se sientan agraviados, les deseamos mansos y bajo control, les hacemos ver que no han de preocuparse por nada, que no es necesario competir, que siempre estará todo bien. Les convencemos sin palabras de que su calidad de vida no variará y que tienen derecho a ser felices. Les asalvajamos en su corrección formal, pues lo que observamos a simple vista, en realidad, está enfermo. ¿No han visto nunca a menores ordenar a sus padres que ha de comprarse en un supermercado o en unos grandes almacenes?, estoy convencido de que sí han tenido esa experiencia. También les diré, que muy probablemente, este ser impertinente les ha puesto un espejo frente a la cara. Les ruego me perdonen…

Miren, yo necesito recogerme cuando la tormenta arrecia, por ello construyo diques con los libros y así, mejor o peor, me salvo el cuello y doy razones a quienes me preguntan. Existen escritores que escribiendo supuestamente ciencia-ficción, nos patean los bemoles y nos ponen en nuestro sitio. Viene hoy al pelo de un calvo el insigne Herbert George Wells, el conocido autor de La Guerra de los Mundos y una lapidaria reflexión que le pertenece: hay verdades en las que se tiene que crecer. Poco podría uno añadir, pero para quien quiera dejar de pensar que Wells era críptico, les diré que hay que acercarse a la realidad cruda, a la vida en definitiva y sufrirla y disfrutarla en igual medida. Un ciudadano no nace en una arcadia, un ciudadano nace en un mundo imperfecto y su crecer debe llevar emparejado el esfuerzo de entenderlo.

Necesitamos recuperar los ritos, las vitales fronteras internas que nos hacen visualizar nuestra progresiva capacitación y las derivadas de nuestros actos en nuestro entorno. Como bien indica mi amigo Miguel, necesitamos momentos en la vida que nos ayuden a ser independientes, al cabo, personas con criterio propio en mitad del caos y también inmersos en la más kafkiana disciplina. No imaginen que apelo a un servicio castrense y carente de más sentido que la obediencia ciega sobre preceptos muchas veces incongruentes, lo que intento indicar es que debemos recuperar espacios comunes en los que nos reconozcamos de forma absoluta y dejemos de  mirarnos el propio ombligo y empecemos a mirar a los demás a los ojos.

No diré que mi periodo militar fuese muy normal, pero tampoco viene al caso explicar las tradicionales batallitas que todos los viejunos tenemos, pero si hay un aspecto que deseo resaltar: en la mili entendí las asimetrías de mi país y si no había madurado bastante, con 19 años entendí que el mundo era muy grande, que mi casa era una anécdota y que debía valorar lo que mis padres me habían dado. Conocí a jóvenes de familia adinerada y también pobres de solemnidad, muchachos que se habían incorporado al servicio con una novia embarazada, soldados que buscaban fórmulas para escapar de aquella obligación por necesitar sus familias perentoriamente su sueldo, yonkis que tal como llegaban a destino eran enviados al Hospital Militar para desengancharlos de la droga y chavales que no habían estudiado y que a mitad de los años ochenta del siglo pasado tan solo sabían escribir su nombre. En definitiva, me sumergí en la muestra viva más amplia de lo que era España que jamás había visto.

Regreso con la mula al trigo y les afirmo que los ritos nos abren puertas al tiempo que nos ayudan a cerrar otras, pues marcar puntos de inflexión nos permite reconocer el propio progreso y empoderarnos de forma positiva. No contemplar las necesarias etapas de un viaje vital, nos aboca al marasmo insustancial y rentista. Nuestros jóvenes y nosotros los adultos- como mentores de los mismos- hemos de retomar la idea de que nuestras libertades son hijas de nuestras comunes obligaciones.  Reconocer la necesidad de los ritos es útil y tiene una base tradicional en su acepción más positiva: existen aspectos objetivamente de progreso en una sociedad. Hemos de hacerlos visibles y enseñar que compartir tareas con los demás es lo que mejor construye el propio carácter. De ahí la necesidad de una mili que no tendrá porqué armarse con fusiles y artillería, será suficiente con llevar a la joven ciudadanía a comprometerse en servicios visiblemente necesarios y que les alejen de la cómoda realidad de sus familias. Podrán preguntar por aquellos que no disfruten de esa comodidad y deberé apuntar que también los que estén en riesgo verán, en mancomunar esfuerzos, el compromiso de un Estado por acompañarles en el logro de un mejor futuro.

Toca replantear el modelo de sociedad, debemos dotar de carácter a nuestras nuevas generaciones y si entendemos que no es el Ejército la institución adecuada, habrán de crearse periodos de servicio para mujeres y hombres en aquellos lugares en los que las necesidades atendidas doten a los que presten servicio de trascendencia ante ellos mismos. Miren, el servicio desinteresado y alejado de los algodones pone a las personas en relación directa con algo que supera su individualidad y facilita el sumar personas y no gentes.

Hemos de redefinir el servicio militar como servicio generacional y llevar la idea a la consciencia y a la conciencia del individuo, en definitiva, ha de regresar la sociedad a establecer momentos que nos obliguen a valorar nuestra realidad. El tiempo que tarde en lograrse es algo difícil de establecer y es evidente que quizás no siempre sería necesario un compromiso desinteresado durante un periodo de tiempo largo, pues ciertamente existe una juventud comprometida en nuestros días, pero la verdad es que porcentualmente no inhabilita mí planteamiento. No podemos permitirnos ser sutiles y políticamente correctos pues tan solo sentándonos a ver la televisión, nos explica claramente la cosa uno al que llaman Hermano Mayor y también un voluntarioso juez que no deja de sorprenderse con los delitos y faltas de los menores, me refiero a Emilio Calatayud.

Les ruego que no se permitan hablar de involución en base a lo que planteo. Nada más lejos de la realidad, se trata de una postura a todas luces progresista, pero con una cierta sabia de progreso que coge el toro por los cuernos. Debemos dejarnos de simulacros pedagógicamente buenistas y poner en valor lo tangible como el mejor libro de texto. No existen fórmulas mágicas y tengo el convencimiento que de evitarse el denigrar a los jóvenes en sus funciones voluntarias, se entendería la necesidad de saber la trascendencia de nuestros actos y la exigencia inapelable de ponerse manos a la obra.

Permítanme confesarles que me ha llevado hoy a recordar acuartelamientos. En una reunión dedicada a programar la práctica deportiva en mi municipio, el técnico municipal explicitó problemas de relación con algunos clubes por demandar estos que la práctica de su disciplina siempre fuese en instalaciones cubiertas. A mi pregunta sobre el motivo, el funcionario respondió que los padres exigían que los niños no pasen frio en invierno o se mojen cuando llueve. Bien, yo me encabroné un poco –he de reconocerlo- pero con la mayor flema que pude apostar, advertí que si esa es la prioridad de los progenitores de los hombres y mujeres del futuro, quizás no merecen vivir en nuestro pueblo, disponer de las infraestructuras del mismo y tener el privilegio de que sus hijos tengan la posibilidad de elegir el deporte en el que sienten contentos...

Me desconecté del parloteo y no les diré otra cosa, pensé que aquí lo que hace falta es que vuelva la puta mili.

POLITICA ES MORAL

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