Esta es la historia de una mujer,
que como muchas, fue víctima de eso que eufemísticamente denominamos “violencia
de género”. Es una historia de silencio y vergüenza, es la descripción del mismo infierno…
Cuando se me contactó, advertí
que tan solo escucharía y que decidiría en base a conciencia, así es como
trabajo. Pero lo que entendí como una reunión rápida se convirtió en una
conversación larga y llena de amargura. Inicialmente participé con monosílabos
y mi interlocutor llegó al llanto en algunos momentos, era un padre al que le dolía
el alma cada vez que pensaba en su hija. Era un dolor viejo y punzante, era el
no dormir de cada noche.
Me explicó que su hija, brillante
académicamente y a nivel profesional (era doctora en medicina y especialista en
pediatría), acababa de separarse de su marido, un heredero de una familia de
abolengo y abogado de profesión. El patricio adinerado pretendió a su hija
cuando esta finalizaba la residencia de su carrera y dos años después se
casaron. La familia estaba encantada con el enlace, ya que emparentar con la
élite económica de Barcelona era un sueño para un carpintero que deseaba
ofrecer a su progenie todo aquello que describió como “respeto”. Imagino que
para su hija también debió ser algo atractivo el modus vivendi de la clase alta,
pero como fui descubriendo, pagó un precio desde el minuto uno…
Me enseñó fotografías de la
muchacha, era una mujer menuda pero hermosa, con donaire, con una elegancia
natural que podía leerse en las imágenes que las temblorosas manos de aquel
hombre disponían sobre la mesa. Me explicó que su yerno empezó por insultos y
descalificaciones en privado, más tarde no se retenía en público y finalmente
llegó a la agresión física. Pregunté si no habían observado nada que les
pusiese en alerta y se me respondió que no, que no era posible un contacto
continuado con su hija debido al rechazo que los burgueses tenían hacia los “carpinteros
muertos de hambre”. El marido de su hija tan solo permitía una comida conjunta
al mes en la que no se daban ni diez minutos de sobremesa.
Seguí preguntando. Quise ir un
poco más allá, pues no entendía como una mujer de “clase baja” había sido la
opción deseada por un hijo de la élite más encumbrada. El padre respondió de
forma rápida y clara: “Mire, los de esa
cuerda se conocen todos. El chaval debía ser de siempre un mal bicho y las
familias se conocen. A pesar de su estatus, ningún padre desea que su hija
sufra a manos de un animal. Mi niña (así le llamaba), cumplía expectativas.
Toda una doctora y además bonita, quedaba bien en las fotos. Además, el que
perteneciese a la clase baja le permitía controlarla convenciéndola de que
era inferior a el”.
Bueno, no soy psicólogo, pero aquel
suegro definió perfectamente la psicopatía del que había sido su yerno.
Volví a preguntar. Quise saber
que le había traído hasta mí, si tal como explicaba, su hija ya había abandonado
el hogar familiar. Me relató que el día que ella marchó de casa, el la atrapó
en el ascensor y le pateó el pubis provocándole una hemorragia. Su hija escapó
herida pero decidió no denunciar para que no le inhabilitasen como abogado. Fue
en ese momento cuando conocieron con detalle todo el sufrimiento vivido. La
norma relacional eran los insultos, los golpes y el sexo forzado. Pasados unos días desde la agresión, decidieron regresar a la casa de la parte alta de Barcelona que
habían compartido hija y yerno. Advirtieron a la familia del maltratador de que
retirarían los enseres, libros y ropa de su hija. Por otra parte, para evitar problemas, exigieron que
en ningún caso estuviese presente el marido y pidieron la presencia de alguien
de la familia.
No fue así, a su llegada y para su sorpresa, en la casa estaba la
madre del violento y él mismo. Protegida por hermano y padre, la maltratada empezó
a recoger sus cosas y de repente, el marido la atacó con saña, provocándole un corte
profundo en una mano mientras trataba de asfixiarla apretándole el cuello
contra la pared. El hermano reaccionó y golpeó al salvaje hasta derribarlo,
literalmente salieron huyendo de aquella casa.
Aquel hombre, bueno, aquel jodido despojo, fue
denunciado finalmente y a causa de ello empezó un acoso brutal a la hija del
que ya consideraba mi cliente. Amenazas, descalificaciones en el entorno de
las amistades, acoso constante que llevó a que tuviesen que hacer del hermano
un guardaespaldas a tiempo total y de la comisaría de policía un apéndice de su
propio hogar. Mi cliente se quejaba amargamente
de que su hija estaba enterrada en vida y que ya no confiaba en las leyes, pues
el tiempo pasaba y nadie parecía poder o querer hacer algo…
Alcé la palma de la mano y le
dije que no llorase más, que todo acabaría, que sin duda su hija tendría una
vida feliz y plena. Me preguntó que debía hacer él, que en que podía ayudar, le
contesté que en nada, que a partir de ese instante debía ceñirse a su vida
diaria, a su taller, a sus clientes y por supuesto a su hija. Indiqué que
siguiesen con el miedo como aliado para estar alerta y nunca bajar la guardia. Yo ya sabía la dirección
del bufete del maltratador y la matrícula del su coche, era más que suficiente.
Preguntó por mis honorarios y le dije que en este caso, el diablo no cobraría por
condenarse, pues mi alma haría acto de contrición con el sufrimiento de su hija.
Tan solo le pedí que nunca olvidase que aquello que el denominaba como “respeto”
no vive ni en el dinero ni en los apellidos.
Nos levantamos de la mesa, nos
encajamos la mano y le indiqué que ya tendría noticias. No serian rápidas, debía
tener paciencia y sobre todo olvidar que nos habíamos conocido. Fueron
necesarios tres meses, pues de decidir hacer algo hay que hacerlo bien.
Apareció en la edición dominical
de La Vanguardia, un abogado de renombre fue encontrado en su coche,
amordazado, maniatado y degollado. La policía encontró un revolver del 45 en el
suelo del vehículo, doscientos gramos de cocaína escondidos bajo la rueda de
recambio y una nota en caracteres cirílicos que decían algo así como “el que la
hace la paga”.
Una vez más, la prensa dice lo
que quiere decir, omitieron que a aquel hijo de la gran puta le habían reventado
los cojones de un tiro. Eso sí, se daba por hecho que el bufete tenía algo que
ver con la mafia rusa instalada en Cataluña. Bien está lo que bien acaba.
POLITICA ES MORAL
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