¡Buen día, Guerrillero!, así me ha
abierto la puerta mi amigo. Yo, esbozando sonrisa, le he recordado que también
él es combatiente, pero sin duda y a todas luces, más educado.
Llevamos tiempo –diría que años-
haciendo conciertos a cuatro manos y cada uno con sus palabras, a la postre
decimos más o menos lo mismo. En cualquier caso, siendo el amigo generoso, dice
que lo que se nota es el que en las armas literarias parezco estar yo más
bregado. Yo les digo una cosa, un prólogo de ese corazón generoso,
oscurece cualquier historia que tan solo
presentarla parece.
Dicen los mílites que la
experiencia es un grado, pero lo que está más que claro es que en cualquier
caso, guerrear con una cuadriga necesita de arquero y auriga. ¿Qué papel
jugamos cada uno?, la verdad, yo no lo he descubierto. Eso sí, ambos, cuando
nos ponemos en harina, sabemos reconocer que todo carro necesita, para tirar de
él, caballos u otro tipo de cuadrúpedos.
¿Burros?, exacto, van ustedes pillando la idea...
Acémilas, burros o caballos hay
para tirar y parar carros, pero entre las bestias siempre hay algo o alguien
capaz de sacar lo mejor de las personas. Ese es el valor del prologuista
protagonista de esta historia. Así que
el mundo siga su camino, pero espero que el suyo no se tuerza, pues en un lugar
en el que las gentes dormidas hablan de la distancia futbolera del Madrid al
Barça, un Antonio del presente recogió a un Machado del pasado y así me salvó
de una enajenación inminente.
Bien están los héroes escondidos
tras la vulgaridad mundana, son ellos los que aparecen cuando los gualdrapas de
medio pelo -que siempre merecen palos-, se descuelgan pintureros rozando con
alabar a Tejero. Sí, a eso hemos llegado señores, al blocao de las pequeñas
razones asediadas y son los Hércules de la templanza, quienes nos salvan del
homicidio, haciéndonos de pantalla cuando un descerebrado nos dice a bocajarro:
“el golpe debería haber triunfado”.
Así las cosas, necesita uno compañía
para conseguir obviar que esta boca es mía. Pero claro, nunca se frena a un
burdo gañán con las palabras y callando les permitimos hablar y se acaba
escuchando un fétido Viva Franco. ¿Qué
quieren que les diga?, nuestra clase política, nuestros representantes electos
han conseguido embrutecernos y son, no lo duden, culpables de todo esto. De
hecho, la indignidad de nuestros representantes hace aflorar lo peor del común,
esta cleptocracia demasiada templanza nos
ha pedido y nos pide. Es ahí donde mi amigo me agarra y me hace retomar la
calma. Eso sí, bajo biorritmos pero le insisto y no cedo, ladrones y culpables, culpables y ladrones le bramo y
persevero. Él sonríe quedo, levanta la mano pausado y pide dos cortados.
Me conoce, ve como la bilis le sube
a uno por el gaznate y también –aunque no lo diga- se ve tan impotente, ante lo
que resulta una evidencia, que cuando baja la guardia soy yo el que le miro y
noto que la razón le flaquea. Doble mérito para el compañero de pesadumbres, me
mantiene firme cuando el guerrillero se me escapa y se plantea tirar por la
calle de en medio. Y es por eso tan oportuno, por eso es oro en paño, pues
nunca se agota de ejemplos y me trae personalidades que supieron mantener ideales
y elegancia ante situaciones peores que las actuales.
Mi amigo, mi compañero, mi
hermano es mi ejemplo, y por ser capaz
de hacerme ver lo que mi rabia solapa, me
siento tan orgulloso de él. Lo dicho, dicho queda, pero tampoco perderé la
oportunidad de hacerle ver, que seremos de distintas sangres, pero que ambos
somos dos ilustres pájaros bobos. Vaya por delante, si me estás leyendo y no te
gusta lleno de plumas el nombramiento
–aguanta la chufla-, puedes abandonar puerto…
Yo lo de pajarear lo llevo a
mucha honra y es de mucho disfrutar dar un poco en que pensar a los que
pretenden meternos en la horma. Así
es y perdónenme, pero es que está ya uno
hasta los cojones de tanto listo, de tanto espabilado auto-suficiente. ¡Puñeta!,
que algunos aprendices de brujo he conocido que dan lecciones mostrándose prepotentes
y condescendientes, los muy felones, incluso tras haber pisado comisarias y
prisiones.
Gracias al Antonio del pasado,
gracias al de mis días. Si no fuese por ellos yo, a bien seguro, me perdía.
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