Tenemos que afrontar el hecho de
que o vamos a morir juntos o vamos a aprender a vivir juntos. Y si vivimos
juntos, tenemos que hablar. Eleanor Roosevelt
Me desayuno hoy con la noticia de
que David Cameron, primer ministro británico, ha hecho pública una iniciativa
para acabar con el comportamiento endogámico de la minoría musulmana residente
en el Reino Unido. Quizás el término acabar les resulte duro, pero hemos
llegado a un punto en el que el buenismo institucional no hace ningún bien ni a
gobierno ni a gobernados. El mirar a otro lado, el despreciar una realidad por
el hecho de que esta no daba réditos electorales a nuestras enfermas
democracias, ha provocado que el terrorismo haya echado raíces en occidente y
que así, el enemigo reclute efectivos en nuestra propia casa.
Tiempo atrás reflexionaba sobre
los indicadores que nos mostrarían un cambio en clave de progreso en las
comunidades islámicas de occidente. Decía que serían las mujeres musulmanas
quienes significándose y consiguiendo que se les respetasen todos sus derechos
en su entorno social, las que podrían marcar un camino relacional que nos
permitiese vivir juntos. Parece que la iniciativa del premier británico va en
esa dirección. No cabe duda que la propuesta llega tarde, pero en algún momento
y dado el riesgo innegable, un gobierno debe coger el toro por los cuernos.
El primer ministro ha anunciado
que se dedicarán 26 millones de euros para dar clases de inglés a las
musulmanas para evitar la desigualdad y también facilitar una mayor amplitud de
miras en los hogares que pueda reducir las posiciones extremistas. Por otra
parte, los británicos pretenden establecer un mayor control de los Consejos
Religiosos del Islam que aplican la charía y sustituyen con la misma los
preceptos básicos de la legalidad vigente en Europa. No debemos olvidar que
algunas mezquitas establecen unos detallados y aberrantes códigos de conducta
que contradicen derechos básicos de la mujer y que nuestro continente ha
tardado siglos en auto-otorgarse y
respetar.
En cualquier caso, el aspecto a
reseñar de la propuesta de los hijos de la Gran Bretaña, es que establece un
estricto Quid pro quo. El Estado invertirá recursos en formar a la población
pero a aquellos que en un periodo de dos años y medio no adquieran un mínimo
nivel de inglés y un satisfactorio conocimiento de la cultura y los valores del
país de acogida, en palabras de Cameron –no se les podría garantizar que puedan
quedarse-.
Miren, quizás podamos pensar que
establecer criterios estrictos pueda entenderse como echar gasolina al fuego,
pero de lo que no cabe ninguna duda, es que el camino seguido hasta ahora, no
nos ha llevado a ninguna parte y alguien debía decirlo. Lo que hemos conseguido
no es gratis, nos ha costado medio milenio de guerras acercarnos a un frágil ideal
de libertad, igualdad y tolerancia. No es momento de templanzas y no podemos
dudar que de no hacer las cosas bien, la bala en la recámara que representa el
infecto fascismo, volverá a mostrar su cara.
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