El pasado viernes resultó un día
interesante. De hecho, condensar un acto de conocimiento entre culturas y un
concierto de jazz en menos de seis horas prometía y mucho. Más cuando resulta
que uno es un forofo de la música que nació con alma africana y que se
construyó con la metodología tradicional europea y cuando el acercamiento entre
culturas había de tratar de las mujeres dentro del Islam. Lo dicho, las expectativas
eran, por fuerza, muy altas.
Poco después de comer, el hombre que
siempre va conmigo me saludó a su habitual usanza: ¡Muy buenas guerrillero!. ¿Cómo
pinta el fin de semana?. Le expliqué lo que a ustedes ya les he descrito y conociéndole
como le conozco, observé no poca retranca cuando me respondió demasiado corto
para lo que acostumbra: “Pues que lo pases muy bien y disfrutes a modo”.
Noté que ceñía a discurso nuevo y
me alabó un texto que había publicado sobre los atentados del 11 de marzo en
Madrid: “Por cierto, has estado absolutamente inspirado en tu texto sobre los
atentados. De lo mejor que te he leído”. Bien, agradecí su opinión y le
expliqué que el dolor es una amarga pero eficaz inspiración y que tratándose de
tan negra efeméride y viviendo lo que ahora vivimos con el integrismo islámico y
el drama de los refugiados, la falta de moral o el exceso de la falsa, inspiran
más aún. El cinismo es uno de los pecados capitales del ser humano…
Llevé la conversación otra vez a
mi terreno, insistí en detallar la
naturaleza del acto sobre la realidad de la mujer en las comunidades musulmanas
en nuestro país y expuse que la ponente apuntaría
posibles fórmulas de convivencia. Escuché un pequeño silencio y tras el mismo se
abrió el cielo: “Bueno, a ver que sale de eso, espero que no se trate de otra
comunión con ruedas de molino, que a estos se les vence y después hablamos.
Estamos en un punto en el que podemos esperar cualquier cosa y ya es hora de
dejarse de milongas como eso de hemos de
entender, ha de fiarse a un futuro la resolución del conflicto, el pasado de
Occidente puede justificar la violencia del presente…”.
Llegados a este punto, el
silencio fue mío, pero rearmé ánimo y le apunté mi acuerdo en su discurso
aunque no en su totalidad. Diagnosticaba bien pero creí oportuno exponer mi
forma de ver la terapia. Expresé que disponemos de una indudable superioridad
moral ( a pesar de todos los peros que queramos ponerle) y hay que esgrimirla
para vencer a semejante sinrazón confesional, ni más ni menos. Reconocí que
ciertamente hay que acabar con el buen rollito con las dictaduras musulmanas
que miran a otra parte cuando sus hermanos de fe sufren y afirmé que sin duda,
ante situaciones excepcionales, han de tomarse medidas excepcionales.
Es cierto, nos asomamos al abismo y marea que lo único que podemos o
queremos hacer es poner alambradas para que no vengan los refugiados cuando lo
que debemos hacer es exterminar a esos licántropos integristas y conseguir así
que las gentes tengan futuro en una tierra que deben abandonar por la guerra.
Me dejé llevar por el silencio con el que parecía asentir mi amigo y reconocí,
no sin rubor, que desearía muchas veces volar la cabeza de esos liberadores que
dicen actuar en nombre de Dios. La necesidad de seguridad, nos hace intuir que
una baja en el enemigo es un peligro menos para nuestra casa…
Pero hemos de ser conscientes, la
cuestión es que hemos de asumir las propias bajas, pues nuestro mundo no será
seguro si el de los demás –también el de los musulmanes- no lo es también.
Hemos de dejarnos de intervenciones bélicas de maquillaje que tan solo dan
rédito electoral y que tranquilizan a las mentes oligofrénicas de nuestro agitado
tiempo. Hay que entender que proteger a las poblaciones infectadas por el falso
Islam es proteger a Occidente y nuestra forma de vida.
Mi interlocutor se avino a
conversar activamente y convino en que es verdad que se trata de realidades complejas,
donde se entrecruzan intereses muchas veces espurios, pero llegados al límite
actual, hay que actuar con decisión y dejarse de falsos dilemas. Valores
esenciales están en peligro (otra vez) y no podemos hacer ver que no nos
enteramos. Este es tema de estadistas, de hombres y mujeres de alta catadura
moral, conscientes y temerosos de sus propias decisiones pero firmes en sus
posicionamientos hacía el futuro de los suyos, al futuro de aquellos a los que
sirven. El buenismo ha fracasado, no nos conduce a ningún lado aceptable y eso
hay que explicarlo a la gente.
Figuradamente nos dimos la mano y
reconociendo que estamos en el mismo lado nos comprometimos a hacer todo lo
posible por entender y ser entendidos, a explicar que la vía no es mantener a
las víctimas hacinadas en la frontera de la desesperación y que sin nos
inhibimos acabaremos perdiendo nuestra realidad. De hecho, perdiéndola habremos
de someternos a la de otros y no lo duden, ese aceite de ricino será amargo.
Estamos rodeados por la propia falsedad
y la ignominia de una religión que no responde a su propia naturaleza pero hemos
de mantener la defensa de la posición porque, si nos rebasan, estamos perdidos.
Que, al menos, nuestro reducto, el que representa nuestra conciencia, quede
inexpugnado.
Negar la realidad es el camino al
desastre. Decía Nietzsche que la grandeza de un hombre reside en la cantidad de
verdad que es capaz de aceptar y en verdad que en esas estamos. Para afrontar
los problemas, lo primero es reconocer que existen.
Nos despedimos con la mutua
añoranza de siempre y me comprometí a darle puntual explicación de la ponencia
de Najat Driouech Ben Moussa pasado
el fin de semana. Le será grato lo que le explique, pues como pude comprender a
través de su exposición, es en mujeres como Najat donde reside la posibilidad
de entendimiento entre los países musulmanes y Occidente.
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