domingo, 7 de mayo de 2017

EN BANLIEUE


Francia tiene un nuevo Presidente, la Unión Europea respira tranquila, Angela Merkel habrá brindado con una buena pilsener y a mí, estimados amigos, me parece que seguimos en el mal camino.

El país que nos empieza en los Pirineos es una gran incógnita en su realidad y esta, de querer conocerla, la describió magistralmente Albert Camus: comprendió que hay dos verdades, una de las cuales jamás debe ser dicha. Así es la República Francesa en la actualidad, una gran fachada neoclásica que de ser traspasada, nos muestra unos salones sombríos y afectados por una voraz carcoma.

La realidad de los galos es la que es y no hay que minimizarla, les salva su peso específico en una Europa que hace aguas y que no puede permitirse otro Brexit.  En resumen, no se trata de lo que ya no sean nuestros vecinos, se trata de lo que su caída podría provocar a un continente que ha perdido el norte. No podemos obviar que la economía francesa -casi en su cincuenta por ciento- depende del sector público y los problemas sociales que padece el país son casi insondables.

Desde la Segunda Guerra Mundial y en especial desde la pérdida de Argelia, el orgullo francés se ha mantenido a precio de mirar a otro lado cuando las cosas evidenciaban una más que evidente decadencia. La realidad territorial está salpicada de reductos más propios de países subdesarrollados que de eso que llamamos primer mundo: les banlieues. De querer entender la deriva de la política de nuestros vecinos ese es el aspecto a estudiar, pues se podrá hablar de economía y de Europa, pero Francia mantiene una guerra silente en su territorio y la misma le está costando el futuro.

Hace ya muchos años, un noble militar francés, veterano de Indochina y Argelia me llevó de la mano a un futuro que hoy se concreta. Afirmaba el jubilado mílite  que su país no podría mantener una tutela económica sobre sus ex-colonias y que en general, Europa y los Estados Unidos erraban imponiendo dictaduras en el mundo árabe que garantizasen sus intereses. Advertía el antaño paracaidista, que las grandes ciudades acogían cada vez un mayor número de población proveniente de las antiguas posesiones francesas y que ello no era más que la consecuencia de una desastrosa realidad social en aquellos países. Intuía, mejor dicho, veía que mantener élites extractivas en las antiguas posesiones, ayudaba a mantener privilegios económicos en la metrópoli, pero el precio sería el conflicto social en casa entre las clases más desfavorecidas. No supo en su momento predecir cuando llegaría el estallido, pero lo tenía claro, de no hacer nada, sucedería algo que no permitiría solución.

Habló mucho de les banlieues, los arrabales de las grandes ciudades francesas y de la evidente segregación de los mismos  a causa de las grandes masas de población musulmana que llegaba a Francia buscando una vida mejor y sobre la que no se estaba consiguiendo una verdadera integración en los valores de la República. Nuestras conversaciones siempre acababan  con el reconocimiento de un temor que ensombrecía aquel arrugado rostro: si los inmigrantes no se llegaban a considerar plenamente franceses, sería muy difícil evitar conflictos. Preguntado por esos conflictos, para mi sorpresa, apuntó a la clase obrera como desencadenante: los franceses más desfavorecidos habrían de buscar soluciones extremas.

Corría la primera mitad de los años ochenta del siglo pasado y lo que imaginó aquel paracaidista se concreta en el presente. La asimetría social gala ha hecho regresar las posiciones totalitarias y no ha de extrañarnos. Regreso así al principio de la reflexión, quizás la fachada de Francia brille esta noche con la sonrisa de Emmanuel Macron, pero el corazón de los franceses ríe torticeramente con Marine Le Pen.

Hoy también pienso en un amigo que me acompañó al pasado, mejor dicho a la génesis de la República y me mostró la relevancia de un periodo diluido en la supuesta grandeza de la historia gala. Me refiero a la guerra de la Vendée, un levantamiento popular contrarrevolucionario que entre 1793 y 1796 movilizó a la población rural de la zona del mismo nombre contra las imposiciones de las nuevas autoridades.

Les invito a dar una vuelta por la historia, también ahora, a una gran parte de la población francesa le cuesta creer en aquello de la liberte egalite fraternite. ¿Saben?, los valores han de mantenerse con los hechos. Sucede que en Francia y en toda Europa sobran ya las palabras y se añoran los hechos.

POLITICA ES MORAL


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