Enséñame un héroe y te escribiré
una tragedia. Francis Scott Fitzgerald
Pasa la vida entre los apuros de
la ciudadanía que pierde a jirones aquel sueño que se dio en llamar bienestar.
Ciudades y pueblos se reinventan día a día mientras sus representantes se
procuran con esmero y ponzoñosa pulcritud, la forma de mantener sus culos secos
y mantener llenos cántaro y zurrón. Dos realidades en una, los que dicen vivir
bien y los que pretenden en el vivir logro suficiente.
Esta sociedad se divide, a groso
modo, en dos grandes colectivos socio-económicos, los trabajadores del sector
privado y los funcionarios también llamados “empleados públicos”. Es en este
concepto de lo común a todos, donde damos sostén a la estructura de nuestro
país, pues sin aquellos que conforman los cuadros de educadores, de personal
sanitario y los agentes de policía, ningún país garantiza un presente y se otorga esperanzas de futuro.
Es cuestión sencilla, toda
organización necesita unos mínimos, sin ellos abrimos la puerta al caos. Así,
conviene recordar que no debe criminalizarse a los funcionarios por tener
trabajo, en todo caso, deberíamos defenestrar a aquellos políticos y
gobernantes que en el control de lo público y de sus actores, se han procurado
redes clientelares que a nadie aportan nada. Debimos prever que las estructuras
burocráticas de nuestra organización territorial se cargaban, de facto, la
posibilidad que los organismos públicos resultasen eficaces y eficientes.
Bien, sin duda alguna, los
funcionarios son capaces y lo serían aún más si se les permitiese aportar e
implicarse en los objetivos de los servicios en los que trabajan dando
ideas y voluntades. A fecha de hoy el tema ha sido imposible, las élites
políticas han pretendido hacer del funcionariado un caladero de votos fiel o si
lo prefieren, sometido.
Llegados a este punto, toca
incidir en una más de esas vergüenzas que adornan la mezquindad de nuestro
país. Mueren, mejor dicho nos matan, dos policías en la embajada española de
Kabul y entre dimes y diretes, el gobierno declara cuatro cosas y acaba diciendo nada. Como otras tantas veces, el
servicio de la gente de armas, sean estos policías, guardias civiles o
militares, es silenciado y también escondido. Nadie sabe ni sabrá ni cómo ni cuantos
compatriotas han caído en los Balcanes, el Magreb, Mali, Irak, Afganistán y en
otros tantos puntos del orbe…
He oído con negra amargura como
progresistas de medio pelo afirmaban, en relación a los dos agentes caídos en
la capital afgana, que a esos destinos los policías van voluntarios y movidos,
no nos engañemos, por la golosina de una dietas suculentas. Vale, para ustedes
la perra gorda, pero claro, no lo olvidemos, luego pasa lo que pasa merced a
los precarios medios de nuestros efectivos en “misión internacional” y los
primeros que se desentienden son los malnacidos que nos gobiernan. Sé de lo que
hablo, no soy el único, demasiados cayeron en el pasado y siguen sin merecer el
recuerdo.
En ocasiones se pregunta uno que
puñetas hacemos en según que escenarios en conflicto, pero no hay que caer en
la tontuna de pensar que ningún papel jugamos en el ámbito internacional.
Siendo este motivo para mayores y largas reflexiones, hoy tan solo pretendo
hablar de las personas que ponen en riesgo sus vidas en aras de los intereses
del país y de los ciudadanos que juraron defender. Hoy deseo pedir, deseo
exigir a nuestro Gobierno que no digan que dos policías nacionales murieron en
un atentado terrorista. Espero que se explique que estaban inmersos en una
acción de guerra como así ha sido afirmado por las fuerzas militares
multinacionales presentes en la zona.
Por una vez en nuestra historia
reciente, quiero mantener la esperanza de que nuestros próceres se dejen de
milongas y otorguen los honores que se les rinden a los caídos en combate.
Demasiadas ausencias se explicaron con mentiras que hoy se cubren de polvo en
el olvido. Hagamos lo que estemos haciendo en Afganistán, hemos perdido a dos
funcionarios que empeñaron su voluntad al servicio de los demás y que la han
pagado con su sangre.
In memoriam de Jorge García
Tudela e Isidro Gabino San Martín Hernández, requiescat in pace et Semper fidelis.
No tengo palabras más que de agradecimiento.
ResponderEliminar