miércoles, 27 de septiembre de 2017

TORMENTA Y CALMA


Ahí estábamos, perplejos frente al colegio electoral que habían precintado los mossos de esquadra que nos miraban con una mezcla de tristeza y rabia. También se acercó un sargento de la Policía Local y conversó con algunos de los presentes intentando apaciguar los ánimos. Poco éxito tuvo en su iniciativa, pero siendo vecino y guardia veterano, al menos se le escuchaba por tramos. Algunos de los frustrados votantes -los de mayor edad- le dijeron que no se preocupase, que estaban “fins els collons” (hasta los cojones), pero que no pasaría nada. Tan solo querían que alguna cámara de alguna tele o que los centenares de teléfonos móviles escampasen lo que sucedía en Cataluña por todo el orbe.

Se fue el municipal y todos seguimos conversando entre algunas henchidas proclamas. Yo me discutí con un par de amargados que me acusaban de cobarde por no haberme posicionado por el sí a la independencia y que sin duda –decían- estaba disfrutando con el fracaso. Digo que me discutí por ser prudente, la verdad es que estuve a un tris de liarme a puñetazos. Algunos amigos mediaron y nos separaron llevándonos a las esquinas de un figurado ring. Los muy imbéciles no sabían que los otros, aquellos a los que llamaban unionistas, decían de mí absolutamente lo mismo. No sé, eran malos tiempos para la lírica, ¿qué les voy a explicar que no sepan?.  En cualquier caso, les diré que no siento miedo ante situaciones difíciles y no me falta el valor para comprometerme en acciones peligrosas o que conlleven riesgo. Ya lo decía mi madre: “nenico, si no estás en una estás en otra”.

Lo que no esperaba, bueno, lo que no esperaba nadie, fue lo que sucedió cuando ya los ánimos templaban. Apareció un todo terreno de la Guardia Civil circulando a gran velocidad y fue a detenerse frente al morro del Seat León de los Mossos. Bajaron dos guardias aspectualmente muy jóvenes y frente al silencio expectante de la gente gritaron: “¡dejen de acosar a la policía o aténganse a las consecuencias!. Miren ustedes, cuanto menos la amenaza sonó vacía, pues ni los policías autonómicos estaban acosados, ni ninguno de los que estábamos discutiendo acaloradamente les prestábamos la más mínima atención. Bueno, no es cierto, una señora les regaló unos claveles y ellos -correspondiendo al delicado presente-  se los colgaron en el cinto.

Cierto, disculpen, regreso a la Guardia Civil. Nada, el que parecía mayor de los dos era un cabo y parecía disfrutar escuchándose. Repitió aquello de las consecuencias un par de veces más y aquella supuesta turba de vecinos perplejos, rompió a aplaudir. Imaginen, los dos dignos representantes de la Benemérita se quedaron a cuadros. Imagino que no podían entender que en lugar de piedras, la gente les lanzase aplausos. No sé, tuvo gracia la cosa. Me acerqué a su vehículo y oí como el guardia le decía al cabo: “copón bendito, ¿pero esto que pijo es?. Ahí vine a darme cuenta de que el muchacho era, sin lugar a dudas, de algún lugar entre Mazarrón y Torre Pacheco. Vamos, que era murciano y concretamente del campo de Cartagena.

Largándole la mano y con la mejor de mis sonrisas (créanme que totalmente sincera) le dije: “¡acho!, no seáis atravesaos y sepas que podéis hablar abonico que toda esta gente no es sorda y para mí que no dais pie con bola”. Me miró ojiplático y oigan, me dio la mano. Se la encajé con ganas y no perdí la oportunidad de expresarle lo contento que estaba de encontrarme con un paisano. Los guardias se miraron y tras ello, clavaron la vista en mi: “oiga, ¿usted venía a votar?. Contesté que claro, pero que pretendía votar en contra, es decir, no. Volvieron a mirarse y perseveraron: pero…, esto es ilegal. ¿Lo sabe usted?. Me puse paciente para decirles que claro que lo sabía, que este referéndum no tenía ninguna garantía, pero que la cosa era otra. La cosa era que teníamos un problema, que el Estado no podía mirar a otro lado cuando tantas personas deseaban marcharse de mi amada España, que hacía tiempo que debíamos haber cambiado las cosas para que todo y todos encajasen en un país fuerte y orgulloso de su pluralidad. Eso significaba mí no, pues si los indepes se habían fumado la legalidad, el Gobierno, en su cerrazón, se había cargado el estado de derecho. Les dije que un sistema basado en la corrupción, manifiestamente, no podría reflotar a la piel de toro. Vamos, que mí no pretendía ser un minúsculo heraldo de un cambio en nuestro país y que los del sí –bien o mal guiados- creían haber encontrado la fórmula para acabar con el latrocionio.

Realmente no sé si me entendieron o mejor dicho si supe hacerme entender, pero ya envueltos por un montón de gente, que intrigada, seguía la conversación, el cabo me preguntó: ¿usted es murciano?. ¡Pa que más!, le dije expliqué que nací en Barcelona casi por casualidad, que era hijo de cartagenero y fuentealamera (Fuente Álamo es otro pueblo del campo de Cartagena) y que tenía un pie en Murcia y otro en Cataluña. Ambos asentían y ya un pelo relajados, empezaron a preguntar y preguntar: ¿es que ustedes no se sienten libres?, ¿es verdad que aquí obligan a hablar el catalán por cojones?, ¿es verdad que aleccionan a los críos como  los nazis?, nos dicen que los políticos españoles han pedido escolta para ellos y sus familias ¿es cierto?.

Imaginarán que mucha pregunta era, pero como les apuntaba, un montón de personas se avino a dar cumplida respuesta, eso sí, un poco atropelladamente. Uno de nuestros vecinos, Pracons, que es grande como un San Pablo, puso orden y en un santiamén, más de doscientas personas, parecíamos el público del programa “Tengo una pregunta para usted”. ¿Saben?, en mi tierra, decimos que tenemos una papeleta cuando algo es un embrollo pero yendo la cosa de votar y no poder hacerlo, la confraternización con los civiles valió –también como decimos allí- más que muncho. Ahora, echando la vista atrás, me viene una sonrisa a la boca pues pienso en cómo nos debió ver el dron que nos sobrevolaba en aquel momento: gentes vestidas de blanco y ociosos, con dos mossos de esquadra despistaos y dos guardias civiles petant la xerrada, vamos, conversando.

Miren ustedes que el mundo es pequeño. Resultó que el guardia joven era primo segundo por parte de padre de Pedro, el hijo de mi prima hermana Isabel. Es algo que hacemos siempre en Cartagena, olisquearnos para obtener respuesta a aquello de y tú, ¿de quién eres?. Un año y pico después coincidimos en la boda de Lucía, la hermana de Pedro. No se imaginan la pechá a reír que nos pegamos recordando el embrollo del 2017. A veces, mal que nos pese, solo el sacudir el avispero nos obliga a correr hacía las soluciones. Así fue entonces, acabamos por modificar la Constitución y con algunos o bastantes dimes y diretes, volvió la calma tras la tormenta.

POLITICA ES MORAL

domingo, 24 de septiembre de 2017

LA PATAFÍSICA DE LOS HECHOS DE OCTUBRE


Los pueblos felices no tienen historia. Raymond Queneau

Queneau, miembro del Colegio de la Patafísica (lo que está alrededor de lo que está más allá de la física) nos explica que la misma es la  ciencia que regula las excepciones. Junto a sus compañeros de escuela, estableció que se trata de una ciencia de soluciones imaginarias. Vamos, que no puede establecerse relación entre lo particular y  el interés general y que se rechaza cualquier generalidad o universalidad. En resumen, la patafísica no puede ser teorizada en base a sus contenidos: es la patafísica la que especula sobre las particularidades.

Habrán de perdonarme, pero lo que ahora estamos sufriendo en Catalunya y España – tanto monta Isabel como Fernando- es, no lo duden, un caso práctico de patafísica de medio pelo. Aquí todo quisque se ha hecho traer la realidad a su fragua y ha forjado la realidad que le ha dado la gana. Eso sí, estamos a las puertas del décimo mes del calendario. La cosa me lleva a pensar que estamos a dos minutos de reproducir lo que la historia de nuestro Siglo XX denominó los Hechos de Octubre de 1934: la proclamación de la República Catalana y la posterior represión de lo que se consideró un acto de guerra contra la República Española por parte de la Generalitat de Catalunya.

Les ruego que no se sorprendan, somos un pueblo dado a reeditar los problemas. No lo duden, me jode sobremanera ver paralelismos entre situaciones separadas por 84 años. Es muy molesto, pero me gustaría que algún estadista nos hiciese el puñetero favor de entender que conocer el pasado habrá de sernos útil en el presente. Aquel lejano momento, en mitad de nuestro escaso sueño republicano, debería poner luz a nuestro actual atribulamiento. La España de entonces era plural en caracteres pero estos, tras centurias, seguían sin cohesionarse. Ni más ni menos que como ahora. La Segunda República debió atender demasiados frentes en lo social y lo económico, así que la cosa de las naciones y sus identidades era a todas luces relevante,  pero no un asunto vital. Eso sí, el país que teníamos entonces cargaba ideología en cada amanecer: política que con diferentes registros e intereses, buscaba soluciones. Eso no sucede hoy. Ahora gestionamos otras cosas y lo único paralelo al pasado es reconocer las mismas consecuencias de nuestras incapacidades.

La proclamación de la República Catalana parió un Estado Catalán que duró una sola jornada. Proclamada el seis de octubre, fue sometida el día siete. El Gobierno de Lluís Companys fue apresado, también muchos parlamentarios, y junto a los Mossos de Escuadra fieles a la Generalitat, acabaron encarcelados en un barco prisión en el puerto de Barcelona. Receta vieja y harto eficaz, los cañones en la Plaza de Sant Jaume y los legionarios salvaron a España del separatismo. Diferente pero igual, nuestro próximo octubre se nos estrenará con un estado de excepción last edition pero que también contempla –como antaño- barcos en el puerto de la Ciudad Condal. Ahora sirven de alojamiento a las fuerzas policiales que han venido de toda España para salvarnos. ¿Saben?, no puedo evitar pensar en que puedan tener otros usos.

Este pandemonio que ahora nos vemos obligados a vivir, no es ideológico. No es algo basado en confrontaciones sobre modelos sociales, se trata del final de una huida hacia delante de unos representantes políticos que, habiendo hecho de la Democracia un latrocinio, han llevado a la ciudadanía a pensar con el corazón cuando más necesitaba el cerebro. No somos un pueblo feliz, es cierto, pero no es tan solo debido a la propia naturaleza del hombre: cuando la economía iba a toda vela, la identidad  habitaba en la matriculación de automóviles y la concesión de hipotecas. Se acabó la fiesta y buscamos la fe que perdimos por culpa del vellocino de oro. Los sacerdotes electos vieron que una masa díscola necesitaba fijar su frustración y rabia de algún modo. Así los antiguos socios políticos se tornaron antagonistas para culpando a otros, justificar el propio fracaso.

Miren, yo no soy independentista, soy de esos equidistantes federalistas de tufo repugnante, pero he de apuntarles una verdad que no podrán contestarme: el movimiento secesionista se ha fumado la legalidad, pero el gobierno de Madrid se ha cargado el Estado de Derecho. Es lo que hay, mi España se ha roto y ahora ya no se trata de independencia sí o no. Ahora se trata de Democracia sí o no. ¿Lo ven?, a vueltas con la patafísica, Madrid y Barcelona se han inventado sus particularidades y nos han dado una maravillosa dicotomía en la que eligiendo bien, unos y otros afirman que seremos felices para siempre jamás.

Malditos hijos de mala madre. Incapaces de sentar el culo y negociar a favor de los que dicen representar, nos harán repetir historias para constatar lo infelices que somos. Eso sí, en los últimos días he visto y oído como se apelaba a la violencia y se recordaba a algunos políticos que su lugar era una zanja en una cuneta. Esos gritos escaparon de gargantas que se declaran como defensoras de España. Yo soy español viejo y catalán a todas luces, no se permitan dudarlo, pero como decía hasta la saciedad mi amado y añorado Leonardo,  a veces uno sabe de qué lado estar, simplemente viendo quiénes están del otro lado.

Defendí y defiendo el espíritu de los imperfectos constitucionalistas de Cádiz, de los torpes visionarios de la Primera República y de los arquitectos del hermoso sueño de la Segunda: la esperanza por la que lucharon nuestros abuelos. Pero hoy me revelo ante mis esperanzas y niego –remitiéndome a los hechos- que el camino recorrido haya servido de algo. Uno puede cultivar la fe, pero mi Patria ha secado sus ubres y nos condena a la inanición democrática. Hoy, como un itinerante peripatético, me recojo como patafísico y me agarro del brazo del insigne Ortega y Gasset. Cuando el gran impulsor de la caída de la monarquía de Alfonso XIII, observó que el proceso constituyente republicano escondía pecados que enterraban sus virtudes, proclamó a los cuatro vientos “la República no es  esto, no esto”.

Así vivo este amargo momento. Donde Ortega dijo “estos republicanos no son la República”, yo afirmo que quienes gobiernan el estado no son verdaderos españoles, son traidores rentistas que ofenden todo lo que de honorable tiene mí país. Nunca imaginé vivir este fracaso y así deben saber que, ayudado por Federico García Lorca, les afirmo que estoy más cerca y me siento más hermano del chino bueno que del español malo.

Hoy, a mi espalda, me leen mientras escribo. Me han preguntado si me doy cuenta de que ya formo parte de eso que llaman “el problema catalán”. Les soy sincero, nunca lo hubiese imaginado, pero ¿qué puedo decirles?, es lo que tiene contaminarse con Queneau.

POLITICA ES MORAL