martes, 8 de octubre de 2013

ESPAÑOL Y PERSONA


Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. José Ortega y Gasset

En el hacer de cada día se nos dan oportunidades para reflexionar sobre lo que vivimos. En ese mismo acto de preguntarnos sobre las razones de lo que a nuestro alrededor acontece, empezamos sin duda, a intuir soluciones.

Que esperanzador resulta compartir los foros propios y aquellos a los que somos invitados, cuan útil resulta explicarnos. Si definimos nuestra propia posición, planteamos nuestra verdad y escuchamos la de los demás, nos alejamos de los prejuicios y del propio credo. Entendemos, si se me permite la expresión, que “cada uno está en su casa y Dios en la de todos”…
Poco tiempo atrás, tras la publicación de una entrada cuyo título versaba “Catalán y persona”, recibí un toque de atención por parte de un amigo. Sin empachos ni lisonjerias se declaró en respuesta a mi escrito como “español y persona”. Me hizo ver que categorizar el concepto persona y relacionarlo con el territorio en el que éste viva, no es tan solo falaz, es un error de grado. Primero personas y después gentilicios, pues son necesidades las que unen y nos separan los dogmas que muchas veces nos auto-otorgamos.

Si nos diésemos un pequeño espacio a la duda y a la empatía, saldríamos del largo túnel del españolismo antagónico que de la firmeza dogmática hace y ha hecho vía. No cabe duda de que no hemos sabido establecer los puentes que permitiesen que las diferencias fuesen riqueza, no hemos sabido relacionarnos de forma franca y llana, no hemos sabido explicar el pasado como el origen de un futuro común y estructurado.
En cualquier caso, los plurales son falsetes, el hablar de todos es, cuando menos, injusto. En lo que en Cataluña llaman la posición de los españoles, la posición del Estado, existen grandes errores y permítanme la presunción, me explicaré de muy buen grado.

Si nos dejamos llevar por el tópico, por la tradición no escrita, los españoles dirían que catalanes y vascos han robado la mejor de las savias que España ha generado. Durante la común historia de los dos últimos siglos, las sinergias económicas no han sido nunca sociales, siempre fueron de casta. Las oligarquías de todo el territorio (incluidas las llamadas nacionalidades históricas) han medrado sobre sistemas injustos para la ciudadanía. El que podíamos llamar tercer estado, aquel que representó a la población más desfavorecida (objetivamente la mayoría) siempre se vio sometida a la voluntad de las élites económicas que mantuvieron  bien alimentados a los poderes fácticos subsidiarios (políticos, iglesia y ejército). Mientras España fue un imperio, se sufrieron conflictos internos y el país aguantó (recordemos las guerras carlistas y la Primera República con su planteamiento confederal). Fue tras la pérdida de Cuba y Filipinas cuando el llamado desastre socio-económico se agudizó.  Empezó la emigración entre territorios y así, en la más que lícita búsqueda de medios de vida, las poblaciones de las provincias más pobres acudieron a aquellas más activas en el aspecto económico. Esta situación empieza a finales del siglo XIX y llega al principio de los años setenta del siglo pasado.
Bien, setenta y cinco años vieron un sangrante conflicto africano, la “dictablanda” de Primo de Rivera, la crisis de 1929, la Segunda República, la Guerra Civil y la larga oscuridad de la dictadura nacional-católica franquista. Mientras se sufría tan aciago periodo, la población no reconoció antagonismos por razón de “nacionalidad”, el español “medio” sobrevivió como pudo y buscó su lugar de vida allá donde había trabajo. El trabajo no lo atesoraban  territorios, sino minorías poderosas que impusieron sistemas productivos con necesidad de mano de obra.

Las relaciones injustas entre patronales y trabajadores fueron configurando la necesidad de una lucha que rompiese el sistema establecido. Así la ideología hablaba de clases, de derechos sociales, de acceso a la educación, en resumen, hablaba de justicia. Pero más tarde, el mismo camino que nos llevaba a una democracia supuestamente representativa y guiada por el bien común, generó estructuras extrañas a nuestra propia realidad (al menos en el imaginario ciudadano) y para mantener estas, se pontificó una clase política que fue estructurando sus propios feudos que garantizaban su propia perpetuación y subsistencia. El café para todos generó esperpentos de utilidad más que cuestionable y así, de aquellos polvos estos lodos…

Pero la economía parecía ser capaz, el crecimiento de la misma tranquilizaba y narcotizaba las conciencias. Oligarquías y fácticos poderes campaban a sus anchas, mientras, la población descubría ser clase media y teniendo coche y pagando hipotecas, de la realidad se fue olvidando y todos nos fuimos durmiendo. Y llegó la crisis. Cuando el cuerno de la abundancia secó su mágico caudal, despertamos como por ensalmo. Nos dimos cuenta de que nos habían engañado, supimos que lo que creíamos seguro fallaba por la base. Apreciamos que lo poco o mucho que con trabajo se había ganado, era pecata minuta en relación a lo que una minoría había robado.
Pero disculpen la extensión de la reflexión planteada, aún no se ha acabado. En realidad, lo más arriba explicado podría decirnos que el despotismo que abogaba por la ignorancia ciudadana cayó por sus propios pecados, ¿no parecería lógico?. Pues no ha sido así, el sistema está tan engrasado que a pesar del fallo sistémico se ha salvado y goza de buena salud. Los herederos de Goebbels, aprendieron hacen tiempo que repetir una mentira hasta la saciedad, la convierte en verdad. Si además la aderezamos con carencias básicas para el iluso votante (paro, recortes, pobreza) los mitos renacen como el Fénix y de las diferencias se forjan armas arrojadizas.

Así, el mejor y más eficaz método para inhibirse de la propia responsabilidad es echarle la culpa a un tercero demonizándole la faz. Cuantas conversaciones se dan en este sentido, proponiendo el conocimiento como base para prosperar,  tantas son que parece increíble, más muy pocas parecen en comparación al cacareado mantra “o ellos o nosotros”.
Lo que suceda con el Estado no es un tema de poblaciones que acusen a sus vecinos de “vivir mejor a su costa”, no es un tema de que sean “los más ricos los que más deban colaborar”. Se trata de empezar a pensar bajo un concepto social, entendiendo que estamos cubriendo con banderas la verdadera necesidad de reflotar la economía y por ende el bienestar.

Sin duda, a pesar de las tensiones, muchos también se esfuerzan más allá del Ebro . Un esfuerzo continuado de entendimiento a pesar de no compartir posiciones, a pesar de un estado inmovilista e incapaz, a pesar de los tópicos de la España carpetovetónica, muchos hacen gala de una voluntad de hierro para no atrincherarse, para buscar zonas comunes. No en balde es en el conflicto donde aparecen las oportunidades. Españoles y personas, si, ahí están…
POLITICA ES MORAL

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