La integridad no tiene necesidad
de reglas. Albert Camus
No tengo ganas de pulir la
redacción, hoy ando revuelto y un punto tristón. He visitado a un amigo al que
le han extirpado de la garganta un cabronazo tumor. Imaginarán que no puede
hablar y que de su verbo, es probable que tan solo nos quede el recuerdo.
Uno hace por animar y animarse
ante envites como este que sin preaviso, te torpedea a alguien cercano. ¿Pero
saben ustedes?, siendo cierto que huelga decir que me duele ver varado a un crucero
tan bien armado, al mismo tiempo que le veo sufrir, siento que es un hombre muy
afortunado. Una vez más, la lección más cierta se redacta en la situación más
inesperada…
Es el prócer conservador, ejemplo
de fe siendo un laico y por añadidura, hablando mucho como hablaba, siempre ha
dicho más con sus hechos que con sus palabras. En esa realidad ha construido su
aconfesional iglesia, en ese espacio que él mismo parecía enredar para
irritación de dogmáticos y para su propio disfrute, las cosas cobran sentido al
margen de su actual padecimiento.
En su yacer hospitalario he visto
y recordado a muchos que antes que él demostraron que la integridad está y
estará siempre por encima de la ideología. Viéndole sometido a sus heridas y a
una tiránica medicación, he reconocido a personajes de nuestra historia pasada
y presente que dejando al margen su condición de fascistas, comunistas,
anarquistas, socialistas y todos los “istas” del mundo, supieron decidir en conciencia
cuando la situación así lo dispuso. ¿Qué fueron pocos?, probablemente, pero créanme
eso no les hace menos valiosos.
Ese rincón hospitalario, que
ahora le tiene retenido como un potro estabulado, ha visto pasar frente a su
cama a personas de toda filiación, ateos, agnósticos y cristianos de comunión
diaria. A nadie ha importado otra cosa que no fuese la generosidad de un
corazón que podrá haberse equivocado en ocasiones, pero que viene regalando
aciertos que no se explican ni se han explicado, por protagonizarlos alguien al
que lo más fácil es tenerle estigmatizado.
Hoy se sientan conmigo, frente al
ordenador, gentileshombres y mujeres de respeto. Son como un callado tumulto
que empuja en una dirección única e incontestable: hacer lo que se debe hacer
es patrimonio de las almas más generosas. Me lo dicta, una vez más, Don Julián
Besteiro quien no tiene ningún empacho en renunciar a su calidad y decirme
quedo, que mi amigo sí que es un verdadero Santo Laico.
Mañana le acercaré un pizarrín
para que pueda expresar escribiendo lo que dirían sus palabras. Esta tarde, en
el equivalente a una triste cuartilla, ha redactado con buena letra una
indicación que para mí es una orden. Nos acompañaba una común amiga que sufre
una situación personal gravosa y mirándonos alternativamente a uno y a otro ha
indicado: ayúdale siempre…
Una cosa es predicar y otra dar
trigo, si no entienden lo que pretendo al decir lo que digo, ustedes no son
personas, sencillamente son gente.