En no pocos casos
el odio a una persona tiene sus raíces en la estimación involuntaria de sus
virtudes. Arthur Schopenhauer
Curiosa la jornada
de ayer, entre actividades propias de la fiesta mayor de mi ciudad, una ciudad
que se encuentra en Catalunya, tuve la oportunidad de entrar en un hilo de chat
iniciado por un amigo mío que vive en un municipio sito en Andalucía.
Podrán ustedes
imaginar, de conocerme un poco, que se hablaba de política, de
socialdemocracia, de la dignidad o indignidad de nuestros cargos electos, de
opciones frente al futuro común de esta entelequia llamada España. Más
subyacían otros temas que en ningún momento pude imaginar, entre ellos, el “problema catalán”.
Todo eran puntos de
encuentro argumentativos, todo eran reconocimientos mutuos, la sintonía parecía
absoluta entre ciudadanos con una consciencia común. Llegó entonces la
apreciación envenenada, la palabra estigmatizada, se descubrió el mayor de mis
pecados. Mi amigo, con la mejor de sus intenciones, comento a los contertulios que
de querer conocer aspectos de la política catalana, podían contactar conmigo
para disponer de una visión cercana a la realidad. Craso error…
De repente me
convertí en un demagogo y en un ciudadano de intereses “poco claros”. Por
supuesto que pretendí templar el ánimo propio y ajeno, les aseguro que quise de
forma educada explicarme planteando que no había lugar a cuestionar mis
razones, objetivos y lucha. Nada que hacer, el tópico se imponía sobre el
conocimiento, una vez más.
De forma inmediata,
sin mediar apreciación que moderase el discurso, recibí el siguiente golpe en
el ánimo y la descalificación de mis motivos: “Pues con todos mis respetos, no los conozco pero usted tampoco los
míos y si sirve de algo yo soy muy andaluz y la verdad es que me duele tener
que soltar los euros para personas que no quieren ser españoles…”.
Subyace una lectura
inmediata, alguien se reconoce como algo que debe, indefectiblemente,
enfrentarse a alguien que se significa
como “otra cosa”. Curiosamente este
caldero de matices infinitos que denominamos “Estado Español” tiene todos los
mimbres para hacer el cesto y nos entestamos en no hacerlo. Amarga realidad la
nuestra.
POLITICA ES MORAL