domingo, 6 de marzo de 2016

QUIERO SER UN MAL PADRE


Ayer tuve una revelación, una de las buenas, una de aquellas que te llegan sin ningún tipo de pre-aviso, es decir, de las que impactan.

Asistía como espectador a un partido de fútbol sala que jugaba mi hijo y empezando la segunda parte del mismo, el sol me impactó directamente en los ojos y me obligó en varias ocasiones a cambiar de localidad. En ese proceso el marcador cambió de guarismo muchas veces, tantas como cinco que fueron exactamente los goles que encajó el equipo de mi vástago.

Viendo la debacle, recordé otros muchos encuentros y por ende a los integrantes de las escuadras contrincantes. En ese punto, antes de que el colegiado pitase el final del match, abandoné la grada y me fui a hacer la compra semanal al puñetero Metadona.

Bien, mientras empujaba el carro del supermercado y depositaba los productos sin ningún interés apreciado, me marqué un objetivo que demasiado tiempo he obviado. He decidido ser un mal padre de una vez por todas, un verdadero y eficaz mal padre. De hecho creo que la frase hace tiempo que espera ser vomitada y hoy abandono la química para evitarme la acidez y el regurgitar: como siga intentando ser amigo de mi hijo, el pobre será huérfano.

Y ese es el tema y no otro, nuestra generación ha caído en una tontuna absoluta, nos entestamos en arropar a nuestros hijos de una manera enfermiza, les generamos con nuestra sobre-protección altos niveles de ansiedad, ninguna tolerancia a la frustración y un enfermizo individualismo que les arroja a un desconocimiento absoluto de una verdad inapelable hoy y en toda la historia de las organizaciones humanas: todo requiere un esfuerzo pues nada es gratis.

Nosotros los padres nos hemos dejado caer en brazos de la mayor etapa de consumo conocida en la economía mundial y nos hemos abandonado a la idea de que por el hecho de ser padres, nuestros hijos ya tienen derecho a todo lo que les podamos dar. De hecho los niños nos marcan el criterio de consumo e incluso el endeudamiento familiar. ¿Qué nos sucede?, ¿sabemos realmente ofrecer a nuestra progenie lo que les convierta en adultos útiles?.

Al finalizar la compra y mientras cargaba la misma en el coche, recibí una llamada de uno de los padres con los que comparto el universo deportivo de mi chaval. Me preguntó por mi espantada y miren ustedes, corto y raso, le conteste que hasta aquí habíamos llegado, que entonaba el mea culpa y que el final del partido indicaba la necesidad de un cambio en el cuadro técnico, como padre debía ser sustituido. Pareció sorprenderse, pero cuando reflexioné en el sentido que rezuma este escrito, pareció entender y me otorgó la razón
.
Fui un niño feliz, no lo duden. Registré incidentes en mi infancia como todos mis amigos, hube de ganarme unas zapatillas nuevas aprobando un curso completo, no una asignatura. Ir al cine era una fiesta que premiaba verdaderos méritos en relación a las necesidades de mi casa, comer fuera sucedía muy de cuando en cuando y así, sentarse en un restaurante era algo casi de ensueño. En definitiva, el esfuerzo y el compromiso en el seno familiar, la escuela y también en el deporte –escolar en el aquel tiempo-, era la medida de todas las cosas.

Nuestros hijos han perdido la inquietud ante los imponderables, les hemos transmitido que nada cambiará, que todo es estable y ellos, por su parte, han interiorizado que tienen derecho a exigir pues han aprendido que antes de abrir la boca ya tienen lo que en ese momento puedan haber deseado. No lo estamos haciendo bien, se da la paradoja de que niños perfectamente educados son verdaderos inútiles a la hora de desenvolverse de forma autónoma.

Nos aterra que no sepan hablar idiomas, les buscamos profesores particulares hasta para hacer macramé, si existe algún conflicto relacional en la escuela, el equipo en el que jueguen, en el vecindario o allá donde se encuentren, en lugar de empujarles a la auto-gestión nos gastamos los dineros en psicólogos, terapeutas y no sé cuantos más adláteres que cubran y disimulen nuestra propia inoperancia. ¿Les duele la crudeza de mis argumentos?, de eso se trata precisamente, de eso se trata.

Lo dicho, me voy a volcar a eso del padre malo malote que no carga la mochila de su hijo al salir del colegio, que no le aguanta el bocata en la mano mientras el nene va mordisqueando y que no pierde el culo para comprar una consola de última generación basándome en que el crio es diligente y se porta bien. ¡Puñeta!, eso es lo que debe ser, va con el cargo de ser hijo y no debe premiarse, ¿me dirán que no?.

Me recuerdo a mí mismo partidos en los que criticaba la actitud de algunos niños de poblaciones o barrios eufemísticamente llamados desfavorecidos. Esos críos se dejaban la piel en todo momento y ¿saben?, la razón es muy clara, juegan y hacen vida en la calle, no pueden tener todo lo que desean y así, lo poco o mucho que consiguen, lo viven en triunfo y no como un derecho adquirido. Ahí y no en otra parte radica el secreto de sus éxitos.

Cambio de tercio. Asumamos la responsabilidad, no se trata de que planeta le dejaremos a nuestros hijos, se trata de que ciudadanos le dejaremos a este cansado y perplejo mundo.

POLITICA ES MORAL

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