Se te ofreció poder elegir entre
la deshonra y la guerra y elegiste la deshonra, y también tendrás la guerra. Winston Churchill
Se despacha Manel Valls, Primer
Ministro francés con una afirmación redundante: “Estamos en guerra”. Vale pues sí, la cosa está clara, Europa sufre
desde hace varios meses actos de guerra. Y ante esta guerra, nos dice el Jefe
de Gobierno que “se requiere una movilización
de todas las instancias". Este es el resumen de la reunión del gabinete de crisis en el
Elíseo. Manda narices…
De nada sirven los eufemismos en nuestro presente, los soldados de plomo,
demasiadas veces han debido ser fundidos para fabricar balas. En ese y no en
otro punto estamos.
Este amargo 22 de marzo, marcado
por el atentado terrorista en Bruselas,
nos explica de forma clara e inapelable que el enemigo está a las puertas,
también en el interior de la ciudadela y que el mismo se nos muestra con dos
aspectos muy diferentes: uno viste corbatas Hermes si su fortaleza es un
despacho, o calza falsas zapatillas deportivas de marca si se atrinchera en los
arrabales de las grandes ciudades europeas.
El gran proyecto de la Unión
Europea no es ni ha sido social e integrador. El objetivo real ha sido crear un
espacio económico fuerte y en la búsqueda enfermiza de ese vellocino de oro,
nuestro continente se ha infectado de una nueva peste bubónica que amenaza
nuestro otrora ejemplar sistema social, aquello que se llamó estado de
bienestar. Creo que nadie es consciente de todo lo que esto conlleva. La
pobreza, la falta de encaje de los jóvenes hijos de emigrantes, la absoluta
incomprensión mutua y el mantenimiento, como única directriz sostenida en el
tiempo, de la demanda de mano de obra barata para los sectores de actividad
necesitados de la misma, nos han llevado hasta nuestro presente. ¿Recuerdan
nuestro milagroso crecimiento económico basado en el ladrillo?, pues eso…
A partir de los años setenta, los
países europeos recibieron una gran cantidad de inmigración procedente del
continente africano y en España el
fenómeno se inició a mediados de los años ochenta, a raíz del cierre de
fronteras de los primeros estados receptores. En cualquier caso, no hicimos
mucho caso a una necesidad de integración de los nuevos ciudadanos y la verdad
es que tampoco ellos se mostraron interesados en la misma, pues su objetivo era
estrictamente económico y al menos al principio de su estancia, pretendían regresar
a sus países de origen. Pero pasó el tiempo, ese retorno no se hacía posible y
como no podía ser de otro modo, una segunda y tercera generación nació como
europea pero al margen de los valores que la legalidad debió ofrecerles como
vía de desarrollo individual y colectivo.
No había sucedido anteriormente
que los inmigrantes no fuesen originarios de países con tradición judeocristiana
y por ello no entendimos que el Islam era una religión suprematista susceptible
de establecer criterios de organización social y que por tanto, podía sustituir
a nuestras normas auto-otorgadas democráticamente. Los jóvenes -entre dos
mundos- no llegaron a ser acogidos realmente por el laicismo europeo, muy al
contrario, se sintieron motivo de sospecha permanente. Los barrios eran y son, en términos estrictos, dormitorios
y su desarrollo socio-económico no fue una prioridad. Así, la inevitable conversión
en guetos de grandes y muy pobladas zonas urbanas, imposibilitó la comprensión
entre los nuevos europeos musulmanes y las poblaciones de acogida.
El diagnóstico es ya viejo, pero
resultó preferible mirar a otro lado y así nos luce el pelo. Los años noventa
registraron grandes conflictos en los arrabales franceses y volvieron a
reproducirse casi a nivel de guerra urbana en 2005. Los terroristas que actúan en nuestro
territorio, son compatriotas nuestros que no se consideran aceptados, que creen
ser culpados de todos los problemas y que en general, se sienten despreciados
como integrantes de comunidades ciudadanas de segunda categoría. Son
mayoritariamente jóvenes que han descubierto en el integrismo islámico una
forma de autentificarse incluso sin ser practicantes de los preceptos
religiosos del Islam. Es un problema no resuelto, ignorado interesadamente y con
el que la UE deberá encararse sin dilación si no desea regresar a la situación
previa a la desaparición de las fronteras comunitarias que estableció el acuerdo de Schengen.
Estamos haciendo las cosas mal, increíblemente
mal, estamos derivando hacia una militarización de nuestras calles, provocando con
ello una posible y preocupante pérdida de libertades. Si bien es cierto que
hemos de garantizar la seguridad de la ciudadanía y que hay que perseguir y
detener a aquellos que forman la quinta columna yihadista en nuestro entorno, no deberíamos convertir nuestras
calles en un campo de batalla silente, lo realmente importante es aceptar que
toca decidirse a eliminar el huevo de la serpiente. Objetivo harto difícil, no se conseguirá
bombardeando territorio controlado por el ISIS, ¿creen ustedes que el nazismo
hubiese sucumbido de no haber actuado los aliados sobre el terreno?,
evidentemente no. Pues estamos en la misma situación y es duro, muy duro el
afirmarlo, pero deberemos aceptar que la defensa de nuestra realidad nos
costará sufrimiento y vidas.
La cobardía del continente al que
la Diosa Europa dio nombre nos avergüenza con el abandono de unos refugiados
condenados en vida y con la defensa a ultranza de unos intereses económicos que
para nada invitan a tararear la Oda a la alegría de Ludwig van Beethoven.
Estamos en guerra, nos empeñamos
en ignorarlo y el enemigo está ganando.