Francia tiene un nuevo
Presidente, la Unión Europea respira tranquila, Angela Merkel habrá brindado
con una buena pilsener y a mí, estimados amigos, me parece que seguimos en el
mal camino.
El país que nos empieza en los
Pirineos es una gran incógnita en su realidad y esta, de querer conocerla, la
describió magistralmente Albert Camus: comprendió que hay dos verdades, una de
las cuales jamás debe ser dicha. Así es la República Francesa en la actualidad,
una gran fachada neoclásica que de ser traspasada, nos muestra unos salones
sombríos y afectados por una voraz carcoma.
La realidad de los galos es la
que es y no hay que minimizarla, les salva su peso específico en una Europa que
hace aguas y que no puede permitirse otro Brexit. En resumen, no se trata de lo que ya no sean
nuestros vecinos, se trata de lo que su caída podría provocar a un continente
que ha perdido el norte. No podemos obviar que la economía francesa -casi en su
cincuenta por ciento- depende del sector público y los problemas sociales que
padece el país son casi insondables.
Desde la Segunda Guerra Mundial y
en especial desde la pérdida de Argelia, el orgullo francés se ha mantenido a precio
de mirar a otro lado cuando las cosas evidenciaban una más que evidente
decadencia. La realidad territorial está salpicada de reductos más propios de
países subdesarrollados que de eso que llamamos primer mundo: les banlieues. De querer entender la
deriva de la política de nuestros vecinos ese es el aspecto a estudiar, pues se
podrá hablar de economía y de Europa, pero Francia mantiene una guerra silente
en su territorio y la misma le está costando el futuro.
Hace ya muchos años, un noble
militar francés, veterano de Indochina y Argelia me llevó de la mano a un
futuro que hoy se concreta. Afirmaba el jubilado mílite que su país no podría mantener una tutela
económica sobre sus ex-colonias y que en general, Europa y los Estados Unidos
erraban imponiendo dictaduras en el mundo árabe que garantizasen sus intereses.
Advertía el antaño paracaidista, que las grandes ciudades acogían cada vez un
mayor número de población proveniente de las antiguas posesiones francesas y
que ello no era más que la consecuencia de una desastrosa realidad social en
aquellos países. Intuía, mejor dicho, veía que mantener élites extractivas en
las antiguas posesiones, ayudaba a mantener privilegios económicos en la
metrópoli, pero el precio sería el conflicto social en casa entre las clases
más desfavorecidas. No supo en su momento predecir cuando llegaría el
estallido, pero lo tenía claro, de no hacer nada, sucedería algo que no
permitiría solución.
Habló mucho de les banlieues, los arrabales de las
grandes ciudades francesas y de la evidente segregación de los mismos a causa de las grandes masas de población
musulmana que llegaba a Francia buscando una vida mejor y sobre la que no se estaba
consiguiendo una verdadera integración en los valores de la República. Nuestras
conversaciones siempre acababan con el
reconocimiento de un temor que ensombrecía aquel arrugado rostro: si los inmigrantes
no se llegaban a considerar plenamente franceses, sería muy difícil evitar
conflictos. Preguntado por esos conflictos, para mi sorpresa, apuntó a la clase
obrera como desencadenante: los franceses más desfavorecidos habrían de buscar soluciones extremas.
Corría la primera mitad de los
años ochenta del siglo pasado y lo que imaginó aquel paracaidista se concreta
en el presente. La asimetría social gala ha hecho regresar las posiciones totalitarias
y no ha de extrañarnos. Regreso así al principio de la reflexión, quizás la
fachada de Francia brille esta noche con la sonrisa de Emmanuel Macron, pero el
corazón de los franceses ríe torticeramente con Marine Le Pen.
Hoy también pienso en un amigo
que me acompañó al pasado, mejor dicho a la génesis de la República y me mostró
la relevancia de un periodo diluido en la supuesta grandeza de la historia gala.
Me refiero a la guerra de la Vendée, un levantamiento popular
contrarrevolucionario que entre 1793 y 1796 movilizó a la población rural de la
zona del mismo nombre contra las imposiciones de las nuevas autoridades.
Les invito a dar una vuelta por
la historia, también ahora, a una gran parte de la población francesa le cuesta
creer en aquello de la liberte egalite
fraternite. ¿Saben?, los valores han de mantenerse con los hechos. Sucede
que en Francia y en toda Europa sobran ya las palabras y se añoran los hechos.
POLITICA ES MORAL
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