lunes, 14 de marzo de 2016

BORIS I, EL REY DE ANDORRA.


Este pasado fin de semana, unos buenos amigos colgaron una foto desde Andorra en una de las plataformas de internet que compartimos. Acompañaba la instantánea un cuerpo de texto que describía, a la perfección, la imagen que todos tenemos del país de los Pirineos: “¡Día primaveral en Andorra!, ¡nieve y shopping!.. Feliz finde  gente guapa”.

Bien, ya me conocen, los procesos mentales de este servidor de ustedes son un tanto extraños y me vino a la cabeza que en un no tan lejano 1993, Andorra aprobó por referéndum su segunda y vigente Constitución. La primera la redactó en 1934 un ruso espabilado que se propuso a sí mismo como Rey y que tras un corto reinado de 13 días, acabó detenido, esposado y expulsado del país. En cualquier caso, el buscavidas eslavo, supo ver que el territorio que pretendía gobernar era un rentable reducto feudal fuera de lugar en pleno Siglo XX.

La ubicación de Andorra, en esa frontera natural que representa la Cordillera Pirenaica, ha hecho del minúsculo reducto un objetivo estratégico de los poderes que controlaron, a través de la historia, lo que hoy conocemos como España y Francia. Desde la Edad Media hasta nuestros días, los andorranos han servido y se han servido de los conflictos e intereses de aquellos que mandaban a uno y otro lado de sus fronteras. De hecho, el punto de acuerdo que la realidad impuso a principios del Siglo XIX, tras la caída de Napoleón, restableció el condominio sobre el país  que define una jefatura del Estado compartida entre el obispo de la Seo de Urgell  y el Rey de Francia (hoy el Presidente de la República Francesa), a los que se les denomina copríncipes.

Todo gobierno ha necesitado una caja oscura en la que enterrar secretos y fortunas de origen inconfesable, ese y no otro ha sido el papel jugado por Andorra en su dilatada historia. No pretendo ofender a ninguno de los 77.000 habitantes del principado, pero sus siete parroquias (llámenles ustedes demarcaciones) han sido un tablero del que las potencias europeas han hecho terreno neutral para negociaciones secretas, base de espionaje, negocios oscuros, contrabando  y para esconder dinero -digamos prudentemente- ilícito.

Existen otros estados en el ámbito europeo que son apéndices que las necesidades inconfesables de los poderes continentales.  Liechtenstein, San Marino, Mónaco, el Vaticano, Suiza y también Andorra son, a todas luces, paraísos fiscales. Su apreciable prosperidad es fruto de acoger y normalizar lo que no puede hacerse dentro de las legalidades de las orgullosas democracias de occidente. Decía Montesquieu que desaparecen más estados por la depravación de las costumbres que por la violación de las leyes, no cabe duda de que los países como Andorra preservan las falsas dignidades de sus sostenedores.

No hace muchos meses, visité el Principado a causa de un partido de futbol que debía jugar allí mi hijo menor. Tras cruzar  la frontera me impactó un enorme cartel publicitario que protagonizaba una entidad financiera andorrana y cuyo eslogan les detallo: “confíe en nosotros”. ¿Daban por hecho que un visitante y/o turista tendría algún interés en un banco andorrano?. Miren, les aseguro que lo primero que me provocó el tema fue una sonrisa y tras la misma se me escapó un improperio que no me permitiré reproducirles por prudencia. En cualquier caso no ha lugar a escandalizarse pues la historia ya es demasiado vieja.

En resumen, aquel anuncio fronterizo me aportó luz allí donde existían dudas. Si yo hubiese sido un Pujol y al llegar a Andorra me hubiesen ofrecido confianza, hubiese corrido a ingresar el dinero fruto de mi esfuerzo  y trabajo. Puñeta, es que las almas pequeñas del pueblo llano no entienden nada. ¿Comprenden ahora que el país de los Pirineos mereciese un monarca como Boris I?.

POLITICA ES MORAL

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