viernes, 16 de marzo de 2012

LOS FUNCIONARIOS, UNOS GANDULES ACOMODADOS.


Mea culpa…, confieso que he pecado.

En muchas ocasiones, en mi posición de “emprendedor” he criticado la “cómoda” vida de los funcionarios. Evidentemente de forma equivocada. En mi familia, en mi entorno de amistades hay funcionarios y trabajan, mucho…, doy fe.

Desarrollan su actividad en diferentes ámbitos de la función pública (Educación, Sanidad, Investigación, Administración, etc…) y en su labor cotidiana mantienen en marcha el “engranaje” social. Un ejemplo, tras mi visita al servicio de urgencias del Hospital de mi localidad (sufrí un cólico nefrítico) pude observar que pese a los recortes, el personal da la talla, cumple…

Serán nuestros “gobernantes” los que no cumpliendo sus compromisos frente a los servicios comunes dirán: “¿lo veis?.., con menos medios se podía hacer lo mismo”.

La gestión pública es necesaria, imprescindible. En ella se basa en gran medida la Sociedad del Bienestar. Comparto la opinión del profesor Josep M. Lozano. Nada que añadir.

SOBRE “FUNCIONARIO” COMO INSULTO O DESPRECIO.

Autor: Josep M. Lozano. Profesor del Departamento de Ciencias Sociales. ESADE

Hace unas semanas, en un funeral, cuando se hizo el -merecido- elogio del muerto se destacó una cosa así como que había trabajado con gran compromiso y dedicación y, se añadió, no como un funcionario.

Hasta aquí podíamos llegar, pensé. Tenemos un problema. Un serio problema. Algo va mal, muy mal, cuando "funcionario" sólo se utiliza como una manera de insultar o descalificar alguien. Una amiga... funcionaria de dedicación y convicción -pero también con buenas dosis de frustración- me comentaba no hace mucho que cuando su hija le planteaba como enfocaba sus estudios universitarios y su carrera profesional ella le decía "sobre todo, no te hagas funcionaria". Tenemos no uno, sino dos problemas. Dos serios problemas.

Por un lado, la consolidación del estereotipo sobre los funcionarios, como si fueran unos gandules y acomodados recalcitrantes. Y, en el contexto de la crisis actual, esto se aliña con el mensaje que son unos privilegiados. No hay ningún tipo de duda que hay fundamento empírico para según qué valoraciones, y no perderé tiempos en esto. Que algunas prácticas sindicales no ayudan precisamente a disolver algunos estereotipos, tampoco lo negaré. Pero hay multitud de funcionarios con vocación y compromiso de servicio público desaprovechados y desanimados,  en una estructura de la administración pública la reforma de la cual es una de las más clamorosas y reiteradamente incumplidas  promesas electorales.

Una administración en la cual demasiado a menudo, como se suele decir, si trabajas bien no pasa nada; y si trabajas mal, tampoco. Por otro lado, cómo han señalado F. Longo y A. *Saz, la poco deseable osmosis entre gobernantes y altos funcionarios facilita y consolida unas interdependencias que bloquean cualquier intento de reforma de la administración.

En el gobierno de España, por ejemplo, 11 de los 14 ministros son funcionarios. Este tipo de hegemonías funcionariales no facilita las reformas porque no es previsible que impulsen transformaciones del orden establecido los mismos que se han beneficiado de él para acceder a sus cargos.

 Los directivos y profesionales con vocación de servicio público en la administración pública no son, como se decía antes, ni "vagos ni maleantes" ni políticos a la espera de o en transición a cargos políticos. Pero la falta de reformas en la administración y la carencia de reconocimiento y valoración de su trabajo específico hace más penosa y depresiva su situación y más penetrante el uso de "funcionario" como una forma de insulto o desprecio. (Por cierto: buscáis en Google imágenes de "funcionario", y veréis el que sale).

En los últimos tiempos, por ejemplo, se ha puesto de moda lamentarse hipócritamente cuando algunas encuestas nos revelan que nuestros jóvenes preferirían ser funcionarios. Yo no lo tengo tan claro. Más bien el que me parece es que los jóvenes no quieren ser funcionarios: el que quieren es tener un trabajo estable, que es muy diferente.

 Está claro que hay quién confunde estable y garantizado de por vida, pero con el que nos está cayendo encima algunas “jaimitadas” de opinador profesional no son más que cinismo. Tan irracional e irresponsable es que alguien aspire a un mínimo de estabilidad laboral? Me parece que no. Y, está claro, la gente mira a su entorno buscándola y la encuentra donde la encuentra.

Por otro lado, todavía no he constatado nunca que alguno de quienes se lamentan que haya un número significativo de jóvenes que dicen querer ser funcionario profiera este lamento desde una situación personal de precariedad e incertidumbre laboral. Es más: algunos de los que se lamentan son a la vez funcionarios.

Y ante el escándalo que les genera a algunos  tanta  insensatez  juvenil, se contraponen los míticos y mitificados valores que atesoran los emprendedores. Que quede claro: necesitamos potenciar, reforzar, facilitar y apoyar a los emprendedores. Sin ellos no saldremos de la crisis. Todo el que sea crear condiciones para el desarrollo empresarial y emprendedor será poco. Pero reconocer todo esto no nos tiene que hacer olvidar una cosa cada vez más constatable: el discurso a favor del espíritu emprendedor se está utilizando como una forma de culpabilización. Es como si se dijera a tanta y tanta gente: si las cosas no te van bien, por tú harás; a ver si espabilas, porque de tú depende todo. Es evidente que hay que valorar, potenciar y reforzar el esfuerzo y la iniciativa, y combatir una cierta pasividad acomodaticia  que siempre espera que venga alguien a resolverme los problemas.

Pero no todo el mundo puede -ni tiene que- ser emprendedor. Y, sobre todo, hay que combatir la tendencia creciente a reducir los problemas sociales a (*in)capacidades personales. Es como si la nueva ideología dominante consistiera al predicar que, efectivamente, las cosas están mal, pero que cada cual es culpable del que le pasa (manteniendo y cultivando, por cierto, la secular confusión entre culpabilidad y responsabilidad).

Pues bien (y para decirlo provocativamente): mi opinión es que ojalá hubiera más jóvenes que, de verdad -pero de verdad-, quisieran ser funcionarios. Porque aquí es donde yo quería ir a parar. El uso de "funcionario" como insulto y desprecio esconde y expresa el gran problema que tenemos entre manos: la desvalorización de lo que es público y, más concretamente, del servicio público. Y esto es una cosa que nunca nos deberíamos permitir. Es verdad que necesitamos una administración pública más ágil, eficiente, orientada a resultados, respetuosa con los ciudadanos y a su servicio; con una actitud que no sea prepotente pero tampoco servil con los ciudadanos, a los cuales también hay que educar en los deberes de una ciudadanía responsable y no reducirlos a ser un demandante insaciable de servicios públicos.

Pero todo esto requiere algo fundamental: el reconocimiento, la valoración y el prestigio del servicio público, de los servidores públicos, de los... funcionarios.

Porque no nos engañamos: tampoco saldremos de la crisis si damos nuestra conformidad al uso generalizado de "funcionario" como una forma de insulto o desprecio, y a lo que esto presupone. Entre otras razones porque este uso no es más que una estúpida manera de erosionar y disolver nuestra propia condición de ciudadanos.

POLITICA ES MORAL 

3 comentarios:

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  3. todos funcionarios los demás trabajos que los haga .........................................

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