lunes, 30 de octubre de 2017

BANDERAS DE NUESTROS PADRES




Uno no es muy amigo de la televisión, vaya la cosa por delante, pero en ocasiones la llamada caja tonta ofrece -entre la bazofia- momentos de genial brillantez. Uno de estos es la sitcom (comedia de situación) Big Bang Theory.

En esta serie -que ya acumula once temporadas- habitan personajes histriónicos pero cargados de sentido. Jóvenes científicos, que intentando normalizar su enorme capacidad intelectual en el mundo real, generan hilarantes momentos al aterrizar en la tierra. Bueno, mejor dicho, al intentar caminar por la misma. Entre ellos destaca un físico teórico llamado Sheldon Cooper que a pesar de mostrar grandes carencias relacionales, establece fórmulas de comunicación cargadas de creatividad: una de ellas es una iniciativa vía internet llamada “Diversión con banderas”. En ese programa, Sheldon Cooper –junto a su novia- presenta y explica el origen de las mismas. En fin, pone en uso la vexilología, el estudio de las banderas en su más amplio sentido.​ Esta disciplina es una útil herramienta para la historia, pues el estudio de los símbolos explica muchas realidades de nuestro pasado y presente.

Me hierve hoy la cabeza en un estofado de trapos estampados y la verdad, poco me importan la mayoría de los mismos. Eso sí, hay uno que me inflama el espíritu y viéndolo pasearse de la mano de según qué otros estandartes, caigo en la tristeza más honda y me doy cuenta de que la bandera que ahora veo menospreciada, no es la bandera de mis padres. Hoy su razón de ser es tangencial y no finalista. Es remedo de todo y nada en si misma, diríase que ya es más folclore que digno símbolo de altas aspiraciones y metas. La tricolor que cubrió nuestra sangre ya no es resumen silente de una República igualitaria, es un paño de cocina con el que todos se limpian las manos. Como siempre digo, esta es mi opinión hermanos, y de vueltas con Ortega, afirmo que esa enseña tricolor no es ni fue esto que hoy se enarbola. Eso que ahora se aclama – y mucho lo siento- es una mentira interesada.

Le doy vuelta al seso y se me exprime por momentos. La bandera republicana parece aperitivo de independentistas y justificación transversal de unionistas, pero siendo el trapo más digno, sirve para limpiarse los mocos. ¿Qué no?, vamos a ver, ¿quién puede explicarlo de otro modo?. La presencia de mi bandera para establecer puentes entre dos soberanismos equiparables es cuando menos  falaz y cuanto más falso, pues el concepto republicano es federalista y teje sinergias entre territorios y naciones pero dentro de un proyecto integrador. Por otra parte, el nacionalismo español viene a beatificar su rostro permitiendo que esos “extraños” republicanos se sientan integrantes de la casa común. Evidentemente uno se pregunta algo bien sencillo: ¿la casa común es gobernada por algún elemento político cercano a los valores que algunos reconocemos y denominamos como republicanos?. Es un hecho que no, así pues nada ha de añadirse.

Me congratulo de no haber caído en la tentación de acompañar mi asistencia a diferentes manifestaciones con la bandera que defendimos en Madrid, en el frente de Levante y en la retirada de Cataluña que nos escupió al exilio. Sí, me alegro de veras, pues acercarla a la demagogia de los extremos no conviene al símbolo de la que habría de ser la casa común de todos. Es grato observar como centenares de miles de ciudadanos se manifiesten en nuestras calles a favor o en contra de la independencia. De hecho, siempre he considerado que la mal llamada masa social debe personarse en espacios comunes que demuestren que los políticos no tienen patente de corso. Y ese es el problema, pues actualmente, los espacios comunes son demasiado laxos y poco definen la verdadera voluntad de las buenas y malas gentes.

Cuesta tragarse el sapo de ver a la bandera que define mi alma en alegre componenda con aquellos españoles que a muchos –en pasados y presentes-  nos negaron el que pudiésemos serlo. La tricolor es casa común, es cierto, pero también ha de exigir que todos respetemos unos mínimos relacionales. Insisto, no tiene razón de ser en según qué lares la enseña que marcó el abril más preñado de esperanza de la historia de España. Los nacionalistas la imaginan hermana cuando en realidad quiso ser madre, los unionistas la miran con gracejo, pues de tan compleja, les parece un dama inalcanzable y sensualmente vestida.

No, no les pertenece la bandera que tres colores muestra. Deben dejarla  en el jodido arcón de los trastos viejos y será más digno su sueño que permitir que soles abrasadores la recoman. No es su lugar este tiempo, no es este tiempo mi lugar tampoco. Viendo como vi la bandera de mis padres rodeada de gentes que diciendo de si mismos ser españoles, ultrajan a mi país con su violencia cuando en nombre de no sé qué, salen a la calle defendiendo una España en la que ni ellos mismos creen, ni una vez más compartir espacio quiero. Siempre aparecen fascistas disfrazados de patriotas. Ahí no quiero a mi trapo, ahí no tenemos sitio los cuatro gatos que nos sabemos republicanos viejos. Lo siento, no trago el matonismo de un lado y otro. Así que mejor doblar la enseña que convivió con el himno de Riego y dejarla fenecer en paz, que nada de lo que ahora se ofrece es verdaderamente bueno para bordarla o para remendar la piel de toro.

Me revienta la hiel cuando un supremacista español se acerca a un republicano para llamarle traidor por anhelar un modelo social más justo, pero joderme me jode más que otros se vengan arriba afirmando muy ufanos que les resulta simpático eso de los republicanos. Me llevan los demonios cuando tras la primera palmadita en la espalda, lo siguiente es decirnos que somos majos, pero que estamos equivocados. Bien, pues gracias por perdonarnos la vida y sepan que puestos a decir algo, mejor me callo y vayan imaginando. Lo dicho, la tricolor es vista como una rareza histórica, incluso los jóvenes se me acercan y preguntan –para mi tristeza- que significa esa bandera. Uno sonríe y explica, pero se da cuenta que la noche franquista borró su sentido y ahora, el embrollo de los nacionalismos, hace con ella lo mismo.

El Escriba del Tercio Viejo –hermano que me ayuda a batallar el silencio- dice y persevera en decir que no estamos preparados para algo tan hermoso. A mi pesar la razón le otorgo y le respondo a él y a todos en boca de Camus, que afirmaba acongojado  la tiranía no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas.

Sigan con rojos y gualdas en dispar disposición, yo recojo trapo y regreso a mi rincón.

POLITICA ES MORAL

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