La verdad es que siento tristeza.
Una tristeza extraña, pues fruto de la desesperación, se me torna en rabia.
¡Cuán fácil es fiar el futuro a la ilusión vana!, según parece, la cosa es
creer en algo, evitando que nadie nos diga que no sirve para nada. Aquí estoy,
aquí estamos, espectadores de un desastre que empecinados, negamos.
¡España nos ataca!, se grita a mi
lado. ¡Los golpistas catalanes han de ser castigados!, escucho un poco más apartado.
Hideputas todos si no os echáis a un lado. Menesterosos de esperanza, nos la
vais a robar a toda. ¿Quién creéis ser?, ¿cómo osáis hablar por todos?. Y ¡cuidado!,
que aquí tajo parejo os rebano razones, sea cual sea la enseña que os cubre. La
mía es la Democracia, en su más pura acepción. Lo que me ofrecéis como
respuestas no son democráticas y sí, os lo afirmo yo. Se acabaron las
templanzas, me habéis roto los puentes, y si queréis salvar algo, rescatad
voluntades y mejor que apretéis los dientes.
Todo empezó de la peor manera y
sigue con las mismas cañas, ignominia puesta en escena que no podía ser
aceptada, ¿de veras creímos que los días 6 y 7 de septiembre eran el inicio de
un viaje hacía un parnaso bañado por leche azucarada?. De eso nada, de eso
nada. Lo que mal empieza mal acaba. ¿Qué España no ha estado ni está a la
altura?, ¡pues claro!, ¿quién puede negar la cosa?. Nadie puede ni podrá olvidar
la violencia del domingo pasado. Pero amigos o lo que me resultéis ser, la
fuerza de la calle se diluye con el miedo a que los huérfanos crezcan regados con la sangre de los padres ausentes.
¿Queremos mártires?, ¿apelamos a la épica que nos escriban una hermosa
historia?. Vamos, ¡por favor!, regresemos a la calma y recordemos que reconvenir
caminos, no es rendirse ni ante otros ni ante uno mismo.
Yo lo siento mucho, pero si
hablamos de libertad, lo que ahora estamos viviendo no contiene ni un atisbo de
la carga semántica del término. Primero por una razón inapelable, muchos no se
sienten oprimidos y por eso no salen a la calle. Segundo, si el no saber les
hace culpables por desconocimiento, no agitemos avisperos y sepamos
explicarles. Cataluña está en la picota y por mucho que gritemos no avanzaremos
más. Si se proclama una declaración Unilateral de Independencia, estaremos en
guerra. La peor de todas las guerras, una guerra civil. No importa la
intensidad que tenga. ¿No os preguntáis que sucede, por ejemplo, en la Junta de Jefes de Estado Mayor?, ¿os
suena facha y peligroso?. No os engañéis, en cascada ya bajan las órdenes a los
acuartelamientos. En nombre de una Democracia enferma, se abrirán las puertas
del averno y los patriotas que persiguen sueños empezarán a contar muertos. Por
cierto, en nada exagero, pues el trasfondo de todo es económico y Europa –siento
decirlo- mirará siempre a otro lado. La
deuda es lo primero, poderoso caballero es Don Dinero.
Me jode perder la mano de los
Besteiros y encontrarme -desayunando en el bar- a Camus y a su teoría de lo
absurdo, pero el muy cabrón es el único que dice verdades sin importarle quien
escuche, y vamos, lo hace con dos bemoles.
En los últimos días me ha mirado al entrar en el local. Siempre de soslayo pero
inquisitivo me buscaba la conversación y yo se la evitaba. Hoy no ha sido
posible: sin esperar permiso, se ha sentado frente a mí y ha puesto en marcha
un discurso que siendo trascendente, me ha asustado mucho más que mucho.
Él sabe que le leí y le leo, así
que ha recogido lo más granado de su pensamiento y sobre la mesa lo ha dispuesto.
Me ha dicho con voz atrancada que diga y persevere en decir que era mentira
cuando le decían que eran necesarios unos muertos para llegar a un mundo donde
no se mataría. Raspado y doliente, agobiado sin duda, se armó de voluntad y
cogiéndome el brazo con fuerza, elevando la voz, me escupió la exigencia de que
explique a todos que puede que lo que hacemos no traiga siempre la felicidad,
pero si no hacemos nada, no habrá felicidad. ¿Qué es lo que propone que
hagamos?, es sencillo: hablar y no parar de hablar. Siempre es mejor un mal
acuerdo que una hermosa derrota. Sí, ya lo sé, demasiado lo estoy repitiendo,
pero es que hay mucha gente interesadamente sorda.
De repente guardó silencio. Al bajar
la mano con la que me asía el brazo, golpeó la taza de su café y se manchó la
gabardina. Sonrió en una mueca que ya le conozco y dijo: no importa, tiene más
lamparones, pero sigue protegiendo del frío y la lluvia. Nos quedamos allí, uno
frente al otro, instalados en una calma incómoda y lloramos masculinamente
serios. Se levantó sin avisar, fue a la barra y pagó su café y mi desayuno. Al
salir, parándose en el quicio de la puerta dijo alto y claro que para la
mayoría de los hombres la guerra es el fin de la soledad, pero que para él es
la soledad infinita. Así acabó la mañana, así olisqueamos la próxima derrota.
Pensemos todos, sin faltar uno.
Si esto sigue así y no se para la deriva, ya no importará quien es culpable o a
quien la razón asista. Cuando tengamos el primer mártir, no lo dudéis insensatos,
con ese mártir habremos muerto todos.
POLITICA ES MORAL
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