Yo le rezo con fe insondable a Jaume Perich Escala, "El Perich".
Escritor, dibujante y humorista, fue uno de los más bruñidos espejos en los que
reflejar lo que era y sigue siendo nuestra sociedad. Le añoro –y no soy el único- pues apuntilló
la realidad de un modo que nos hace imposible olvidarle. El puñetero maremagnum
de nuestro presente, al maestro Perich le ofrecería un caladero densamente
poblado de feliz estupidez. Vamos, tendría el hombre una fuente de inspiración
inagotable. Su pluma, en los momentos que vivimos, hubiese sido más fuerte que
la espada, no en balde la esgrimiría un espíritu libre.
Tengo grandes frases del maestro grabadas a fuego en mi pasado. Hoy mismo, siguen
explicándome de que va la pertinaz gana de cacarear y no poner nunca un huevo
para hervir en el puchero. Una de las que más me gustan y que recuerdo cabreaba
mucho en mi casa, dice así: “En nuestra sociedad no hay trabas: se puede ser de
derechas o se puede pensar de izquierdas.” Mi augusto padre y algunos de mi
familia ponían a bajar de un burro a Perich, pero tras las primeras
descalificaciones –curiosamente- se hacía el silencio. Era y es un hecho, ser
de izquierdas nos hace críticos. ¿Saben?, eso lo sabemos todos y siendo bueno y
necesario eso del criterio propio, nos abre brechas en el frente y acabamos
recibiendo hasta en el carnet de identidad.
Miren, uno era joven y ya empezaba a intuir de que iba eso de sobrevivir en
el progresismo. Aprendí en casa que progresar era o debía ser avanzar, mejorar,
en definitiva, hacer adelantos en aquellos aspectos para lograr una sociedad
verdaderamente justa. Pero claro, teniendo maestros, uno va aprendiendo -¿lo
imaginan?- a cuestionarlo todo. Llegó a mis manos, cuando contaba con quince
tiernos años el libro Prietas las Filas de la hispanista Sheelagh Ellwood y se
me vinieron al suelo todos los palos del sombrajo. La obra relata la historia
de la Falange desde 1933 a 1983 y he de decirles que me gustó la lectura a la
par que me preocupó y mucho. La cosa me quedó meridianamente clara: la derecha converge
ante lo que considera sus objetivos y la izquierda ni por asomo. De no ser así
la cosa, ¿estaríamos como estamos?, no lo duden, la respuesta es un no como el
sombrero de un picador.
Vamos a los hechos que se nos imponen y observemos que ha ido sucediendo y
sucede en el presente de España. En Cataluña más de dos millones de ciudadanos
se han puesto de acuerdo durante años en mostrar en la vía pública la defensa
de una idea que es una ilusión. Una ilusión que no parece concretarse en un
proyecto de eso que les apuntaba antes como progreso. Se confunden los
sentimientos con la solución a los verdaderos problemas del país y lo más
sorprendente del caso es que la izquierda se ha integrado en la sinrazón de un
objetivo, hoy por hoy, vacío. Es exigible, de los partidos que se denominan
progresistas, el compromiso de que su poder de convocatoria se dirija a luchar
por lo realmente necesita la gente. A riesgo de caer en la tontería, eso que
necesitamos se concreta en la educación, la sanidad, la atención a la
dependencia, la justicia, las infraestructuras y como sostén de todo ello, en
el desarrollo de medidas económicas adecuadas y realistas.
Pero nones, la derivada de la casa común de la izquierda es la propia de
una finca mal construida con filtraciones en paredes y techumbre. Lejos de
buscar soluciones a los problemas, los políticos del espectro izquierdoso se
acomodaron en el estatus de cargo electo, se agarraron al poder en base a sus rendimientos
electorales y a los ingresos que estos generan. Así nos luce el pelo y lo dice
un calvo. Vamos a ir tomando el pulso a la realidad: hemos perdido la guerra de
las ideas por no saber construir nada útil sobre ellas. Dando mil y una vueltas
sobre lo que han expresado nuestras calles, reivindicando conceptos vagos de
España y Cataluña, lo único que vemos es trapo desplegado que no acoge aire
para hacer navegar la nave. Me cuesta creer que no hagamos frente común para
conseguir un futuro tangible. No entiendo que la pléyade se siglas de la
izquierda hispana se maquille cada día en cuestiones superficiales que no van
más allá de tranquilizar su conciencia. Bien le ha ido a todo el mundo el
llamado problema catalán.
En el fondo, la izquierda. En la superficie una derecha homogénea y
empoderada que debería estar encausada y sentenciada. Demasiadas veces lo
escuché de aquellos que van ganando: la izquierda no hace nada a derechas.
Añadiría lo que amargamente decía Don Ginés: el comunista deja de serlo cuando
tiene moto propia, igual que el cura, llegando a obispo, deja de creer en Dios.
POLITICA ES MORAL
No hay comentarios:
Publicar un comentario