domingo, 24 de septiembre de 2017

LA PATAFÍSICA DE LOS HECHOS DE OCTUBRE


Los pueblos felices no tienen historia. Raymond Queneau

Queneau, miembro del Colegio de la Patafísica (lo que está alrededor de lo que está más allá de la física) nos explica que la misma es la  ciencia que regula las excepciones. Junto a sus compañeros de escuela, estableció que se trata de una ciencia de soluciones imaginarias. Vamos, que no puede establecerse relación entre lo particular y  el interés general y que se rechaza cualquier generalidad o universalidad. En resumen, la patafísica no puede ser teorizada en base a sus contenidos: es la patafísica la que especula sobre las particularidades.

Habrán de perdonarme, pero lo que ahora estamos sufriendo en Catalunya y España – tanto monta Isabel como Fernando- es, no lo duden, un caso práctico de patafísica de medio pelo. Aquí todo quisque se ha hecho traer la realidad a su fragua y ha forjado la realidad que le ha dado la gana. Eso sí, estamos a las puertas del décimo mes del calendario. La cosa me lleva a pensar que estamos a dos minutos de reproducir lo que la historia de nuestro Siglo XX denominó los Hechos de Octubre de 1934: la proclamación de la República Catalana y la posterior represión de lo que se consideró un acto de guerra contra la República Española por parte de la Generalitat de Catalunya.

Les ruego que no se sorprendan, somos un pueblo dado a reeditar los problemas. No lo duden, me jode sobremanera ver paralelismos entre situaciones separadas por 84 años. Es muy molesto, pero me gustaría que algún estadista nos hiciese el puñetero favor de entender que conocer el pasado habrá de sernos útil en el presente. Aquel lejano momento, en mitad de nuestro escaso sueño republicano, debería poner luz a nuestro actual atribulamiento. La España de entonces era plural en caracteres pero estos, tras centurias, seguían sin cohesionarse. Ni más ni menos que como ahora. La Segunda República debió atender demasiados frentes en lo social y lo económico, así que la cosa de las naciones y sus identidades era a todas luces relevante,  pero no un asunto vital. Eso sí, el país que teníamos entonces cargaba ideología en cada amanecer: política que con diferentes registros e intereses, buscaba soluciones. Eso no sucede hoy. Ahora gestionamos otras cosas y lo único paralelo al pasado es reconocer las mismas consecuencias de nuestras incapacidades.

La proclamación de la República Catalana parió un Estado Catalán que duró una sola jornada. Proclamada el seis de octubre, fue sometida el día siete. El Gobierno de Lluís Companys fue apresado, también muchos parlamentarios, y junto a los Mossos de Escuadra fieles a la Generalitat, acabaron encarcelados en un barco prisión en el puerto de Barcelona. Receta vieja y harto eficaz, los cañones en la Plaza de Sant Jaume y los legionarios salvaron a España del separatismo. Diferente pero igual, nuestro próximo octubre se nos estrenará con un estado de excepción last edition pero que también contempla –como antaño- barcos en el puerto de la Ciudad Condal. Ahora sirven de alojamiento a las fuerzas policiales que han venido de toda España para salvarnos. ¿Saben?, no puedo evitar pensar en que puedan tener otros usos.

Este pandemonio que ahora nos vemos obligados a vivir, no es ideológico. No es algo basado en confrontaciones sobre modelos sociales, se trata del final de una huida hacia delante de unos representantes políticos que, habiendo hecho de la Democracia un latrocinio, han llevado a la ciudadanía a pensar con el corazón cuando más necesitaba el cerebro. No somos un pueblo feliz, es cierto, pero no es tan solo debido a la propia naturaleza del hombre: cuando la economía iba a toda vela, la identidad  habitaba en la matriculación de automóviles y la concesión de hipotecas. Se acabó la fiesta y buscamos la fe que perdimos por culpa del vellocino de oro. Los sacerdotes electos vieron que una masa díscola necesitaba fijar su frustración y rabia de algún modo. Así los antiguos socios políticos se tornaron antagonistas para culpando a otros, justificar el propio fracaso.

Miren, yo no soy independentista, soy de esos equidistantes federalistas de tufo repugnante, pero he de apuntarles una verdad que no podrán contestarme: el movimiento secesionista se ha fumado la legalidad, pero el gobierno de Madrid se ha cargado el Estado de Derecho. Es lo que hay, mi España se ha roto y ahora ya no se trata de independencia sí o no. Ahora se trata de Democracia sí o no. ¿Lo ven?, a vueltas con la patafísica, Madrid y Barcelona se han inventado sus particularidades y nos han dado una maravillosa dicotomía en la que eligiendo bien, unos y otros afirman que seremos felices para siempre jamás.

Malditos hijos de mala madre. Incapaces de sentar el culo y negociar a favor de los que dicen representar, nos harán repetir historias para constatar lo infelices que somos. Eso sí, en los últimos días he visto y oído como se apelaba a la violencia y se recordaba a algunos políticos que su lugar era una zanja en una cuneta. Esos gritos escaparon de gargantas que se declaran como defensoras de España. Yo soy español viejo y catalán a todas luces, no se permitan dudarlo, pero como decía hasta la saciedad mi amado y añorado Leonardo,  a veces uno sabe de qué lado estar, simplemente viendo quiénes están del otro lado.

Defendí y defiendo el espíritu de los imperfectos constitucionalistas de Cádiz, de los torpes visionarios de la Primera República y de los arquitectos del hermoso sueño de la Segunda: la esperanza por la que lucharon nuestros abuelos. Pero hoy me revelo ante mis esperanzas y niego –remitiéndome a los hechos- que el camino recorrido haya servido de algo. Uno puede cultivar la fe, pero mi Patria ha secado sus ubres y nos condena a la inanición democrática. Hoy, como un itinerante peripatético, me recojo como patafísico y me agarro del brazo del insigne Ortega y Gasset. Cuando el gran impulsor de la caída de la monarquía de Alfonso XIII, observó que el proceso constituyente republicano escondía pecados que enterraban sus virtudes, proclamó a los cuatro vientos “la República no es  esto, no esto”.

Así vivo este amargo momento. Donde Ortega dijo “estos republicanos no son la República”, yo afirmo que quienes gobiernan el estado no son verdaderos españoles, son traidores rentistas que ofenden todo lo que de honorable tiene mí país. Nunca imaginé vivir este fracaso y así deben saber que, ayudado por Federico García Lorca, les afirmo que estoy más cerca y me siento más hermano del chino bueno que del español malo.

Hoy, a mi espalda, me leen mientras escribo. Me han preguntado si me doy cuenta de que ya formo parte de eso que llaman “el problema catalán”. Les soy sincero, nunca lo hubiese imaginado, pero ¿qué puedo decirles?, es lo que tiene contaminarse con Queneau.

POLITICA ES MORAL

No hay comentarios:

Publicar un comentario