Los pueblos felices no tienen
historia. Raymond Queneau
Queneau, miembro del Colegio de
la Patafísica (lo que está alrededor de lo que está más allá de la física) nos
explica que la misma es la ciencia que
regula las excepciones. Junto a sus compañeros de escuela, estableció que se
trata de una ciencia de soluciones imaginarias. Vamos, que no puede
establecerse relación entre lo particular y
el interés general y que se rechaza cualquier generalidad o
universalidad. En resumen, la patafísica no puede ser teorizada en base a sus
contenidos: es la patafísica la que especula sobre las particularidades.
Habrán de perdonarme, pero lo que
ahora estamos sufriendo en Catalunya y España – tanto monta Isabel como
Fernando- es, no lo duden, un caso práctico de patafísica de medio pelo. Aquí
todo quisque se ha hecho traer la realidad a su fragua y ha forjado la realidad
que le ha dado la gana. Eso sí, estamos a las puertas del décimo mes del
calendario. La cosa me lleva a pensar que estamos a dos minutos de reproducir
lo que la historia de nuestro Siglo XX denominó los Hechos de Octubre de 1934:
la proclamación de la República Catalana y la posterior represión de lo que se
consideró un acto de guerra contra la República Española por parte de la
Generalitat de Catalunya.
Les ruego que no se sorprendan,
somos un pueblo dado a reeditar los problemas. No lo duden, me jode sobremanera
ver paralelismos entre situaciones separadas por 84 años. Es muy molesto, pero
me gustaría que algún estadista nos hiciese el puñetero favor de entender que
conocer el pasado habrá de sernos útil en el presente. Aquel lejano momento, en
mitad de nuestro escaso sueño republicano, debería poner luz a nuestro actual atribulamiento.
La España de entonces era plural en caracteres pero estos, tras centurias, seguían
sin cohesionarse. Ni más ni menos que como ahora. La Segunda República debió
atender demasiados frentes en lo social y lo económico, así que la cosa de las
naciones y sus identidades era a todas luces relevante, pero no un asunto vital. Eso sí, el país que
teníamos entonces cargaba ideología en cada amanecer: política que con
diferentes registros e intereses, buscaba soluciones. Eso no sucede hoy. Ahora
gestionamos otras cosas y lo único paralelo al pasado es reconocer las mismas
consecuencias de nuestras incapacidades.
La proclamación de la República
Catalana parió un Estado Catalán que duró una sola jornada. Proclamada el seis
de octubre, fue sometida el día siete. El Gobierno de Lluís Companys fue
apresado, también muchos parlamentarios, y junto a los Mossos de Escuadra
fieles a la Generalitat, acabaron encarcelados en un barco prisión en el puerto
de Barcelona. Receta vieja y harto eficaz, los cañones en la Plaza de Sant
Jaume y los legionarios salvaron a España del separatismo. Diferente pero
igual, nuestro próximo octubre se nos estrenará con un estado de excepción last edition pero que también contempla –como
antaño- barcos en el puerto de la Ciudad Condal. Ahora sirven de alojamiento a
las fuerzas policiales que han venido de toda España para salvarnos. ¿Saben?,
no puedo evitar pensar en que puedan tener otros usos.
Este pandemonio que ahora nos
vemos obligados a vivir, no es ideológico. No es algo basado en confrontaciones
sobre modelos sociales, se trata del final de una huida hacia delante de unos
representantes políticos que, habiendo hecho de la Democracia un latrocinio,
han llevado a la ciudadanía a pensar con el corazón cuando más necesitaba el
cerebro. No somos un pueblo feliz, es cierto, pero no es tan solo debido a la
propia naturaleza del hombre: cuando la economía iba a toda vela, la
identidad habitaba en la matriculación
de automóviles y la concesión de hipotecas. Se acabó la fiesta y buscamos la fe
que perdimos por culpa del vellocino de oro. Los sacerdotes electos vieron que
una masa díscola necesitaba fijar su frustración y rabia de algún modo. Así los
antiguos socios políticos se tornaron antagonistas para culpando a otros,
justificar el propio fracaso.
Miren, yo no soy independentista,
soy de esos equidistantes federalistas de tufo repugnante, pero he de
apuntarles una verdad que no podrán contestarme: el movimiento secesionista se
ha fumado la legalidad, pero el gobierno de Madrid se ha cargado el Estado de
Derecho. Es lo que hay, mi España se ha roto y ahora ya no se trata de independencia
sí o no. Ahora se trata de Democracia sí o no. ¿Lo ven?, a vueltas con la
patafísica, Madrid y Barcelona se han inventado sus particularidades y nos han dado
una maravillosa dicotomía en la que eligiendo bien, unos y otros afirman que seremos
felices para siempre jamás.
Malditos hijos de mala madre.
Incapaces de sentar el culo y negociar a favor de los que dicen representar,
nos harán repetir historias para constatar lo infelices que somos. Eso sí, en
los últimos días he visto y oído como se apelaba a la violencia y se recordaba
a algunos políticos que su lugar era una zanja en una cuneta. Esos gritos
escaparon de gargantas que se declaran como defensoras de España. Yo soy
español viejo y catalán a todas luces, no se permitan dudarlo, pero como decía
hasta la saciedad mi amado y añorado Leonardo, a veces uno sabe de qué lado estar,
simplemente viendo quiénes están del otro lado.
Defendí y defiendo el espíritu de
los imperfectos constitucionalistas de Cádiz, de los torpes visionarios de la
Primera República y de los arquitectos del hermoso sueño de la Segunda: la
esperanza por la que lucharon nuestros abuelos. Pero hoy me revelo ante mis
esperanzas y niego –remitiéndome a los hechos- que el camino recorrido haya
servido de algo. Uno puede cultivar la fe, pero mi Patria ha secado sus ubres y
nos condena a la inanición democrática. Hoy, como un itinerante peripatético,
me recojo como patafísico y me agarro del brazo del insigne Ortega y Gasset.
Cuando el gran impulsor de la caída de la monarquía de Alfonso XIII, observó que el proceso constituyente republicano escondía pecados que enterraban sus
virtudes, proclamó a los cuatro vientos “la República no es esto, no esto”.
Así vivo este amargo momento.
Donde Ortega dijo “estos republicanos no son la República”, yo afirmo que
quienes gobiernan el estado no son verdaderos españoles, son traidores
rentistas que ofenden todo lo que de honorable tiene mí país. Nunca imaginé
vivir este fracaso y así deben saber que, ayudado por Federico García Lorca,
les afirmo que estoy más cerca y me siento más hermano del chino bueno que del
español malo.
Hoy, a mi espalda, me leen
mientras escribo. Me han preguntado si me doy cuenta de que ya formo parte de
eso que llaman “el problema catalán”. Les soy sincero, nunca lo hubiese
imaginado, pero ¿qué puedo decirles?, es lo que tiene contaminarse con Queneau.
POLITICA ES MORAL
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