Afirmó Victor Hugo que los animales son de
Dios y que la bestialidad es humana. Así pues, toca esta mañana, cagarse
bien cagados en los ancestros de los hombres que crían perros para el disfrute de la caza y cuando los
animales “no valen” a ojos de sus dueños, se les cuelga de una rama para que agonicen
bien lento.
En este país de salvajes, casi 200.000
galgueros practican la caza e la liebre y estos mismos personajes, matan o
abandonan más de 50.000 perros cada año. Les dirán estos brutales homínidos que
eso no es cierto, pero la cosa está clara: no existen galgos viejos y eso no
cuadra nada.
Miren, el término genocidio, según la Rae significa aniquilación
o exterminio sistemático y deliberado de un grupo social por motivos raciales,
políticos o religiosos. Bien, se que hablamos de perros, pero han de saber que
los perros tienen alma y a todas luces –no lo duden- muestran más humanidad que
el propio hombre. Así que hablaremos de genocidio pues no hay palabra que
defina mejor lo que hacen muchos desalmados con sus canes, que por otra parte –parece
increíble- crían ellos mismos.
Los galgueros dicen que están
enamorados de la raza del galgo español y que su actividad garantiza la
supervivencia de estos lebreles, pero la
realidad no tiene nada que ver con lo que sale de sus pútridas bocas. Los
galgos son puras herramientas para competir y cazar, sí la herramienta falla, se
la desprecia y a otra cosa mariposa. Los perros que no son útiles a sus fines o
no cumplen sus expectativas, son asesinados mediante ahorcamiento, disparos y
en el mejor de los casos abandonados a su suerte para acabar muriendo de
inanición o bajo las ruedas de un coche. Sí, esta es la única y jodida verdad:
cada mes de febrero, terminada la temporada de caza, empieza el exterminio de
los galgos, empieza su genocidio.
Algunos piadosos lectores estarán
indignados y mirarán de reojo al perro que vive en su casa y que consideran
parte de su familia. Pensarán en el cariño que le tienen y en que nunca podrían
hacerle daño, tras la inicial tristeza se indignarán y quizás se pregunten si
podrían hacer algo para evitar esta tragedia, pues sepan ustedes que muy poco
más allá de adoptar un galgo mediante las ONG que se dedican a salvarlos.
Miren, en muchas provincias de
España, maltratar a estos perros no está mal visto. Les apunté antes que a los
galgos se los cosificaba como herramientas y así, el ciudadano, de ver un
animal vagando desnutrido o desfallecido en el suelo, con mirar a otro lado lo
tiene solucionado. La vida útil del galgo para su amo se sitúa en tres o cuatro
años, después toca disponer de sangre nueva y a los galgos veteranos que se
ganaron el respeto (una idea sádica de los criadores), se les ejecuta
colgándoles de un árbol y se les despide mientras los chuchos tocan el piano.
Se dice de tocar el piano a colgar al perro de una rama mediante un cable o
cuerda, de manera que el pobre bicho tan solo evite el ahorcarse a sí mismo
manteniéndose de puntillas sobre las patas traseras, ¿lo imaginan?, ¿ven el
sufrimiento?, ¿escuchan los sonidos guturales aumentando conforme les abandonan
las fuerzas?, yo sí. Ahora mismo pienso en colgar a cazadores y lo haría bien
contento, pues no reconozco yo como iguales a semejantes animales y no hablo de
perros.
En cualquier caso, la responsabilidad
recae sobre nuestra conciencia. En las zonas en las que se masacran galgos no
existen las denuncias frente a las autoridades, las gentes no quieren problemas
de convivencia con sus vecinos y así, salvando las distancias, hacen como los
alemanes hicieron durante el nazismo, veían llegar trenes cargados de gente a
los campos de concentración, pero lo que pasara con ellos les resultaba
indiferente. ¿Exagero?, no amigos no, lo de los galgos define, del contenido de
nuestras almas, lo peor.
Les seré para acabar sincero, me
pregunto si los genocidas de los perros
tienen hijos. Si los tienen, a ciencia cierta que les trasmitirán sus digamos
valores y cuando hago la derivada, no puedo evitar el asco pero tampoco el
miedo.
POLITICA ES MORAL
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