Bien está lo que bien acaba si el
acabar es un principio, en ese punto está el Partido Socialista Obrero Español
y no hay que darle mucha vuelta a la cuestión. O se entiende que las primarias
de ayer marcan el año cero, o perseverar
en las glorias del pasado acabará en la extinción de una de las organizaciones
políticas más necesarias para España.
No veo yo a Pedro Sánchez muy
cargado de razones de gobierno que hubiesen de facilitar un tranquilo navegar,
es cierto, pero también he de afirmar que ha sabido ser coherente y ahí
corresponde otorgarle el mérito. Los pesos pesados del socialismo español,
apoyados en una gran masa social cargada de ilusión que creyó sus mentiras, han
sido buhoneros incorporados a las élites extractivas de las que decían defender
al pueblo. Las diferentes ejecutivas del
PSOE y sus representantes autonómicos, se han pasado decenios en constante conflicto por mantener el
estatus al margen del interés de sus votantes. La derivada es conocida por
todos: se abandonó la idea de una izquierda de progreso y la derecha más conservadora e
involucionista pudo crecer en su electorado sin encontrar resistencia.
En la previa de las elecciones
municipales de 2015, en las que tuve el atrevimiento de postularme, pude observar
que el socialismo parecía un personaje bipolar e histriónico que un día era federalista, otro tradicionalista, otro
nacionalista y si se daba la necesidad, revolucionario de arma en mano. En
resumen, la magra ideología que atesoraban las siglas, hubo de verse sustituida
por la estrategia dirigida a mantener cuota electoral a cualquier precio. El
miedo, el arma que tan bien definió José Luís Sampedro, llevó al socialismo a
una nueva concepción de su realidad: se llegó al socialisto. Se pretendía mantener la gallardía de otro tiempo, pero
perdidas las razones, quedó la picardía como único argumento. No en balde, el
PSOE se sabía parte del latrocinio hispano y por tanto no podía apelar a las
masas para cambiar el país. El hacer planteamientos directos para poner límite
a la corrupción del Partido Popular, hubiese dejado al aire las vergüenzas
propias y eso, nadie lo duda, no podía permitírselo.
Miren, esto ya es viejo, la
ejecutiva que ha resultado de las primarias no ha de quedarse en la
personalidad o donaire del Secretario General. Hartazgo es repetir que el gran
desafío del PSOE es recuperar el control de la situación en sus reinos de
taifas y establecer una estructura de poder que pueda dirigir de forma eficaz y
eficiente el asalto, no al poder, sino a la pretérita confianza de la gente.
Insisto, es cansino repetir las cosas, pero atendiendo a que la realidad se
impuso del peor modo y permitió ver lo insustancial del estómago socialista,
toca otra vez recordar a los responsables del nuevo momento, que corresponde
luchar –sin populismos- por la justicia social basada en la sociedad del
bienestar.
El mérito de Pedro Sánchez es
haber demostrado que las bases son la verdadera sabia del partido. En torno a
esa idea se han significado antiguos silencios que ahora son voces que hablan
alto: corresponde abandonar el disimulo, llamar a las cosas por su nombre y
retomar la decencia como el arma más liberadora y mortífera. Todo lo sucedido
hasta el momento ha sido consecuencia de que los barones, factótums o llámenles como quieran, sentían como se les
apretaba la soga que tenían al cuello y deseaban, a toda costa, salvarse.
Escucho y leo hoy valoraciones
que hacen imaginar una nueva guerra civil atizada por los antropófagos
podemitas y los diablos cujuelos nacionalistas, pero en lugar de tanto llamar a
somatén para salvar España, quizás deberíamos entender que solo será posible
esa salvación, si por encima de la ideología, ponemos la integridad. Eso se
consiguió, ciertamente de forma embrionaria, hace dos días con las primarias
socialistas. Podemos y Ciudadanos son el mejor síntoma de la propia realidad del
PSOE y ha de explicar que la pérdida de contenido e ideología, hizo que estas
formaciones, demasiadas veces vacías de programa, pescasen en las aguas
socialdemócratas.
En toda ciudad y pueblo deberán
abandonar sus puestos los que dicen defender el Socialismo del pasado. No son
ya adalides de otra causa que no sea la suya propia, son políticos
profesionales que durante demasiado tiempo mordieron la mano de su amo, me refiero
al ciudadano. ¿Saben?, yo ya no pienso ni en la posibilidad de ganar
elecciones, creo que toca devolver la dignidad a la labor política y demostrar
que el progresismo es la vía y que por mucho que se elucubre, no queda otra. Toca abandonar el miedo que
antes apuntaba y mirar a la izquierda en general, abandonar el navegar errático
y los pactos como opción de supervivencia de la cúpula y centrarse en la
ineludible labor de limpiar la corrupción en el partido, las instituciones y
regenerar la Democracia en España.
Saben que duermo y sueño muchas
veces a la sombra de Albert Camus y hoy me doy en ello otra vez. Toca ver a la serpiente en el despertar de los
nuevos totalitarismos ideológicos, entender que tanto derecha como izquierda deben
obligarse a un constructivo diálogo,
pero que en ese diálogo, la izquierda y las posiciones del PSOE deben dar
sentido a la rebeldía evitando el nihilismo y demostrando la existencia de
alternativas viables.
En las primarias del domingo, uno
recordó que hay que negar el mito de Sísifo y afirmar que la esperanza existe
si el hombre rebelde se entesta en creer en ella. La posición de Pedro Sánchez
no está desprotegida, los enemigos de su victoria parecen explicarla.
POLITICA ES MORAL
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