Me contactan
para decirme que se me ve muy guerrillero y creo que a fin de ser concreto
deberé cambiarme el apelativo, ya que me veo empuñando armas de muy grueso calibre. A mí, en honor de
la verdad, lo que de veras me gustaría
es que el arsenal que atesoro, asustase al enemigo.
Lo cierto es que a quienes valoran
que en ocasiones me tiro al monte, no les falta razón, pero lo que me cabrea
–muy a mi pesar- está en la psicología
de la gente. Desde los tiempos de Adán y Eva (o desde que nuestros ancestros
dejaron de despiojarse y bajaron del árbol y se irguieron "no fuera a
ser" que algún carnívoro se los zampara de almuerzo), a lo que el personal
responde mejor –a los hechos me remito- es al panem
et circenses. Reconociendo la cosa como inapelable, tampoco me ahorro decir
que tiende uno a dejarse tentar por el jarabe de palo (que no es un grupo
musical), acabando por pensar que ya cansa estar rodeado de tanto boquerón
pescado.
Volvemos una y
otra vez al mismo punto: apenas nos queda el derecho al pataleo, porque la
gente se indigna o dice indignarse, pero como bien señalo hace tiempo por
activa y pasiva, lo que de verdad jode a la gente, lo que le jode de verdad, es
ver perder a su equipo el domingo. Será cierto que las revoluciones pueden tener cerebros o
teorizantes, pero las llevan a cabo los hambrientos por puro instinto de
supervivencia. Lo que de veras nos
impulsa es nuestra parte irracional. ¿Me lo negarán?.
De la derivada
que me observo, en ningún caso interpreten que podemos cesar en el esfuerzo de
ser dignos ciudadanos, pero nuestro coto de libertad es pequeño, muy pequeño y
se torna tan valioso que debemos batallar para que no nos lo quite nadie, esa
realidad sí que depende únicamente de nosotros. En esos viveros germinan sobre
la marcha reflexiones que de pretender hacerlas extensivas a otros, de querer
liberar a los que están en nuestro entorno, primero deberemos comprobar si
desean ser liberados. Hagamos memoria sobre el error de muchos autodenominados
libertadores: no saber lo que los “oprimidos” quieren en realidad.
Estamos dentro de la fecunda y apocalíptica mente de Huxley, en su Mundo
Feliz, en aquella pesadilla en la que los ciudadanos se chutan con una droga a
la que llaman soma y a la que recurren cuando se encuentran deprimidos. Método
para inhibirse de la realidad, facilita una sociedad sometida y controlable
pero extrañamente satisfecha. ¿Les suena la cosa?, ¿pueden establecer prudentes
paralelismos?. Puedo asegurarles que yo sí…
En fin, uno es
proclive, en estas circunstancias, a caer en la desesperanza y la melancolía. Decía
Sartre que el infierno son los otros, pero es que su ego era más grande que la
Gran Muralla. La verdad es que resulta difícil encontrar lógica a la actitud de
la gente, si es que queremos hacerlo desde la racionalidad. En ese estéril
ejercicio se crían las mutaciones como por ejemplo la de Mussolini y el ideario
fascista. Cuando la racionalidad intenta darle forma a una sociedad basada en
justas correspondencias y hacerla
comprensible, empezamos a entender nosotros mismos que lo que pretende ser el
camino a una sociedad justa resulta sencillamente vaporoso: sombras y cenizas.
Y sucede
entonces que las mentes más fecundas y voluntariosas evolucionan o mejor dicho se
acomodan en un fácil y casi absoluto
dogma: todo para el pueblo pero sin el pueblo. Drama viejo como el tiempo,
explica como las propuestas socialistas -por sociales- se acaban imponiendo por
la fuerza. Si echamos la vista atrás creo que, sin duda, fueron los déspotas
los que mejor entendieron cómo funciona realmente la psique de la sociedad. Triste
y amarga lección la de hoy para alumnos y
maestros, pero cierta como que hay Dios. Queda esperar que el despotismo
quiera salvarse a si mismo siendo ilustrado, pero el problema es el de siempre,
lo normal es que se acaben sustituyendo unos parásitos por otros. ¿Conclusión?,
no hay régimen bueno. Bueno, en realidad hay uno, le llaman el régimen del
cucurucho. Por cierto, si no aguantan una broma, márchense del pueblo…
Creo - visto lo
visto- que es una gran verdad eso de que la democracia es el menos malo de los
regímenes posible. En la voluntad de reseñarlo
de forma correcta, recurro otra vez a las escasas reservas de ánimo que atesoro
y me acojo al sagrado de las rimas de Don Antonio Machado. El Maestro no sería
perfecto, pero su poesía es una de las más valiosas propiedades en mi momento y
así converso con el hombre que siempre va conmigo y hablando solo espero
hablar a Dios un día, mientras, mi soliloquio es plática con esos pocos amigos
que perseveran en enseñarme el secreto de la filantropía.
Es en
compañía de esa reserva de raros
especímenes, cuando me rectifico y abandono el jodido determinismo fatalista para
recuperar la esperanza. Esos pájaros bobos llenos de sabiduría demuestran que
puede existir conciencia y justicia. Un día de hace tres estíos, mis pies me
llevaron a Colliure, la villa costera del sur de Francia en la que descansa el
poeta que a todos nosotros supo poner nombre. Allí, una mujer que provocó en mí
mucho dolor, supo definir y definirme. Frente a la tumba que explica la
vergüenza de nuestro pasado, lloré de forma pausada y honda, algo se me rompió dentro
y vi a España de lejos pero la sentí muy cerca. Entonces, a mi espalda, escuché
su voz: “no llores, en ocasiones, es en las tumbas donde vive la esperanza”.
Aquel mes al
que Augusto puso nombre, decidí no dar por muerto a nadie ni invalidar nada,
ese es el legado que conservo de una de mis personas más amadas. Aquella mujer
estuvo completamente lúcida y certera, me hizo recordar lo visto en mis viajes,
ver de nuevo la inútil grandilocuencia de muchos monumentos, discernir la valía
del orgullo de muchos pueblos para
entender, finalmente, que la verdad descarnada pueda ser enseñada por un
maestro olvidado que mostrando su desgracia, nos impulsa a trabajar para ganar
el futuro.
Estoy pensando en
volver a visitar a Don Antonio, me gustaría hacerlo acompañado de los Julianes y
los Melchores que me dignifican con su
amistad. El día que vayamos nos daremos un abrazo allí mismo, como símbolo y
reivindicación de la tercera España que es la mía, que es la nuestra.
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