Predicar moral es cosa fácil; mucho más fácil que ajustar la vida a la
moral que se predica. Arthur Schopenhauer.
En ocasiones veo un programa televisivo cuyo live motive es cambiar el aspecto físico de personas que por un
motivo u otro, no se encuentran bien consigo mismas. En la edición de hoy se ha elegido a una muchacha con
síndrome de Down que reclamaba un cambio para poder recuperar la autoestima ya
que su novio le había sido infiel con otras mujeres.
Bien, la necesidad de recuperarse a uno mismo pareciera algo de personas “normales”,
pero lo que ha quedado claro es que existe una doble moral en una gran parte de
nuestra sociedad. Por un lado nos llenamos la boca de buenas intenciones
respecto a aquellos que son “diferentes” y por otro rechazamos cualquier contacto
o vida en común con los mismos…
Aquellos ciudadanos a los que aún hoy llamamos despectivamente “mongólicos”, en su gran mayoría, son
personas que siendo incentivadas a nivel pedagógico y social desde pequeñas,
pueden y deben tener un lugar en nuestra sociedad. Esa capacidad de incentivar
por parte de las familias es el nudo gordiano que debe resolverse, pues por un lado nuestro gobierno, inmerso en
la moral conservadora que le caracteriza, apela a que consideremos el aborto
como un delito pero también liquida las ayudas a la dependencia que la sociedad
necesita para poder integrar como ciudadanos a aquellos que tienen algún hándicap.
Ha sido interesante escuchar la historia de la madre de la protagonista del
programa, pues en realidad sus dos hijas son síndrome de Down y ambas han
supuesto un gran esfuerzo para ella misma y su entorno familiar. Ha explicado
sucintamente su vida, pero ha sido suficiente para sacar algunas conclusiones
prácticas. Si me lo permiten, me gustaría expresarles mi opinión…
El aborto me duele, me duele mucho, pero considero que nadie puede
establecer juicios de valor sobre un hecho, de por sí, traumático. Las
circunstancias del no nacido a nivel de malformaciones, déficits cognitivos o
la propia situación de los padres, son suficientes motivos para el libre
albedrio. Eso sí, de aceptar el riesgo, de amparar nuestra sociedad toda
situación de cualquier neonato, nuestros gobiernos deben garantizar toda ayuda
que permita una vida adecuada a aquellos que son dependientes, a su entorno y
por ende a toda la sociedad.
Nada es perfecto, no cabe duda, pero siendo una verdad de Perogrullo, atisbamos
la mentira cierta. El mensaje oficial habla del derecho a la vida, pero si
aquellos que nazcan, tienen problemas y estos provocan otros que las familias
no pueden afrontar por sus medios, la respuesta, por cruda que nos parezca es “al subnormal lo aguantas tú”, aunque
ello sea una sentencia que condene a enterrarse en vida.
Aquí toca llamar a las cosas por su
nombre, convertir la sexualidad en una constante formativa basada en la
responsabilidad del individuo, asentar la idea de la protección del propio
cuerpo y finalmente, dotarnos de criterio frente aquellos casos en los que la naturaleza
nos juega malas pasadas. Me fastidian todos aquellos que apelando a lo sagrado
y sabiendo que una cosa es predicar y otra dar trigo, cuando los problemas no
les tocan en sus casas, miran a otro lado.
POLITICA ES MORAL
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