Ahí estábamos, perplejos frente
al colegio electoral que habían precintado los mossos de esquadra que nos
miraban con una mezcla de tristeza y rabia. También se acercó un sargento de la
Policía Local y conversó con algunos de los presentes intentando apaciguar los
ánimos. Poco éxito tuvo en su iniciativa, pero siendo vecino y guardia
veterano, al menos se le escuchaba por tramos. Algunos de los frustrados
votantes -los de mayor edad- le dijeron que no se preocupase, que estaban “fins els collons” (hasta los cojones),
pero que no pasaría nada. Tan solo querían que alguna cámara de alguna tele o
que los centenares de teléfonos móviles escampasen lo que sucedía en Cataluña por
todo el orbe.
Se fue el municipal y todos
seguimos conversando entre algunas henchidas proclamas. Yo me discutí con un
par de amargados que me acusaban de cobarde por no haberme posicionado por el
sí a la independencia y que sin duda –decían- estaba disfrutando con el
fracaso. Digo que me discutí por ser prudente, la verdad es que estuve a un
tris de liarme a puñetazos. Algunos amigos mediaron y nos separaron llevándonos
a las esquinas de un figurado ring. Los muy imbéciles no sabían que los otros,
aquellos a los que llamaban unionistas, decían de mí absolutamente lo mismo. No
sé, eran malos tiempos para la lírica, ¿qué les voy a explicar que no sepan?. En cualquier caso, les diré que no siento
miedo ante situaciones difíciles y no me falta el valor para comprometerme en
acciones peligrosas o que conlleven riesgo. Ya lo decía mi madre: “nenico, si
no estás en una estás en otra”.
Lo que no esperaba, bueno, lo que
no esperaba nadie, fue lo que sucedió cuando ya los ánimos templaban. Apareció
un todo terreno de la Guardia Civil circulando a gran velocidad y fue a
detenerse frente al morro del Seat León de los Mossos. Bajaron dos guardias
aspectualmente muy jóvenes y frente al silencio expectante de la gente
gritaron: “¡dejen de acosar a la policía o aténganse a las consecuencias!.
Miren ustedes, cuanto menos la amenaza sonó vacía, pues ni los policías
autonómicos estaban acosados, ni ninguno de los que estábamos discutiendo
acaloradamente les prestábamos la más mínima atención. Bueno, no es cierto, una
señora les regaló unos claveles y ellos -correspondiendo al delicado presente- se los colgaron en el cinto.
Cierto, disculpen, regreso a la
Guardia Civil. Nada, el que parecía mayor de los dos era un cabo y parecía
disfrutar escuchándose. Repitió aquello de las consecuencias un par de veces
más y aquella supuesta turba de vecinos perplejos, rompió a aplaudir. Imaginen,
los dos dignos representantes de la Benemérita se quedaron a cuadros. Imagino
que no podían entender que en lugar de piedras, la gente les lanzase aplausos.
No sé, tuvo gracia la cosa. Me acerqué a su vehículo y oí como el guardia le
decía al cabo: “copón bendito, ¿pero esto que pijo es?. Ahí vine a darme cuenta
de que el muchacho era, sin lugar a dudas, de algún lugar entre Mazarrón y
Torre Pacheco. Vamos, que era murciano y concretamente del campo de Cartagena.
Largándole la mano y con la mejor
de mis sonrisas (créanme que totalmente sincera) le dije: “¡acho!, no seáis
atravesaos y sepas que podéis hablar abonico que toda esta gente no es sorda y
para mí que no dais pie con bola”. Me miró ojiplático y oigan, me dio la mano.
Se la encajé con ganas y no perdí la oportunidad de expresarle lo contento que
estaba de encontrarme con un paisano. Los guardias se miraron y tras ello,
clavaron la vista en mi: “oiga, ¿usted venía a votar?. Contesté que claro, pero
que pretendía votar en contra, es decir, no. Volvieron a mirarse y
perseveraron: pero…, esto es ilegal. ¿Lo sabe usted?. Me puse paciente para
decirles que claro que lo sabía, que este referéndum no tenía ninguna garantía,
pero que la cosa era otra. La cosa era que teníamos un problema, que el Estado
no podía mirar a otro lado cuando tantas personas deseaban marcharse de mi
amada España, que hacía tiempo que debíamos haber cambiado las cosas para que
todo y todos encajasen en un país fuerte y orgulloso de su pluralidad. Eso
significaba mí no, pues si los indepes se habían fumado la legalidad, el
Gobierno, en su cerrazón, se había cargado el estado de derecho. Les dije que
un sistema basado en la corrupción, manifiestamente, no podría reflotar a la
piel de toro. Vamos, que mí no pretendía ser un minúsculo heraldo de un cambio
en nuestro país y que los del sí –bien o mal guiados- creían haber encontrado
la fórmula para acabar con el latrocionio.
Realmente no sé si me entendieron
o mejor dicho si supe hacerme entender, pero ya envueltos por un montón de
gente, que intrigada, seguía la conversación, el cabo me preguntó: ¿usted es
murciano?. ¡Pa que más!, le dije expliqué que nací en Barcelona casi por
casualidad, que era hijo de cartagenero y fuentealamera (Fuente Álamo es otro pueblo del campo
de Cartagena) y que tenía un pie en Murcia y otro en Cataluña. Ambos asentían y
ya un pelo relajados, empezaron a preguntar y preguntar: ¿es que ustedes no se
sienten libres?, ¿es verdad que aquí obligan a hablar el catalán por cojones?,
¿es verdad que aleccionan a los críos como
los nazis?, nos dicen que los políticos españoles han pedido escolta
para ellos y sus familias ¿es cierto?.
Imaginarán que mucha pregunta
era, pero como les apuntaba, un montón de personas se avino a dar cumplida
respuesta, eso sí, un poco atropelladamente. Uno de nuestros vecinos, Pracons,
que es grande como un San Pablo, puso orden y en un santiamén, más de doscientas
personas, parecíamos el público del programa “Tengo una pregunta para usted”.
¿Saben?, en mi tierra, decimos que tenemos una papeleta cuando algo es un
embrollo pero yendo la cosa de votar y no poder hacerlo, la confraternización
con los civiles valió –también como decimos allí- más que muncho. Ahora, echando la vista atrás, me viene una sonrisa a la
boca pues pienso en cómo nos debió ver el dron que nos sobrevolaba en aquel
momento: gentes vestidas de blanco y ociosos, con dos mossos de esquadra
despistaos y dos guardias civiles petant
la xerrada, vamos, conversando.
Miren ustedes que el mundo es
pequeño. Resultó que el guardia joven era primo segundo por parte de padre de
Pedro, el hijo de mi prima hermana Isabel. Es algo que hacemos siempre en
Cartagena, olisquearnos para obtener respuesta a aquello de y tú, ¿de quién
eres?. Un año y pico después coincidimos en la boda de Lucía, la hermana de
Pedro. No se imaginan la pechá a reír que nos pegamos recordando el embrollo
del 2017. A veces, mal que nos pese, solo el sacudir el avispero nos obliga a
correr hacía las soluciones. Así fue entonces, acabamos por modificar la
Constitución y con algunos o bastantes dimes y diretes, volvió la calma tras la
tormenta.
POLITICA ES MORAL
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